Aunque no sea ni mucho menos el título más popular de cuantos integran la nutrida programación de esta temporada del histórico coliseo de Barcelona, entre otras cosas porque apenas fue terminada su composición hace un año, no cabe duda de que es una de las más grandes apuestas del teatro en mucho tiempo, por su participación en la producción y por la presencia del propio autor en el podio del director, un privilegio y un honor que el Liceo no tenía la oportunidad de disfrutar desde tiempos muy pretéritos y que añaden prestigio a su ya exitoso y longevo currículo. Antony y Cleopatra con libreto del propio autor inspirado en la tragedia shakesperiana, con pasajes de diversos autores clásicos incorporados en su compleja dramaturgia, es el nuevo título operístico de un autor a menudo preocupado por fijar en su obra las grandes preocupaciones contemporáneas. Personajes que hicieron historia para bien o para mal en Nixon en China o Doctor Atomic, o acontecimientos que marcaron un punto de inflexión en la historia, como el secuestro del Achille Lauro en La muerte de Klinghoffer, precedieron a esta Antonio y Cleopatra que aprovecha los vaivenes románticos de la célebre pareja para marcar el fin de una era protagonizada por las intrigas de poder que hicieron agonizar la libertad del pueblo, tal como hoy la vemos amenazada con el auge de los regímenes extremistas y los conflictos bélicos que ponen en peligro nuestro equilibrio y estabilidad.
En este contexto, y apartándose de la línea más habitual de la lírica norteamericana, que ve en la literatura, el teatro y el cine su inspiración en lugar de en el devenir de la historia, con autores como Bernard Herrmann (Cumbres borrascosas), Kevin Puts (Las horas), Jake Heggie (Dead Man Walking) o el mismo André Previn (Un tranvía llamado Deseo), Adams sigue sin embargo la línea compositiva que caracteriza a algunos de los autores mencionados, y que hunde sus raíces en un estilo empuñado por y asociado a Leonard Bernstein. Su música por lo tanto sigue erigiéndose sobre la tonalidad, con destellos de disonancias e inflexiones propias de la literatura musical del pasado siglo. Es más, con este título certifica cierto retroceso e instinto de conservación, ofreciendo una partitura quizás demasiado convencional, aunque sea dentro de un catálogo que, como casi todo en el arte estadounidense, ha apostado casi siempre por la respuesta positiva del público. No se trata sin embargo de una partitura desdeñable; mantiene un sentido de la tensión y de la responsabilidad dramática encomiables, con pasajes trágicos y sobrecogedores, sobre todo en los enérgicos interludios, alguno con confesas reminiscencias wagnerianas. El propio Adams, al frente de la Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu, y haciendo gala de su experiencia como director de orquesta, exprimió las posibilidades del conjunto, extrayendo de él toda esa furia, inquietud latente y trágica inercia que acumula su música, sin olvidar los pasajes líricos que también surgen de manera intermitente.
Un excelente montaje y un elenco responsable
Pero fue quizás la puesta en escena lo más audaz, complejo y exquisito de esta coproducción con el Metropolitan y la Ópera de San Francisco que la encargó para celebrar su primer centenario y la estrenó hace justo un año. Elkhanah Pulitzer se ha esmerado para lograr que sus continuos cambios de escenario se sucedan con tanta agilidad y acierto, gracias a unos paneles oscuros que se abren y cierran de forma calculada para ir dejando entrever cada una de las escenas que componen su compleja dramaturgia. Ventanas abiertas a la derecha, a la izquierda, en el centro, arriba, abajo o de par en par, a veces replegadas para formar paredes que recuerdan a las pirámides, y siempre bajo el influjo del cine americano de los treinta del pasado siglo, que tanto gustaba de plantear estas historias de amores y traiciones. Unos focos y unas cámaras en determinados momentos de la función, un vestuario que combina el glamour de los treinta con los complementos históricos romanos y egipcios, y determinados elementos de atrezzo justifican así la incorporación de unos videos de la época, convenientemente intervenidos, demostrando cómo la historia se repite y siempre somos vulnerables y estamos expuestos y expuestas al auge del totalitarismo y la opresión. Sin duda un fascinante trabajo escénico apoyado en movimientos de personajes y masas estupendamente resueltos a nivel teatral, y una iluminación que potenció todo ese alarde escenográfico. Como curiosidad, cabe destacar la figura de la directora de intimidad, encargada de velar por la relajación y la convivencia del equipo, libre de abusos y situaciones no deseables, que recayó en una especialista en el tema, Ita O’Brien.