Alfonso Luque Molina es una de esas personas cuya profesión define su personalidad, en este caso cercana y profundamente generosa. No en vano, lleva más de veinte años trabajando como enfermero de emergencias del 061, siendo asimismo instructor en maniobras de SVA (Soporte Vital Avanzado) y responsable sanitario de la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, vulgo «El Silencio». Más allá de su faceta sanitaria, es un enamorado de la historia, el cine y la literatura, lo que le ha llevado a dar rienda suelta a su imaginación y componer microrrelatos humorísticos laborales y difundirlos entre sus compañeros. E incluso atreverse con el thriller y alumbrar una novela que es una de las revelaciones del otoño. Nos estamos refiriendo a La mano que soñaba con pájaros azules, publicada por la editorial Punto Rojo Libros, que vincula al Tercer Reich con la ciudad de Sevilla y las santas reliquias. Una combinación explosiva que se ha convertido, desde su presentación a finales de septiembre, en todo un fenómeno del «boca a boca». Hablamos con el autor sobre sus influencias narrativas y las claves del relato.
Nazis, reliquias y Sevilla, una conexión insólita que ha deparado algún que otro ensayo de investigación, pero poca literatura narrativa. ¿Qué le lleva a escribir sobre este tema?
El primer flechazo que me cautiva sobre la temática nazi y las santas reliquias, muy presente en literatura y cine, viene dado por la película Indiana Jones en busca del Arca perdida. Con el paso del tiempo se va acrecentando mi interés mientras voy descubriendo lecturas y documentales sugerentes sobre el Tercer Reich, el personaje de Hitler y relatos del tipo Caballo de Troya, La piel del tambor y más recientemente El código Da Vinci. Luego un buen día el Universo dispuso que era el momento de plasmar la historia que me rondaba en la cabeza. Por último y no menos importante, es clave la influencia de la ciudad en la que nací y amo, un lugar perfecto para que sucedan hechos sorprendentes e inolvidables. Sin la aportación de Sevilla no hubiera sido posible, la Sevilla eterna de la generación del 27, de Cernuda, Romero Murube... Núñez de Herrera, Chaves Nogales y tantos otros siempre vivos en nuestro recuerdo. Si añadimos a todo lo anterior el ingrediente que supuso la interacción de agentes secretos nazis y aliados, donde confluyeron en la ciudad en espacio y tiempo, el cóctel está servido.
En su prefacio, define La mano que soñaba con pájaros azules como «Novela histórica alternativa», ¿qué porcentaje de realidad y ficción podemos hallar en sus páginas?
Es una pregunta recurrente que me hacen los lectores. Sin la intención en absoluto de que el relato sea un referente desde el punto de vista histórico no hay que perder de vista que es una novela, en la que mi aportación no es solo el trabajo documental, que es manifiesto, sino la creatividad basada en la imaginación. Suelo decir que un mago nunca desvela sus trucos, con ellos no me identifico en esto por solidaridad sino por compañerismo, el misterio siempre debe estar por encima de la alegría. En la verdad de la mentira lo importante no es si las cosas fueron o no así, sino el deseo o la ausencia de deseo del autor y de cada lector de que fueran o no así. Como dicen los abogados en relación a las discrepancias en los juicios, «las cosas no son como son sino lo que las partes dicen que son».
La novela está narrada siguiendo la técnica del «manuscrito encontrado», un juego literario utilizado desde finales del siglo XV en las novelas de caballerías. Explíquenos por qué escogió este método y si esconde algún guiño a Cervantes.
Don Miguel y su obra siempre son una referencia para todo aquel que guste de juntar letras negro sobre blanco con cierto sentido. Me pareció interesante cómo utilizó J.J. Benítez esa técnica tan antigua. Finalmente alguna experiencia personal, que pienso no fue casual sino causal, en la que el destino me cruzó con determinadas personas que tenían cierta información sobre la temática de la novela lo impulsó definitivamente.
Dividida en dos partes claramente diferenciadas, otro de los aspectos originales de La mano que soñaba con pájaros azules es el uso de las catorce estaciones del Vía Crucis para estructurar los primeros capítulos. ¿Es este un homenaje al Vía Crucis a la Cruz del Campo que este 2021 cumple cinco siglos?
En ningún caso. En mi proceso de creación le doy permiso al caos para que ponga orden, el paradójico «desorden ordenado», de modo que la casa puede empezar a construirse por el tejado sin los cimientos, y se sostiene. Cuando terminé la primera parte me di cuenta sin buscarlo de que habían salido catorce capítulos; a raíz de esa realidad pensé en llamarlos estaciones, en alusión, eso sí, al Vía Crucis y al trasfondo religioso del mundo de las hermandades y cofradías que emana en la novela.
Háblenos de su protagonista, Aníbal, un historiador que da clases en la Universidad de Burgos.
Podría decirse que es mi Indiana Jones español. Aníbal es un aventurero que persigue sus sueños hastiado de la teoría que encierran los libros de historia. Conforma el personaje principal de la primera gran trama, un hombre bien posicionado, solvente, solitario y culto, al que le llega la oportunidad de su vida cuando le encargan un reto irrechazable para él y sus inquietudes. Es un «romántico», una persona perspicaz y perseverante que sigue la máxima del que la sigue la consigue.
Aunque pueda resultar una pregunta manida, ¿hay algo de Alfonso Luque en el personaje?
Siempre hay algo de uno en algún personaje de un relato propio. No necesariamente coincide con el protagonista, en cualquier caso no me siento identificado en su globalidad con ningún personaje, pero de Aníbal me quedo con su afán en superar los retos, su constancia en conseguir lo que quiere y con su alta resiliencia, virtudes que, por otra parte, tienen más que ver con un deseo personal del autor en poseerlas que con el hecho de atesorarlas.