Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
Actualizado: 20 jun 2015 / 17:35 h.
  • Miguel Poveda durante una de sus tres conciertos en Fibes. / José Luis Montero
    Miguel Poveda durante una de sus tres conciertos en Fibes. / José Luis Montero

Un amigo argentino trataba de explicar el concepto de éxito partiendo del caso de Fito Páez: «Es el único cantante de mi país decía capaz de meter a cuatro mil personas en un teatro, y llevar a otras mil a la puerta diciendo que jamás entrarán en un concierto de Fito Páez». Miguel Poveda ha logrado, a sus 40 años, una gesta parecida: puede llenar tres días seguidos Fibes mientras que pululan por toda la ciudad sus activos detractores: algunos que lo admiraron alguna vez y cayeron en el desengaño, otros que nunca fueron sensibles a sus talentos. Pero todos, los de dentro y los de fuera, certifican su triunfo. Solo una cosa mata al artista, y es la indiferencia.

Arrancó el barcelonés con Para la libertad, la versión del poema de Miguel Hernández que resulta imposible no comparar con la (insuperable) de Serrat, aunque sirvió para enganchar al público desde el primer momento. Una veintena de solventes músicos sobre el escenario, alguno tras atriles de orquesta antigua, una iluminación cálida e intimista y un sonido impecable fueron las credenciales que Poveda mostró desde el minuto uno hasta el final, todo al servicio de su brillo y carisma.

El Romance de la dulce queja de Lorca dio paso a Quevedo y El hielo abrasador, y para no salir del Siglo de Oro continuó con Lope de Vega y su Desmayarse, atreverse de Lope de Vega. Personalmente me gustan más los arreglos melódicos de La lluvia, esos hermosos versos de Borges que Miguel Poveda transmite con emoción y con convicción.

Sin embargo, para quienes hemos seguido al artista desde sus primeros discos nos descoloca esa actitud de crooner que propone en este repertorio y este espectáculo, cantando de pie, vestido de etiqueta y con más giros de vocalista melódico que quejíos de cantaor jondo.

«Tengo una parcela, no de tierra, sino en el escenario, para también cantar flamenco, que es lo que he hecho toda la vida», comentó como si hubiera adivinado los pensamientos de muchos de los presentes. «Y tambien para mi amada canción andaluza, que me acompaña desde pequeño», agregó.

Tranquilizadoras palabras, aunque lo que vino de inmediato fue una balada sobre los versos de El poeta pide a su amor que le escriba. Más amor, que buena falta hace en estos tiempos, y más Federico: ese nunca sobra. ¿Un poco de ritmo latino? Nada mejor que los aires atlánticos de Pablo Neruda en Amor mío si muero y tú no mueres. Vino el Nobel chileno que ni pintado para caldear un poco el patio de butacas, que hasta entonces se hallaba no diremos frío, pero sí un poco aletargado, con lo que gusta en Fibes bailar o, al menos, agitar los brazos como palmeras.

Donde pongo la vida, de Ángel González sonó muy serratiana, quizá dejando ver la mano indisimulable de Pedro Guerra; y concluyó la primera parte con el Alberti más pacifista de Guerra a la guerra por la guerra.

El deseado calor llegó, curiosamente, sin Poveda sobre el escenario, con una rumba instrumental dirigida por un gran Chicuelo. Ya en silla de enea, Poveda sacó a relucir su vertiente más flamenca, aunque tuviera que luchar para imponerse sobre una bajañí a todo volumen. Fue Málaga a Cai, y tuvo que venir el espíritu de Chano Lobato por bulerías a acortar la distancia del respetable con el escenario, porque anoche estaba costando levantar a la gente de sus butacas. Ahí se logró.

De la Bahía a Triana por tientos-tangos con pataíta de propina y tributo obligado a Manuel Molina, llegó el final de la parcela flamenca y saltó Poveda al jardín de la copla, con la que tanto quiere.

En su ambición de ser una voz total, el astro ha dejado en el camino parte de su flamencura. Es lo que no le perdonan los cabales, pero lo que atrae a muchos refractarios de lo jondo que también pagan su entrada. He ahí, quizá, una de las claves de su éxito.