Como le ocurrió durante dos siglos al Alonso (Quijano) convertido en El Quijote de Cervantes, hasta que los románticos comenzaron a ver en la obra una profundidad humana que iba más allá de la comedia de un loco y su vecino, también el Alonso (Manrique) que protagoniza El Caballero de Olmedo de Lope de Vega cayó en el olvido hasta que la mirada de más largo alcance de Menéndez Pelayo atisbó las sabrosas referencias que tiene el binomio del amor y de la muerte en una encrucijada histórica para la Historia de la Literatura capaz, en manos del gran Lope, de relacionar una cancioncilla popular no solo con esa obra fundamental del final de la Edad Media que se titula La Celestina, sino con todas aquellas otras obras posteriores cuyos protagonistas estaban gloriosamente tocados por el fatum: desde el Don Juan de Tirso a Antoñito El Camborio de Lorca, por poner dos ejemplos muy extremos.
La canción le debió de resonar al más prolífico de los autores españoles en el cenit de su carrera, cuando la vida le había dado ya tantos amores funestos, tantas aventuras y tantos desengaños en esa carrera que fueron sus propios años desde el Renacimiento hasta el Barroco: “Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo”.
A Lope le debió de gustar tanto la sencillez de la famosa seguidilla, el misterio que encerraba la relación con la leyenda amasada entre las localidades vallisoletanas de Olmedo y Medina del Campo, que no le hizo falta más que ponerse manos a la obra para convertir la incertidumbre de aquel caballero etéreo en una tragicomedia con cuyo protagonista pudiera identificarse. No se sabe con certeza cuándo la escribió, aunque debió de ser entre 1620 y 1625, hace ahora 400 años...
El título fue, directamente, El caballero de Olmedo y, en efecto, se inspiraba, a través de la canción, en un mito existente por lo menos un siglo antes. Habrá que llegar al siglo XX para que otro genio de la Literatura como Federico García Lorca convirtiese noticias de sucesos en universales dramas de amor. El 6 de noviembre de 1521, un tipo de Olmedo (Valladolid) llamado Miguel Ruiz mató a su vecino Juan de Vivero cuando regresaba de la fiesta de los toros de Medina del Campo. Al lugar del asesinato se le iba a conocer desde entonces como La cuesta del Caballero, y el suceso no solo derivaría en romances de boca en boca, sino incluso en una comedia anónima titulada El caballero de Olmedo y la viuda por casar, curiosamente escrita hacia 1606, que fue cuando la corte se había trasladado precisamente a Valladolid...
Esos son los ingredientes históricos. La obra de arte de Lope, totalmente escrita en verso, los magnifica para integrar incluso al rey Juan II y al condestable Álvaro de Luna en una feria de Medina al que llega el misterioso Alonso Manrique, con su criado Tello, para enamorarse de Doña Inés, de quien a su vez estaba ya enamorado Don Rodrigo. Otro caballero, Don Fernando, está enamorado de la hermana de la protagonista, Doña Leonor, pero esta pareja tiene mucha menos importancia en la obra. El padre de la dama, Don Pedro, no parece tener un papel tan decisivo como Fabia, una versión lopesca de la mismísima Celestina que consigue enlazar a la dama con el galán mediante el artificio de obligarle a escribir una carta sin conocer siquiera al destinatario.
El caso es que Alonso, al comienzo del segundo acto, está absolutamente entregado a la causa de casarse con doña Inés, cueste lo que le cueste: “Tello, un verdadero amor / en ningún peligro advierte. / Quiso mi contraria suerte / que hubiese competidor, / y que trate, enamorado, / casarse con doña Inés; / pues ¿qué he de hacer, si me ves / celoso y desesperado?”, dirá. Y a continuación se transmutará en una especie de Calisto pero sin la sombra de la bobería del personaje de Rojas, sino con la solemnidad que solo Lope de Vega podría imprimirle por experiencia propia: “No creo en hechicerías, / que todas son vanidades; / quien concierta voluntades, / son méritos y porfías. / Inés me quiere, yo adoro / a Inés, yo vivo en Inés; / todo lo que Inés no es / desprecio, aborrezco, ignoro. / Inés es mi bien, yo soy / esclavo de Inés; no puedo / vivir sin Inés; de Olmedo / a Medina vengo y voy, / porque Inés mi dueño es / para vivir o morir”.