Hay algo que nunca alcanzaremos a comprender, es la falta de asistencia de público a propuestas que proceden directamente de artistas locales, como es el caso de Taller Sonoro, sobre todo cuando revisten la trascendencia de la que ofrecieron ayer. Solo con convocar al profesorado de las instituciones en las que los mismos maestros y maestras imparten clases, su alumnado, al que es imprescindible dotar de una educación relacionada con la música de nuestra época, amigos y familiares, otros agitadores culturales de la ciudad que también organizan certámenes similares y a los que tampoco se les vio anoche el pelo... la sala ofrecería ya un aspecto más agradable, que ni el mal tiempo reinante sería capaz de malograr. El XI Festival de Música Contemporánea Encuentros Sonoros llegó ayer no solo a su ecuador sino a su punto álgido, con tres estrenos absolutos, uno de ellos protagonizado por la compositora mexicana afincada en Londres Hilda Paredes, todo un referente de la música contemporánea y una de las figuras más destacadas del panorama actual, esta vez en estrecha colaboración con el conjunto sevillano, lo que da buena idea del nivel alcanzado por este incluso fuera de nuestras fronteras.
La pieza que presentó el sevillano Manuel Rosal, Inmerseo 2, vuelve a tomar como referencia el preludio La catedral sumergida de Debussy, como ya ocurriera en De un momento, obra que presentó en el Teatro Central hace veintidós años. Así, la pieza estrenada anoche comienza agarrándose a un espíritu amable y ensoñador, casi una elegía pastoral que Ignacio Torner tradujo a delicados acordes pianísticos para ir poco a poco defendiendo su carácter de obra inquietante y misteriosa, con la progresiva incorporación del resto de los intérpretes y el uso medido y reflexivo de la electrónica añadiendo efectos y sonidos subyugantes. Tanto él como la compositora italo-argentina afincada en el País Vasco María Eugenia Luc, estuvieron presentes en la sala. Ella con su emblemática pieza Forest (Bosque), un himno a la naturaleza en plena lucha contra el cambio climático, que se traduce en una serie de soplos y alientos que dan al conjunto un aspecto casi espectral, como si de invocar a los espíritus de los protectores del planeta se tratara, con un amplio sentido programático y una estética melancólica no exenta de tremenda inquietud. Aquí el sexteto convocado se lució a un altísimo nivel con especial mención del saxofón y el piano preparado.
Otro de los estrenos de la noche llegó de la mano del valenciano Manuel Añón, que basándose en las Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino, desgranó Levedad y Multiplicidad en modo transformación con la complicidad del clarinetista Camilo Irizo, su dedicatario, que logró un trabajo tumultuoso y fatigante. Con el soporte electrónico proporcionado por Javier Campaña y una prodigiosa reinvención del clarinete, fuimos testigos de cómo lo más básico y sencillo puede ir progresivamente convirtiéndose en una amalgama de sonidos y efectos, tan bien dosificados y combinados como hábilmente enmarañados para dar cierta sensación de agobio y desasosiego.