La violinista menorquina Assumpta Pons y la violista madrileña Rocío Gómez coinciden en sus trayectorias profesionales por tres vertientes: como integrantes de la Orquesta de Radio Televisión Española, como profesoras en el Conservatorio Teresa Berganza de Madrid y como integrantes del Cuarteto AmarArt. De esta tercera vía les viene seguramente la iniciativa de presentar también programas a dúo, el no tan habitual de violín y viola con el que anoche hicieron un recorrido por los antecedentes y consecuencias de la música de Beethoven, coincidiendo con el doscientos cincuenta aniversario de su nacimiento, una efemérides que Noches en los Jardines del Alcázar se está esmerando en celebrar. Para ello tejieron un programa muy cogido con alfileres en la teoría, ya que propone un hipotético viaje galáctico en el que cada autor representa una parada en el espacio, en forma de planeta, anillos o nebulosa. Pero rápidamente el artificio cedió ante la música, su forma de transmitirla y el derroche de entusiasmo que pusieron en el empeño. La agradable brisa que suavizó la temperatura hizo que también las partituras tuvieran que cogerse con alfileres.
Curiosamente del propio Beethoven eligieron la pieza más breve y aparentemente irrelevante, de entre la muy numerosa y desconocida que el genial autor atesora entre trabajos académicos, regalos para amistades y piezas coyunturales de todo tipo, como ya desgranaron Mariarosaria D’Aprile y Tommaso Cogato en su aportación a estas noches estivales. Su visión del Allegro y minueto WoO 26, original para dos flautas pero sometido a una transcripción tan lograda que no deja atisbar este particular detalle, fue enérgica y jubilosa, marcando la línea estética y expresiva que tan bien mantuvieron durante toda la velada. Antes arrancaron de forma algo endeble e insegura con la Sonata en Fa mayor de Haydn, hasta que pasados los primeros acordes del Allegro moderato inicial la interpretación fue tomando fuerza y ganando en calidad. Como el resto de la serie de seis sonatas Hob. VI, esta pieza rebosa calidad y encanto, además de una exigencia técnica que las dos intérpretes supieron sortear de forma magistral, salvo quizás algún defecto de tono y afinación en el adagio central que no deslució el resultado final.