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Actualizado: 19 sep 2021 / 12:15 h.
  • Nicanor Parra: solo un tipo de ciencias podía inventar la antipoesía

En la larga penumbra que dejaron las odas y los poemas de amor de Pablo Neruda, en el mismo Chile condenado luego al horror de Pinochet, surgió un poeta que pareció destinado desde el principio a no serlo, no solo porque fuera matemático y profesor universitario de física y mecánica racional, sino porque en aquellos primeros años de infancia y juventud toda la inspiración hubiera parecido del lado de su hermana Violeta. El poeta al que nos referimos se llamó Nicanor Parra (1914-2018), y un poco queriendo y sin querer inventó la antipoesía, un género descabalgado de lo lírico que buscó un lenguaje directísimo, coloquial, antirretórico, provisto de frases hechas y dichos populares, influido por el surrealismo y el arte pop y que llegó a sentenciar que “todo es poesía menos la poesía”, según rezó uno de aquellos artefactos con los que Parra indagó tan temprano en la poesía visual. Fue, como respuesta a la poesía moderna, una semilla indeleble para toda la literatura posmoderna. Y dentro de su radical atrevimiento adelantó la subversión humorística, el grafiti callejero o el rayado de baño público que no se le ocurrió a Duchamp, y hasta aquellos discursos de sobremesa cargados de una inquietante profecía dentro y fuera de su país: “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”.

Nicanor Parra: solo un tipo de ciencias podía inventar la antipoesía

Los poetas bajaron del Olimpo

Nicanor Parra bebió de toda la poesía social que se gestó antes y después de la II Guerra Mundial, pues descubrió los versos por aquella época (primero influido por el Modernismo más recalcitrante, luego por el García Lorca más neopopular), pero siguió indagando por ese camino hasta el extremo: “Señoras y señores / ésta es nuestra última palabra / -Nuestra primera y última palabra-: / Los poetas bajaron del Olimpo”, decía en su Manifiesto de 1963, en los postulados de Gabriel Celaya. “Para nuestros mayores / la poesía fue un objeto de lujo / pero para nosotros / es un artículo de primera necesidad: / no podemos vivir sin poesía. / A diferencia de nuestros mayores / -y esto lo digo con todo respeto- / nosotros sostenemos / que el poeta no es un alquimista. / El poeta es un hombre como todos / un albañil que construye su muro: / un constructor de puertas y ventanas. / Nosotros conversamos / en el lenguaje de todos los días. / No creemos en signos cabalísticos”.

Un chico pobre

Nicanor Parra fue el primero de ocho hermanos, los hijos del profesor de Primaria y músico Nicanor Parra Alarcón y de la tejedora y modista de origen campesina, también aficionada al canto, Rosa Clara Sandoval. Su infancia transcurrió un tanto nómada debido a la bohemia de su padre, que incluso fue cesado durante la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo y llegó a dar clases en regimientos militares y a ejercer de inspector de tranvías o de vigilante de cárcel. Cuando Nicanor cumplió 12 años, la familia se estableció en Chillán, hasta que en 1932, al hacerse mayor de edad, se independizó en Santiago de Chile, aunque sin medios económicos y con la idea de hacerse policía. Sin embargo, la Liga de Estudiantes Pobres le concedió una beca para cursar el último año de Secundaria que le cambió la vida. Al año siguiente, empezó a estudiar Matemáticas y Física en la Universidad de Chile, donde fundó la Revista Nueva, en la que ya publicó textos irreverentes que le valieron amonestaciones. Cuatro años después ya era profesor de matemáticas en liceos de la capital. Publicó un primer poemario, Cancionero sin nombre, muy influido por García Lorca y la mismísima Gabriela Mistral, a quien dedicó un poema, lo elogió como “el futuro poeta de Chile”. No obstante, aquella primera poesía distaba mucho de convertirse en la que él iba a consagrar.

En los años 40, gracias a sendas becas, viajó a Estados Unidos y luego a Oxford, y aquel contacto con Walt Whitman, con el psicoanálisis, con T.S. Eliot, con Kafka y con las películas de Chaplin lo terminaron de transformar y enriquecer, hasta el punto de que solo a su regreso a Chile, en la década siguiente, concibió la idea que desembocó en su libro de 1954: Poemas y antipoemas.

Tiene razón, mucha razón, la gente / Que se pasa quejando noche y día / De que el mundo traidor en que vivimos / Vale menos que rueda detenida: / Mucho más honorable es una tumba, / Vale más una hoja enmohecida, / Nada es verdad, aquí nada perdura, / Ni el color del cristal con que se mira. / Hoy es un día azul de primavera, / Creo que moriré de poesía, / De esa famosa joven melancólica / No recuerdo ni el nombre que tenía. / Solo sé que pasó por este mundo / Como una paloma fugitiva: / La olvidé sin quererlo, lentamente, / Como todas las cosas de la vida”. La antipoesía desacralizaba a la poesía misma y al poeta, a través de una ironía doliente, la parodia, el humor negro, y a través de sensaciones de soledad, desamparo y alienación social. “En materia de ojos, a tres metros / No reconozco ni a mi propia madre. / ¿Qué me sucede? -¡Nada! / Me los he arruinado haciendo clases: / La mala luz, el sol, / La venenosa luna miserable. / Y todo ¡para qué! / Para ganar un pan imperdonable / Duro como la cara del burgués / Y con olor y con sabor a sangre. / ¡Para qué hemos nacido como hombres / Si nos dan una muerte de animales!”.

Nicanor Parra: solo un tipo de ciencias podía inventar la antipoesía

Un antipoeta prolífico

Parra, que ya se había divorciado de su primera mujer, Ana Troncoso, e incluso de la segunda, la sueca Inga Palmen, viajó y escribió mucho durante los años 60: dio conferencias en EEUU, Perú, México o Panamá, entre otros países, y luego incluso en Europa, Rusia y China. Publicó Versos de salón, en 1962; Canciones rusas, en 1967; y Obra gruesa, 1969. Aquel mismo año recibió el Premio Nacional de Literatura.

Tras el golpe de estado de Pinochet, pasó a formar parte del Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Chile, un reducto de pensamiento libre, e ideó sutiles mecanismos de denuncia a la dictadura bajo el alter ego del Cristo de Elqui, que había sido un campesino (Domingo Zárate) que aseguró ver personajes divinos y montó una secta. Aprovechando aquel nombre, Parra escribió Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979). “El Error es una fuerza motriz / ¡ay del humano que no yerra nunca! / si Colón no se hubiera equivocado / no existiría América del Sur / si no se hubiera equivocado Hitler / no existiría América del Norte / si no se hubiera equivocado Mahoma / todos seríamos musulmanes”.

Nicanor Parra: solo un tipo de ciencias podía inventar la antipoesía

De aquella época fueron también sus Artefactos, antipoemas de reducida extensión, muchas veces acompañados de dibujos. Para Parra, eran “la explosión del antipoema”. Esta especie de greguerías o sesgos rompían absolutamente con el lirismo y utilizaban una vulgaridad muy vanguardista para no dejar títere con cabeza, adelantándose a ese tipo de viñeta crítica que hoy vemos en algunos periódicos o en los muros irreverentes de ciertos barrios. “El pensamiento muere en la boca”, decía uno. Otro rezaba: “Para que algunos pocos coman bien, ¿es preciso que muchos coman mal?” En 1982, publicó sus Ecopoemas, una propuesta ecológica frente al socialismo y el capitalismo como únicas alternativas en que la Guerra Fría había dividido al mundo.

En 1991, le concedieron el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo. En 2001, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Y en 2011, el Premio Cervantes. Aunque no fue a recogerlos y siempre mandó a un hijo o a un nieto, Parra había conseguido democratizar la poesía. Como dejó dicho Artur Lundkvist, la de Parra es “una poesía de dinamitero, desesperadamente anárquica, que irrumpe a través de todo lo que es rutinario reduciendo a polvo la mentira piadosa y las fórmulas de consuelo desprovistas de significado, para desembocar en la nada o en el meollo de una sólida realidad”.

Cuando en 2014 cumplió un siglo de vida y decidió retirarse de la vida pública, lo visitaron en su casa el escritor Roberto Bolaño, la presidenta Michelle Bachelet y hasta el expresidente Sebastián Piñera.

Nicanor Parra: solo un tipo de ciencias podía inventar la antipoesía

Cuando murió definitivamente su cuerpo en 2018, siguió resonando aquel largo poema suyo titulado “Los profesores”, del que se cumplen ahora 50 años justos: “Los profesores nos volvieron locos / a preguntas que no venían al caso / cómo se suman números complejos / hay o no hay arañas en la luna / cómo murió la familia del zar / ¿es posible cantar con la boca cerrada? / quién le pintó bigotes a la Gioconda... / (...) / Hubiera preferido que me tragara la tierra / a contestar esas preguntas descabelladas / sobre todo después de los discursos moralizantes / a que nos sometían impajaritablemente día por medio / ¿saben ustedes cuánto cuesta al estado / cada ciudadano chileno...? / (...) / Un millón de pesos de seis peniques / y seguían apuntándonos con el dedo: / cómo se explica la paradoja hidrostática / cómo se reproducen los helechos / enuméreme los volcanes de Chile / cuál es el río más largo del mundo / cuál es el acorazado más poderoso del mundo / cómo se reproducen los elefantes / inventor de la máquina de coser / inventor de los globos aerostáticos / ustedes están más colgados que una ampolleta / van a tener que irse para la casa / y volver con sus apoderados / a conversar con el Rector del Establecimiento. / Y mientras tanto la Primera Guerra Mundial / Y mientras tanto la Segunda Guerra Mundial / La adolescencia al fondo del patio / La juventud debajo de la mesa / La madurez que no se conoció / La vejez / con sus alas de insecto”.

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