Sevilla, 1953, en una oscura guardilla un extraño rito se está produciendo: botellas de ron, puros, enigmáticos cánticos... Sólo la lúgubre luz que dan las velas logra adivinar la fría silueta de una mujer que, casi en estado de trance, parece estar invocando la presencia de un algo o alguien que no se acierta a adivinar. El humo cubre la estancia, y aquella musicalidad ritualista se comienza a extender por cada rincón de aquella casa...
En el piso inferior una familia permanece encogida por el temor, la madre asoma su cabeza a la puerta y pide que cesen aquellos “cánticos infernales”, mientras, en la lejanía de aquel santuario del terror formado en la última planta, una voz ronca y ahogada profiere mil maldiciones...
“No temed hijos míos que ya se irá” es la frase pronunciada de forma dulce por una protectora madre es la que atesoran como un recuerdo indeleble aquellos dos niños que temblaban de miedo ante todo lo extraño que sucedía sobre ellos...
Historia del lugar
Situada en las cercanías de la Puerta del Osario, junto al Muro de los Navarros en Sevilla, la vivienda de esta familia no ha dejado de tener durante todos estos años transcurridos un halo de misterio, en aquella guardilla abandonada nadie se atrevió a subir ni a ocuparla, tan sólo en épocas de exámenes era fugazmente habitada y siempre con la incómoda sensación de estar siendo observado, sensaciones de frío que coincidían con espectaculares bajadas de temperatura y algún sonido extraño que preferían obviar antes que caer en el miedo que les provocaba el lugar.
La zona donde se edifica la vivienda está situada donde, antaño, se ubicaba la llamada “Puerta del Osario”, llamada así por estar ubicada en las proximidades de uno de los cementerios que quedaban extramuros de la ciudad de Sevilla, uno de aquellos cementerios que fueron devorados por el crecimiento de la ciudad que alojaba los restos de miles de sevillanos perecidos en las diferentes epidemias mortales que asolaron durante el siglo XVII a la capital. Aquella entrada monumental estaba ubicada entre la calle Osario y su homónima Puñón Rostro, llamada originariamente como Puerta de Alfar o Vib-Aljar en nombre de aquel quién la construyó en el siglo XII. En 1578 fue remozada y reformada por el Conde de Barajas, en 1849 fue nuevamente reformada por la reina Isabel II y entrado el siglo XX –en los años veinte- dejó de existir en pro de ese, muchas veces, mal llamado progreso.
El “Muro de los Navarros” recibe su nombre de los escasos vestigios que le quedan a la ciudad de aquella muralla que rodeaba a la ciudad y que marcaba su término, quedando perfectamente definidos sus límites, para el historiador, su recorrido siendo ya parte de la Historia de Sevilla.
Hechos insólitos e inexplicables
Así en torno a aquel muro crecieron multitud de viviendas, la de nuestros protagonistas, con más de un siglo de existencia, se construyó hacía 1830, en 1870 se realiza el forjado de la puerta de entrada a la misma quedando patente fu fecha por la inscripción en forja que lleva la misma. Desde su construcción y en diferentes inmuebles de la zona se ha hablado de extraños sucesos y fenómenos anormales que ocurren. Para muchos es la influencia del viejo cementerio que crecía próximo al muro, para otros es debido a las almas desalojadas de los muertos que no han podido reposar eternamente en aquel lecho mortuorio, para los menos son viejas leyendas a las que no atienden por que aún no les afectan..., sea como fuere es un hecho innegable que en la zona han sucedido diferentes hechos extraordinarios que siempre tuvo que ver con la aparición de restos óseos al construir nuevas edificaciones.
En aquella casa vivía la familia Ortiz Rodríguez, tenían dos hijos, nos ubicamos en la década de los 50, y un acontecimiento iba a nublar su vida: una tía, hermana de su madre, se iba a mudar a aquella casa para vivir con ellos. Los primeros años de aquella tormentosa relación iban a transcurrir plácidamente. La “Tía Gracia” siempre mostró inclinaciones por aquellos temas relacionados con lo oculto, con lo prohibido, con los espíritus. Y aquellos niños lo observaban con curiosidad, tanto Santiago como a María del Carmen, les provocaba temor aunque de pequeños lo tomaran como un juego.
El carácter de aquella mujer comenzó a agriarse, tras la pérdida de su hijo pequeño, buscó refugio en las enseñanzas espirituales que entabló con su gurú indio, con el que mantuvo una larga relación epistolar y con el que compartieron algo más que secretos. De aquella relación surgió una suerte de sacerdotisa espiritual que se recluía en su habitación durante largos días practicando rituales... Posteriormente comenzó un aprendizaje y práctica de rituales afroamericanos, de santería cubana e incluso practicas de vudú. Era habitual escuchar aquellos cánticos mezclados en el piso inferior, y lo que surgió como un juego con la “Tía Gracia” se acabó convirtiendo en la psicología del miedo con la que aquella mujer subyugaba a su familia... Conocedora de sus pesares sólo buscaba rencontrarse así misma o tal vez a aquella criatura perdida.
La “Tía Gracia” apenas bajaba de su pequeño domicilio, sabía del miedo que les provocaba a su familia, y pese a la relación que tenía que sostener con ellos, dada su relación y vecindad, sus desavenencias y maldiciones eran constantes creando un clima tenso en ellos... Así se mantuvo hasta el final de sus días. Cuando falleció en 1975 desalojaron sus cosas del piso superior y encontraron los restos de aquella insólita y cruel existencia: velas negras, ron, quemadores, recortes de prensa sobre rituales sectarios, la correspondencia con su gurú y frascos de barro vacíos tapados por un recorte de paño lacrado al recipiente...
Sin saber cómo decidieron deshacerse de todo aquello que a sus padres les resultaba demoníaco, extraño, malo... Y tal vez por su influencia, o tal vez no, comenzaron a suceder cosas en aquel piso...
¿Venganza familiar desde el más allá?
Todo comenzó cuando en aquella guardilla se comenzaron a escuchar extraños sonidos, extraños sonidos, extraños gritos que no parecían provenir de ninguna parte y que llenaba de temor a aquella familia... Eran los comienzos, tal vez, de aquellos improperios y maldiciones que aquella mujer lanzó sobre sus moradores y familia.
La guardilla quedó cerrada casi una década, solo permanecía en ella el viejo y pesado ropero junto a algunos enseres y el polvo comenzaba a tejer su velado manto sobre aquellos restos que jamás volverían a ser tocados.
La época de exámenes devolvió la vida a aquel lugar, María del Carmen subía para estudiar, sin obedecer a ese sentimiento inexplicable que es el miedo subía y comenzaba a sumergirse entre libros de Filosofía y el pensamiento de la época. Durante aquellas jornadas de estudio, relataba: “siempre me sentía acompañaba por algo, como observada, era una sensación muy incómoda... Otras veces la luz comenzaba a apagarse o encenderse, siempre pensé que podía haber sido el pulsador de la luz que tendría algún mal contacto, pero no, el pulsador se cambió en varias ocasiones y no le ocurría nada, otras veces la temperatura bajaba mucho y entonces me tenía que ir de allí por que no se podía estar, era imposible. Pese a que el recuerdo de la “Tía Gracia” siempre estuvo en mi cabeza cuando ocurrían esas cosas, prefería no dejarme llevar por ese pensamiento pues de lo contrario huiría presa del miedo”.
Los hechos insólitos seguían produciéndose, sobre todo esas anomalías eléctricas, esos sonidos extraños y esas bajadas de temperatura. Fallecieron los progenitores de María del Carmen y de Santiago, ambos redistribuyeron la casa y el lugar que ocupaban en ella, María del Carmen ocupó la habitación de sus padres y Santiago la ubicada junto al salón. “Una noche estaba en la cama, no podía conciliar el sueño y pensé en mi madre, se me vino a la memoria las maldiciones que lanzaba la tía, no se si fue casualidad o no pero la luz que daba a la escalera que subía al piso superior se encendió sola, pensé que aquello no podía ser, pero seguía pensando en todo aquello, en mi madre, en mi tía, y la luz parecía responder los pensamientos que tenía...Pasó algo muy raro con aquella luz aquella noche”.
Los fenómenos se acrecentaron cuando en la habitación contigua a la de María del Carmen se escuchó un ruido, un ruido seco que les llenó de temor. Con cautela se acercaron a la habitación, abrieron la puerta y tras ella apareció la silueta y figura reconocible de su padre, fallecido hace años, en una esquina de la cama y de espaldas a la puerta... “La sensación fue tremenda, no esperábamos aquello, quizás algo que se hubiera caído, algo que se hubiera roto... Pero aquello fue una sensación brutal. No tuvimos miedo, era como si estuviera allí para protegernos de algo o de alguien, era como una llamada a la tranquilidad, quizás por todo lo que estaba sucediendo allí arriba... Allí estaba, sentado en la cama, para desvanecerse, fue un choque de sentimientos, un choque de imágenes... Pero era inequívoco, estaba allí sentado en aquel pico de la cama del lugar donde pasaba mucho tiempo”.
En aquel clima de sensaciones contenidas, de miedo, de apariciones, de fenómenos eléctricos extraños, de “voces del misterio” surgidas de la nada se comenzaron a sumar ruidos de pisadas en la planta superior, recuerda Santiago: “como si alguien estuviera en la planta de arriba, pero eso no era posible por que arriba hacía años que no vivía nadie y sólo se visitaba para almacenar trastos o estudiar, poco más”.