Durante su periplo inglés, Haendel compuso algunos de los títulos operísticos más importantes e influyentes de su carrera, muchos de los cuales, en plena eclosión del temperamento barroco, abrieron de alguna manera las puertas al inconfundible estilo belcantista que habría de imperar años después. Títulos encargados por la Royal Academy of Music, el King’s Theatre o el Teatro Haymarket, espacios icónicos de la música londinense en la época, que exhiben esa combinación entre virtuosismo y expresividad tan querido por la lírica que habría de llegar y que el compositor alemán cultivó en toda su esencia y perfección. El recital con el que la contralto italiana Sonia Prina, el tenor sevillano Juan Sancho y la orquesta barroca catalana Vespres d’Arnadí se presentaron en el comprometido Espacio Turina dio buena fe de esa combinación a través de una selección no precisamente popular de arias y duetos de la amplia oferta operística haendeliana, un tutto Haendel que no fue precisamente un grandes éxitos y al que las voces se prestaron con desigual acierto.
No recordamos haber disfrutado antes de la reputada voz de Prina en directo, pero sí nos habíamos rendido a sus encantos a través de la fonografía. Su voz profunda y a la vez aterciopelada se adapta muy bien a los roles de castrato asignados prácticamente durante todo el programa, sin embargo ya desde un principio, encarnando al rey Siroe de Persia en Deggio morire, denotamos cierta falta de control en el legato y el fiato, incluso que en algunos pasajes perdía puntualmente el tono. Es verdad que en su tesitura es muy difícil mantener el complejo virtuosismo que proponen las páginas de Haendel, pero también que forma parte de su tarea mantener esa digna línea de canto que en esta ocasión nos pareció francamente decepcionante. Puso empeño y expresividad, y su dicción fue impecable, pero continuó mostrándose insuficiente, entrecortada y con apreciables problemas de respiración, no así cambios de color, a lo largo de la exhibición, convenciéndonos solo en sus partes más volcadas hacia el lirismo y menos hacia el lucimiento, como ese Ombra cara de Radamisto que cantó con un gusto exquisito y considerable capacidad para emocionar. Sancho por el contrario llegó recién desembarcado de una triunfal Partenope en el Real, que quedó patente en un Barbaro fato, incorporando a Emilio, de apreciables agilidades y complicada línea de canto, defendida como el resto del programa con una voz en las mejores condiciones que le hemos conocido a lo largo de una carrera que hemos seguido con interés. Lució más control de la proyección y más cuerpo en sus intervenciones, ya sea asombrando con agilidades circenses en D’instabile fortuna (Lotario) o cautivándonos con sentimiento y sensibilidad como Oronte en Un momento di contento (Alcina). Sin embargo su dicción fue menos clara y más confusa que la de su parteneire.