Tres serán los conciertos que la ROSS celebre esta temporada en el Teatro Lope de Vega, lugar que la vio nacer hace treinta años, poco antes de habilitarse el nuevo coliseo de la música en el solar que Maestranza de Artillería atesoraba en el Paseo de Colón. Dos de ellos están dirigidos por Marc Soustrot, que con éste celebró su debut con la orquesta en el rol de flamante nuevo director titular. Desmoraliza sin embargo ver cómo el público apenas ocupó medio aforo del teatro, algo que esperemos hoy pueda remediarse cuando batuta y conjunto repitan el mismo programa. Desmoraliza sobre todo porque mientras la gente de la cultura amenizó nuestros días en cautiverio sin apenas rechistar por su delicada situación ante la pandemia, del sector hostelero del que tanto depende nuestra escuálida economía mientras sus agentes no encuentren otras alternativas más sostenibles, solo escuchamos lamentaciones, y hoy son tan estrellas del ocio que se permiten colgar el cartel de completo a diestro y siniestro, dejando poco o ningún margen a la improvisación. Qué manera de darle la espalda nuestro público a algo tan preciado, importante y maravilloso como la gran música clásica en un extraordnario marco escénico.
Soustrot acudió a esta cita con dos trampantojos sinfónicos, dos obras que sin confesar su tendencia a este género musical, no pueden remediar seguir su estructura y estilo compositivo. La Serenata de Chakovski sigue las pautas de los divertimentos mozartianos y las sinfonías italianas del ochocientos pero en cuatro movimientos de igual calado emocional y estructural que una sinfonía convencional, mientras Verklärte Nacht de Schoenberg, original para sexteto, acusa en su adaptación para orquesta de cuerda un estilo muy próximo a su Sinfonía de cámara Op. 9. Para abordar el primero, Soustrot siguió al pie de la letra las indicaciones del compositor, rodeándose de un gran número de efectivos, con cuerda aguda y grave enfrentadas y los contrabajos al fondo, lo que quizás, sumado a la seca y abrupta acústica del teatro, hizo que el relieve del resultado se resintiera. Fue sin embargo una lectura efectiva y mimada de la partitura, que miró acertadamente al estilo galante arcaico en el que se inspira y el más expresivo y melancólico de la época que lo concibió. Tras una solemne obertura, Soustrot imprimió inquietud en sus figuras mozartianas, acometió el vals con una gracia y delicadeza próximas a la opereta, y anticipó el espíritu de la pieza de Schoenberg con un lirismo y una tensión dramática próximas de la meditación en la elegía, hasta desembocar en un enérgico final de talante ruso animado y sincopado al que la orquesta respondió con precisión admirable.