Una novela autobiográfica. No porque lo sea de su autor, algo que desconoceremos de momento, sino porque lo es de su protagonista, Ferdinand Bardamu, que nos cuenta en primera persona sus andanzas y sucesos.
Y produce esa sensación biográfica porque termina abruptamente, como si convergiera en el presente con la trayectoria de su autor de ficción. Sin terminar verdaderamente. Porque aporta una visión muy personal del mundo, de la sociedad y de los personajes con los que se relaciona. Una visión penetrante, cáustica y de una sinceridad desgarradora.
Muy poco convencional y muy sincera. Picaresca.
Céline crea una voz cercana, la de un amigo simpático y animoso que cuenta las cosas con ingenio y bastante humor negro, con un estilo directo, que llega sin filtros al lector.
Bardamu es escéptico con los ideales patrióticos, irreverente. En todas sus reflexiones se deslizan críticas certeras sobre cosas que eran sagradas en el momento en el que su autor las criticó: la guerra, la situación colonial, la medicina, la misión de los funcionarios y los oficiales; se acerca a retratar la miseria de las más bajas de entre las clases sociales. Son críticas que sacuden los pilares de la República -liberté, égalité, fraternité- sacando a la luz a todos los demonios de Francia.