Todo ciclo o conjunto de Bach es de por sí una colección inigualable, un tesoro y un prodigio de la composición. Sus sonatas y partitas para violín solo no son ni mucho menos una excepción, sino más bien un punto de inflexión en la composición para el instrumento; todo lo que vino después hasta nuestros días, se inspira y se mira en este portentoso trabajo. Estos seis irrepetibles trabajos, tres partitas y tres sonatas que recogen las dos corrientes habituales en la época, las sonatas italianas y las suites de danzas francesas, a las que el autor sumó su particular universo estético, datan de su época en la corte de Cöthen, aunque todo apunta a que las compuso un poco antes, mientras estuvo en prisión en Weimar por orden de su empleador, el Duque Wilhelm Ernst, por sospechar que había aceptado un puesto en una corte rival. De cualquier manera fue en Cöthen, siendo el mismo príncipe un virtuoso y apasionado músico, donde aprendió de la tradición alemana de los instrumentos polifónicos y se familiarizó con las dobles cuerdas que tanta importancia adquirirían en su obra posterior. Allí encontró el caldo de cultivo para convertir en realidad definitiva este portentoso trabajo.
El Otoño Barroco organizado por la Asociación de Amigos de la Barroca de Sevilla se está superando con la participación de artistas de la talla de EXIT y ahora Amandine Beyer, que vuelve ahora tras más de una década que interpretara las otras tres piezas de este repertorio, algo así como una primera parte del ciclo completo. Entre tanto hemos podido disfrutar de ella en tres ocasiones, una frente a su conjunto Gli Incogniti en la Iglesia de Santa Ana y otras dos frente a la Barroca en esta misma Sala Turina y en el Maestranza. Las sonatas y partitas de Bach exigen una intensa individualidad y espiritualidad, por lo tanto una extrema sensibilidad y un virtuosismo técnico de primera envergadura. Beyer posee estas cualidades a ratos, otros parece tropezar con roces y estridencias, y en ocasiones presta demasiada atención a la prestidigitación en detrimento de la precisión armónica y melódica. Llegó incluso a bloquearse en la imposible fuga de la Sonata nº 3, pasando página de la partitura como mero recurso desbloqueador, ya que en ningún momento llegó a prestar atención al atril que la acompañó como único elemento de atrezzo sobre el escenario. Su mirada estuvo casi todo el tempo fija en lo más alto, como si solo aceptara la inspiración divina, y ésta desde luego afloró en muchas ocasiones, tanto como para hacer ameno un recital de hora y media solo de violín sin que se resintiera el ánimo y la paciencia del numeroso público congregado. Ya ella lo advirtió, deseándonos suerte, y la hubo también para ella, que salió airosa del difícil empeño.