“La muerte me está mirando / desde las torres de Córdoba”, escribió Federico García Lorca (1898-1936) en una de sus Canciones, aquella que se titulaba “Canción de jinete”. Y no fue una casualidad ni una excepción, porque el poeta que fue asesinado por los fascistas de su propia Granada en una madrugada como la que se avecina, hace hoy 85 años, consagró toda su obra a la misteriosa relación de la frustración humana con la muerte que la acecha. “¡Ay qué camino tan largo! / ¡Ay mi jaca valerosa! / ¡Ay que la muerte me espera, / antes de llegar a Córdoba!”, terminaba aquella canción que, como tantos otros de sus poemas y de sus obras de teatro en los 15 años de producción que le permitieron sus asesinos, ponía a la muerte –en forma de luna, de sombra, de anciana, de mar- en el centro de lo concebido.
“Caballito negro. / ¿Dónde llevas tu jinete muerto?”, preguntaba en otra de sus canciones, en un libro maravilloso que incluía una “Canción del mariquita” para poner el foco en otras muertes y otras rebeldías: “El mariquita se peina / en su peinador de seda. / Los vecinos se sonríen / en sus ventanas postreras”. La muerte en Lorca, desde luego, tenía muchas aristas, hasta la de la frustración de Doña Rosita la soltera y otras protagonistas a su pesar: “Por las orillas del río / se está la noche mojando / y en los pechos de Lolita / se mueren de amor los ramos”.
“Si muero, / dejad el balcón abierto”, dejó escrito quien había de morir, sin embargo, en un barranco, sin justicia y sin juicio. Y en Poema del cante jondo advertirá: “Cuando yo me muera, / enterradme con mi guitarra / bajo la arena. / Cuando yo me muera, / entre los naranjos / y la hierbabuena”.
Hasta en las nanas, sobre las que tanto reflexionó al margen de haber escrito algunas, aparece la sombra funesta de la muerte: “Las patas heridas, / las crines heladas, / dentro de los ojos / un puñal de plata. / Bajaban al río. / La sangre corría / más fuerte que el agua”, decía su “Nana del caballo grande”, y aquella configuración cósmica nos había de recordar tanto al desenlace de su obra dramática de más éxito, precisamente Bodas de sangre, cuando la Novia exclama: “Con un cuchillo, / con un cuchillito / que apenas cabe en la mano, / pero que penetra fino / por las carnes asombradas / y que se para en el sitio / donde tiembla enmarañada / la oscura raíz del grito”. Ese cuchillo era, al cabo, demasiado parecido al puñal que le clavan al protagonista de “Sorpresa”, cuyo asesinato se narra por soleá: “Muerto se quedó en la calle / con un puñal en el pecho. / No lo conocía nadie”.
Romancero gitano
Si hay libro lorquiano que ponga a la muerte y a la pena en forma de protagonistas ese es el Romancero gitano, cuyos 18 romances tienen a la muerte delante o detrás. Aquel poemario arrancaba justamente con la muerte disfrazada de luna bailaora que va a la fragua para llevarse a un niño de la mano. “La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. / El niño la mira mira. / El niño la está mirando”. Y termina con un violador incestuoso huyendo a caballo: “Violador enfurecido, / Amnón huye en su jaca. / Negros le dirigen flechas / en los muros y atalayas”. Entretanto, aquellos poemas nos ofrecen la “Reyerta” en la que un gitano mata a otro; el “Romance sonámbulo” en el que la muchacha se suicida en un aljibe (“verde que te quiero verde”) cuando se cansa de esperar al novio; o el asesinato de Antoñito el Camborio (“Voces de muerte sonaron / cerca del Guadalquivir”), que en pleno poema hasta conversa con el poeta: “¡Ay Antoñito el Camborio, / digno de una emperatriz! / Acuérdate de la Virgen / porque te vas a morir. / ¡Ay Federico García, / llama a la Guardia Civil! / Ya mi talle se ha quebrado / como caña de maíz”. Cuando Lorca lo describe en su agonía, sin duda, parece estar hablando de sí mismo: “Tres golpes de sangre tuvo / y se murió de perfil. / Viva moneda que nunca / se volverá a repetir”.