Mal se están poniendo las cosas para que unas programaciones diseñadas con tanto esmero como ésta de Rafael Ruibérriz y la Asociación de Amigos de la Orquesta Barroca de Sevilla mantengan su calendario intacto durante los días venideros. Crucemos los dedos para que el sector no vuelva a vivir la tragedia padecida durante los peores meses de la pandemia y gocemos con citas como la que anoche nos brindaron Ruth Rosique y Bart van Oort en el Espacio Turina, con un exquisito programa bajo el brazo. Un ramillete de flores integrado por las poco habituales canciones de Haydn, Mozart, Beethoven y García, y un par de imprescindibles sonatas bajo el también poco habitual sonido del fortepiano.
Rosique derrocha garbo allá por donde pisa y volvió a demostrarlo nada más empezar, sentando las bases de cómo discurriría el recital y haciendo algo que deberían hacer muchos intérpretes, sugerir que no se aplaudiese hasta finalizar cada bloque en el que se dividía el programa. A partir de ahí evidenciamos que su voz ha madurado aún más, ha adquirido más cuerpo y firmeza en el registro grave, lo que sumado a su proverbial facilidad para expresar y transmitir las emociones exactas, convirtió la experiencia en un disfrute absoluto para todos los sentidos. En los atriles unas canciones preciosas de los grandes maestros del clasicismo, a las que Rosique dio el tono justo, amables y encantadoras las de Haydn, con un amplio sentido poético bañado en ligereza y claridad, con un carácter más operístico en las de Mozart, como ese Dans un bois solitaire que parece toda una escena lírica, contando siempre con la habilidad de la soprano para afrontar distintos roles y caracteres, y el valor añadido de un minucioso acompañamiento al fortepiano, marcando acentos e intenciones. En el caso de Beethoven la selección fue más propia de un tenor, de ahí su carácter épico y casi heroico, que la soprano gaditana afrontó sin sentido del pudor y siempre en estilo, con el tono justo en piezas como Ich liebe, dich, so wie dumich (Zärtliche Liebe), que en el caso de Aus Goethes Faust se tradujo en pura comicidad con la complicidad del teclado. Rosique demostró por lo tanto dominio del arte liederístico en perfecto alemán, inglés, francés e italiano, además de servir de improvisada intérprete del teclista, algo que no es precisamente fácil.