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Actualizado: 07 feb 2016 / 00:08 h.
  • Y después de los Goya, ¿qué?
    Cineastas, intérpretes, técnicos y artistas de toda especie se vestían de gala anoche para festejar su 30ª edición de los Premios Goya con amplia presencia de políticos de diversa procedencia.
  • Y después de los Goya, ¿qué?
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La ominosa presencia de políticos de todo cuño y condición (los mismos que se pasaron toda la reciente campaña electoral sin cruzar una sola palabra en sus debates sobre cultura, cuánto menos sobre cine) anoche, en la gala de los Premios Goya, es una de las paradojas que el mundo de la creación artística soporta desde hace años más o menos estoicamente, confiado a un futuro inminente que nunca resuelve nada. Si sonadas fueron las broncas en el pasado reciente, anoche fue el presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, Antonio Resines, quien concentró elegantemente las demandas en vigor contra los gobernantes en dos conceptos de su discurso: el IVA insufrible y la lucha contra la piratería. Pero el cine español padece otros males de los que también se comenta mucho en estos días, y que están marcando el rumbo de un arte y una industria que parecen condenados a no entenderse.

No hay más que echar un vistazo a las cifras para comprenderlo: Palmeras en la nieve barre en la cartelera, echando a patadas a la mismísima Star Wars, que venía potentísima y con un despliegue publicitario como no se había visto jamás en la galaxia, y dejando en pañales al resto de estrenos. Solo en el pasado mes de enero, tras su estreno el día de Navidad, la recaudación ascendió a 10.432.172 euros. Pues bien: la crítica seria la ha hecho trizas, como no cabía otra cosa de un producto que apenas es más que una traducción de la novela: interpretación, dirección, guion... Para todos ha habido palos. Y ahí sigue, en la cumbre, simbolizando la aparente buena salud (o mala salud de hierro, como decía Neruda hablando de su colega Aleixandre) del cine español.

No es el único caso. Ocho apellidos catalanes, con todo su éxito de taquilla (la segunda más vista del cine español en lo que va de año, y gran pelotazo de finales del año pasado) no es sino la desgraciada segunda parte de toda la vida, millonaria heredera de un talento precedente. Matar la gracia por repetición: eso sí que es un clásico del cine. Español y de fuera, pues la cosa va de pandemia.

Pero el problema de las cifras es que a menudo responden a una cuestión de planteamientos. Copias en el estreno de Palmeras en la nieve: 330. Copias de Ocho apellidos catalanes: 455. Copias de ese incontestable peliculón que ganó el Giraldillo de Oro con todos los méritos en el reciente Festival de Cine Europeo de Sevilla, firmado por José Luis Guerín y titulado La academia de las musas: 7. Desde su estreno en las salas el 1 de enero, ha ganado 60.290 euros. No millones, sino euros. Precisamente esta semana, en Málaga, Guerín –que no es de mucho lamentarse, en todo caso–, decía que hay «cada vez más un trato con consumidores, más que con espectadores». «Cuando irrumpió el fenómeno de las multisalas, se nos vendió la idea de que iba a garantizar una multitud de tipos de cines y de películas, pero ha sido una regresión absoluta, y si comparamos la cartelera de hoy con la de hace treinta años, incluso con Franco, es una tragedia y un desastre absoluto la pérdida de pluralidad de tipos de cine».

La alfombra roja de anoche, los relumbrones, los llantos y los agradecimientos llorosos al padre o a la madre no esconden del todo esta realidad. Alguien tan poco sospechoso de lloriquear como el director de Ocho apellidos vascos y otros tantos catalanes, Emilio Martínez-Lázaro, comentaba lo siguiente justamente el mismo día en que Guerín abría la boca: que en España el cine «más que falta de apoyo» ha sufrido «animadversión del Gobierno», al que acusa de comportarse como si el sector «fuera un enemigo». A ver qué hacen ahora los políticos que anoche sonreían, tal vez porque no hay Gobierno.