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Actualizado: 25 jul 2020 / 09:33 h.
  • La Llave del Cante, ¿para qué?

No sé si será por el confinamiento o la nueva normalidad, pero lo cierto es que hay movimientos extraños en favor de que se les dé la Llave del Cante a título póstumo a Juan el Lebrijano y Enrique Morente. Y las feministas flamencas se mueven para que se le dé a Carmen Linares, por aquello de que la tenga una cantaora, algo que no ha sucedido nunca. Carmen aún vive y Dios quiera que por muchos años, aunque lleve tiempo pidiendo a voces la llave del retiro, desde luego bien merecido.

Sin marearles mucho con datos, llaves del cante se han dado hasta ahora cinco. La primera fue en el siglo XIX y se le dio a Tomás Ortega López El Nitri, sobrino del Fillo, en una reunión de seguidores del cantaor gitano. Ya en el siglo XX, en 1926, se le otorgó al sevillano Manuel Vallejo en el Teatro Pavón de Madrid. En 1962 la obtuvo Antonio Mairena en Córdoba y en un concurso amañado por su íntimo amigo Ricardo Molina. En 2000, como la Junta de Andalucía se había apropiado del derecho de la concesión del galardón, la recibió Camarón de la Isla a título póstumo, algo que no se había hecho nunca con Silverio, Chacón, Marchena, la Niña de los Peines, Tomás Pavón o Manolo Caracol. Y en 2005, se otorgó la quinta al maestro Antonio Fosforito, que es quien la tiene desde entonces.

Mientras viva el maestro de Puente Genil, parece una falta de respeto, y lo es, hablar de volver a dar la Llave del Cante. Es decir, la sexta. A no ser que la Junta de Andalucía la convierta en un galardón anual y den una cada año, por supuesto a título póstumo, lo que sería un cachondeo porque tendría Llave hasta Perico el Gorrión, que vaya usted a saber quién fue. Por tanto, lo mejor es dejar quieto el tema y esperemos que no haya por ahí alguna extraña jugada política, como cuando se la dieron a Camarón. Que no es que no la mereciera, sino que se la dieron a título póstumo, en una chapuza cultural increíble.

¿Qué le aportaría la Llave del Cante a título póstumo a Juan el Lebrijano? Absolutamente nada. Le aportó a Antonio Mairena, que no era una primera figura cuando se la dieron y a partir de recibir el galardón se convirtió en el amo del cante. Y a Tomás el Nitri, que si no es por aquella fotografía posando con el trofeo, seguramente no hablaríamos de él ni estaría en los libros. A Vallejo no le aportó nada, porque era una gran figura cuando se la dieron los empresarios del Teatro Pavón en una jugada claramente comercial. Y al maestro Fosforito, menos aún porque lo había ganado todo.

Cuando falte el maestro cordobés, que por ley de vida, se tendrá que marchar algún día, sería el momento de que la tuviera por fin una cantaora y, sinceramente, la primera candidata sería Carmen Linares. A lo mejor ya estaría retirada y sería un premio a toda una brillante carrera artística. Si sucediera eso, lo que tendía que hacer la cantaora de Linares sería llevársela a la Niña de los Peines al Cementerio de San Fernando de Sevilla, dejársela en el frío mármol que la cubre y decirle: “Perdónalos, Pastora, que no sabían lo que hacían”.