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Actualizado: 16 feb 2020 / 04:31 h.
  • Los secretos de Gustavo Adolfo Bécquer

“Todo mortal”, esas fueron las últimas palabras del Gustavo Adolfo. Cuentan que cuando Valeriano Bécquer murió algo se rompió en el alma de su hermano Gustavo Adolfo, era el mes de septiembre de 1870 y no iba a pasar demasiado tiempo hasta que la Parca visitara al ilustre escritor.

Inseparables desde su más tierna infancia la tristeza le invadió, la ausencia era insoportable y, de salud quebradiza, muere unos meses después no sin antes pedir a su íntimo amigo, el poeta, Augusto Ferrán que quemara sus cartas pues “serían mi deshonra” y que “si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo”.

Si hay un escritor que encarna con perfección lo que es la literatura de misterio ese es, sin dudas, Gustavo Adolfo Bécquer. Si para los anglosajones son insustituibles Edgar A. Poe o H.P. Lovercraft en castellano su figura se realza cuando se conoce todo lo que ocultan sus “Rimas y Leyendas”, una dimensión desconocida que adquiere un nuevo valor viniendo siempre de su hábil pluma.

Bécquer, nuestro protagonista

Para conocer mejor su forma de pensar y también lo vinculado que estuvo al espiritismo o el ocultismo debemos conocer su vida, las dificultades por las que pasó y sus experiencias vitales que se plasmaron en sus obras.

Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida -Gustavo Adolfo Bécquer- nació en Sevilla en el 17 de febrero del año 1836, con el paso del tiempo pasaría a ser uno de los autores de la Literatura española más reconocibles, más reconocidos y aclamados, por su estilo, por el concepto del romanticismo, por la profundidad de sus composiciones y relato, ha sido uno de los inspiradores de autores como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, pero también un pionero.

No tuvo una vida fácil pues quedó huérfano siendo un niño, pero jamás perdió la ilusión o la capacidad de soñar. Desde joven tuvo clara que su vocación iba a ser creativa, no sabía si dedicándose a la pintura o a la escritura, pero por ahí se orientaría. Un cambio importante fue el que se produjo cuando abandonó la capital andaluza y se trasladó a la Villa y Corte, a Madrid, ahí comenzaría el cambio en su vida y a tener contacto con los ambientes adecuados.

Su padre era el pintor José Domínguez Insausti, y firmaba sus obras con el apellido familiar: José Domínguez Bécquer, de origen flamenco, los Becker o Bécquer, se asentaron en Sevilla en el siglo XVI siendo su hermano Valeriano el que tomó el testigo pictórico de su progenitor.

Nunca estuvo sobrado de dinero y vivió penurias, la bohemia de la época quedaba muy bien sobre el papel, en los ambientes culturales, pero vivirla día a día era compleja si no se tenía un capital que lo permitiera. Quizás por todo ello, por esas estrecheces económicas, enfermó de tuberculosis, una enfermedad que lo podía llevar a la muerte como sucedió cuando sólo contaba 34 años, el 22 de diciembre de 1870.

No pudo ver sus obras editadas pero serían inmortales y de no haber fallecido a tan temprana edad, posiblemente, sería de mayor trascendencia y alcance teniendo la inmortalidad ganada.

Pintó y también trabajó en la redacción de “El Contemporáneo”, allí escribió “Cartas desde mi celda” y “Cartas Literarias” o “Historia de los Templos de España”. Obras de teatro, poesías, leyendas, artículos, todo forma un conjunto de gran importancia.

Pero sirvan estas pinceladas sólo para conocer un poco la vida de este genio eterno donde también se interesó por otros temas que, implícita o explícitamente, toca en sus obras como la vida tras la muerte, las apariciones, los fantasmas, los mensajes del más allá o el espiritismo que surgió en 1848.

La influencia del espiritismo

El movimiento espiritista entra en España vía Cádiz y Sevilla hacia 1854 y 1855, los primeros libros y noticias del espiritismo tienen su eco en los medios de comunicación y el propio Bécquer escribía el 28 de enero de 1963, en "El Contemporáneo": "Me dan ganas de creer en la metempsicosis" siendo militares, médicos, maestros de escuela y aristócratas lo que más conectaron con aquella doctrina tan especial.

La promesa

En "La promesa" surge un fantasma, una aparición que levita en el aire y da la mano a la difunta Margarita que la luz "conserva viva, latente en su rayo la imagen de las cosas y objetos que hiere" y "el sonido se reproduce eternamente en el espacio", hechos con connotaciones dadas dentro del espiritismo como el llamado "silencio cero" o el levitar incluso en lo que, por analogía, podríamos denominar en aquello del sonido que se reproduce eternamente como las psicofonías o voces del más allá; la luz es un elemento esencial dentro de la comunicación con los espíritus -tal y como se entendía en la época- como en "El Miserere" seguía a Marietta en forma de "rayos de otros soles" de otra vida...

Hay también referencias en sus "Rimas" como en la LXXV que nos habla del espíritu sobre su creador "huésped de la nieblas" donde "alado sube a la región vacía / a encontrarse con otros / y allí, desnudo de la forma humana"..., "de la idea / el mundo silencioso" dónde conoce "a muchas gente / a quienes no conozco".

La figura femenina es la inspiradora de muchas de las historias heterodoxas de Bécquer, igualmente todo lo misterioso, pese a que su relación con la que sería su esposa, Casta Esteban y Navarro -también escritora- no era la más adecuada con peleas matrimoniales y una infidelidad por parte de ella con la que tuvo tres hijos. Pero Gustavo Adolfo tampoco le iba a la saga y estaba tratándose, desde hacía tiempo -1860- por el doctor Francisco Esteban, de una enfermedad venérea, posiblemente sífilis. Su musa pudo ser Elisa Guillén, una vallisoletana que era la "dama de rumbo y manejo", su amante que terminó abandonándole.

Su salud delicada le hizo pasar una temporada, en 1863, en la zona del Moncayo, en el Monasterio de Veruela, en Zaragoza, el aire de la Sierra le ayudaría contra la tuberculosis que era una creencia muy extendida en la época y donde tuvo momentos de inspiración extraordinarias en su obra y cartas como "Desde mi celda".

Una vez recuperado regresa a Sevilla donde estaba muy extendido el espiritismo y donde es nombrado censor de novelas en 1864, un cargo que ya había ejercido anteriormente y que seguirá haciéndolo hasta 1867 en Madrid.

Sobre todo ello habla Daniel Suárez Axtazu, médium de la Sociedad Espiritista Española, en su obra: "Marietta, Página de dos existencias, Páginas de ultratumba (Primera y segunda parte), Obra emanada de los elevados espíritus de Marietta y Estrella" de 1874 -nótese la fecha de la segunda edición-, en Madrid por Imprenta de Folguera. Así dice de Gustavo Adolfo: "Es capaz de no perder ni una sola de la vibraciones que se desprenden de la armonía que se extiende en el espacio y que marcha a perder los torrentes de sus últimas notas en los linderos más apartados de lo infinito. Toca las sustancias más tenues, examina los elementos más simples, y analiza los detalles más delicados (...) Su pensamiento es su elocuencia, y entregando sus sentimientos a un lirismo eterno, puede describir cuadros bellísimos sólo por poner de manifiesto sensaciones". Así lo sobrenatural, lo ultraterrestre, lo etéreo está muy presente en las obras del sevillano.

Simbología oculta

En las obras de Bécquer hay pistas que no debemos dejar pasar, todo un compendio de saber esotérico escondido entre sus “Rimas y Leyendas” y que demuestran el gusto tácito por estos temas del gran autor sevillano.

Fue uno de los estandartes de Romanticismo, viajó por toda España y se hizo eco de muchas historias populares que eran parte de la tradición oral. Es curioso comprobar como cuando llega la “Noche de Halloween” o el “Día de Todos los Santos” muchos se reúnen en torno a los cementerios y leen algunas obras del autor, incluso en algunos de los lugares de los que él escribió o que fueron protagonistas de sus relatos como la famosa “Venta de los Gatos”, el Parque de María Luisa, el Cementerio de San Fernando o el casco antiguo de la ciudad.

Uno de los lugares más bellos lo encontramos en la llamada “Glorieta de Bécquer” donde nos encontramos con un conjunto escultórico que nos lo dicen todo. Está en un pedestal octogonal, el número 8 tan vinculado a los Templarios, donde tenemos al busto del poeta que nos recuerda su nacimiento y defunción, a su lado tres mujeres sentadas que son los tres estados del amor: el “amor ilusionado”, el “amor poseído” y el “amor perdido” y que dan “vida” a la rima de Bécquer ‘El amor que pasa’:

“Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman, / el cielo se deshace en rayos de oro, / la tierra se estremece alborozada.

Oigo, flotando en olas de armonías, / rumor de besos y batir de alas; / mis párpados se cierran... ¿Qué sucede? / Dime.

¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!”

Pero falta algo más, un detalle importante: una figura de bronce, moribunda, dolorida... Es el “el amor herido” junto a Cupido que da forma a aquello de “el amor que hiere”.

Fue una iniciativa de los hermanos Álvarez Quintero y remata el conjunto de Collaut y Bechini un grupo de sauces llorones que ponen el broche perfecto a una obra perfecta que el propio Bécquer hubiera aplaudido.

Maese Pérez “el organista”

Uno de sus relatos más especiales es el que nos habla de un suceso que tuvo lugar en el convento de Santa Inés, próximo a la plaza del Cristo de Burgos con especial significación en la ciudad. Relata como una noche, en el siglo XVI, Maese Pérez debía tocar en la tradicional Misa del Gallo. El excelente organista no hizo acto de presencia, la muerte le rondaba y una enfermedad era el preludio de la misma.

Acudió en su lugar otro organista pero no se acercaba a la calidad del primero cuando, repentinamente, entró en volandas, llevado por sus seguidores, el viejo en enfermo músico. En su rostro la expresión de la cercana muerte y cuando comenzó a interpretar la pieza aquel órgano sonó mejor que nunca, era como si los propios ángeles inspiraran cada nota.

Un momento tan épico fue interrumpido con la última cuando un grito, el de su hija, alertaba sobre la muerte de Maese Pérez.

Al año siguiente se buscaba quién tocara en la misa, su hija también podía pero por respeto no quería hacerlo, así esa noche no habría nadie frente al instrumento pero en el momento de “la Consagración” volvió a sonar el órgano mientras se podía ver y reconocer el estilo inconfundible de quién falleció un año antes. Las teclas se presionaban solas y el hecho fue totalmente paranormal sorprendiendo a cuantos estaban presentes en la misma. El espíritu de Maese se había manifestado para acudir a su cita anual. Ya no lo volvería a hacer más.

La Rima VII viene a acompañar esta leyenda eterna:

“Del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, / Silenciosa y cubierta de polvo veíase el Arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, como el pájaro duerme en sus ramas, / esperando la mano de nieve que sabe arrancarlas!

¡Ay! –pensé– Cuantas veces el genio así duerme en el fondo del Alma, / y una voz, como Lázaro, espera que le diga: “Levántate y anda”.

Los estudiosos de Bécquer ven en su figura el conocimiento esotérico sobre materias que se plasman en su obra y que delatan las inquietudes del autor sevillano, en “Los elementales”, “La Corza blanca”, “La Dama blanca; igualmente el neognóstico en “Trasmundo”, “Leyendas”, “Unus Mundus”, “Ondina-Ánima” e, incluso en la importancia de tener una mujer como inspiración, como musa de sus pasos. También se le identifica como un miembro de órdenes masónicas o teosóficas, pero es algo perteneciente al terreno especulativo.

La Corza blanca

En sus obras pone de manifiesto una serie de arquetipos –tan del gusto de Carl Gustav Jung- donde podemos encontrar el inconsciente colectivo, expertos como el catedrático Martín Almagro-Gorbea creía identificar influencias celtas en las leyendas como “La Corza Blanca”, localizada en la fuente de “Los Álamos”, en Beratón, también a seres sobrenaturales como ondinas y elfos, seres del imaginario popular dotados de características mágicas.

En el relato habla de mujeres con poderes que se convierten en corzas y ciervas cual tradición celta, igual que en la tradición medieval se narraban como había apariciones de la Virgen junto a animales como ciervos o como estos seres sobrenaturales se transformaban en ellos. En “Guigemar” se lanza una saeta a una cierva blanca que tiene una enorme analogía con “La Corza Blanca”. Además el paralelismo existente con Sertorio es evidente pues narra como una corza blanca regalada se le aparecía en el sueño para decirle cuál sería su destino. Sertorio es asesinado en la tienda del traidor Perpenna, en ese momento la corza, que dormía en las proximidades, muere y se convierte en humo.

Símbolos como el corzo blanco, animal albino que indica de las cualidades paranormales, el humo, la reconversión, la pureza, el alma, la adivinación, todo se pone de manifiesto en un relato que esconde mucho más. Para Joan Estruch Tobella, la protagonista “asume y resume tres arquetipos femeninos: Constanza (mujer altiva y caprichosa), Azucena (mujer espiritual), y Corza-Ondina (mujer sensual y diabólica)”.

Arquetipos

Es curioso por qué para los investigadores de lo misterioso una “dama blanca” es una suerte de aparición espectral que destaca por ser un fantasma que no interactúa con lo que le rodea y que suele hacer un recorrido cíclico por una casa o entorno. Se le llama así por las prendas que luce y por emitir una extraña evanescencia.

Los diversos arquetipos femeninos se plasman constantemente en la obra de Bécquer, casi siempre en perjuicio del hombre, como sucede en “El Monte de las Ánimas”, “Los ojos verdes” o “La Corza Blanca”.

En su obra “El Rayo de Luna” es el arquetipo de la luna y del ánima junguiana, Esther Harding en “Los Misterios de la Mujer” indicaba que en ritos tribales se creía que la mujer quedaba embarazada debido a los rayos de la luna, un concepto tan mágico como evocador.

En la leyenda “El Caudillo de las manos rojas” escribía: “¿Oís las hojas suspirar bajo la leve planta de una virgen? ¿Veis flotar entre las sombras los extremos de su diáfano chal y las orlas de su blanca túnica? (...) Esperad y la contemplaréis al primer rayo de la solitaria viajera de la noche; esperad y conoceréis a Siannah, la prometida del poderoso Tippot-Delhi, la amante de su hermano, la virgen a quien los poetas de su nación comparan a la sonrisa de Bermach, que lució sobre el mundo cuando éste salió de sus manos...”.

Las hadas, los duendes y otras criaturas tienen un peso específico dentro del concepto bécqueriano en el que también se retrata una parte del folclore.

El Monte de las Ánimas

Otro de los relatos eternos de Bécquer con un alto componente de misterio. Enmarcada dentro de la colección “Soria” habla de cómo el joven Alonso trató de complacer a su prima durante la noche de difuntos, la noche de la festividad de Todos los Santos. Publicaba el 7 de noviembre de 1861 en el diario El Contemporáneo.

El monte pertenecía a los Templarios y fue el escenario de una dura batalla entre cristianos y árabes. Tras un derramamiento de sangre enorme fueron enterrados los cuerpos contándose como la noche de difuntos las almas corren junto a los animales en ese mismo lugar.

Alonso quiso hacer un regalo a Beatriz, una joya de valor sentimental, ella correspondió diciéndole que en el Monte de las Ánimas perdió la banda azul que era su regalo. Así el joven decidió buscarla.

En la noche la chica tuvo pesadillas, quizás por empujar al joven a buscar la prenda. A la mañana siguiente, al despertar, al pie de la cama estaba la banda, raída y ensangrentada. Alonso había sido devorado por los lobos del monte, al buscar a Beatriz la encontraron muerta.

En la historia hay referencias a la orden templaria, al reloj del Postigo y la Puerta del Postigo de la muralla de Soria, además el convento de San Polo es atribuido a los Templarios y San Juan de Duero –tan especial para el autor- es un monasterio románico de la Orden de Malta.

La Cruz del Diablo

En el entorno de Bellver encontraríamos un emplazamiento maldito pues el Señor del Segre, especialmente cruel, mataba a todo aquel que se oponía a sus deseos y era temido por la armadura que solía tener y entrar en las luchas y combates.

Cuenta la leyenda que cuando lo mataron su armadura cobró vida, lo capturaron y llevaron a juicio... Cuando le pidieron que se la quitara sólo acertaron a quitarle el casco y en su interior no había nada. Encerraron la misma en los calabozos pero logró huir.

Apresada de nuevo la fundieron en una fragua mientras horribles gritos de dolor surgían de ella. Con el metal hicieron una cruz, la Cruz del Diablo en la colina de dicho municipio.

Bécquer comienza así: “Que lo creas o no me importa bien poco. Mi abuelo se lo narró a mi padre, mi padre me lo ha referido a mí, y yo te lo cuento ahora, siquiera no sea más que por pasar el rato”.

Allí tendríamos la ermita de San Bartolomé que protege contra las fuerzas del mal, contra el demonio, al mismo al que el señor feudal de Urgellet o del castillo del Segre entregó su alma si ganaba la batalla contra el pueblo.

En el relato se pone de manifiesto la afición por los relatos y las tradiciones de los pueblos de España y, sobre todo, por aquello que tenía un ingrediente de misterios.

Los ojos verdes

Tendríamos que situarla en la zona del Moncayo donde iba a tener cabida una leyenda donde las protagonistas son las féminas o, más bien, los espíritus femeninos de las aguas.

Nos habla de cómo Íñigo caza con Fernando y lograr herir a un ciervo que trata de huir corriendo a la fuente de los Álamos donde moraría el espíritu del mal. El señor se introduce en el bosque pero el primero, el montero, advierte de los riesgos y mejor dar por perdida la pieza.

Pese a los avisos entra Fernando... Con el paso de los días Iñigo pregunta Fernando por su tristeza y la razón por la que pasa tanto tiempo frente a la fuente de los Álamos; él le responde que pudo ver unos hermosos ojos verdes entre el rocío y que, debido a ello, quedó enamorado o, tal vez, embrujado.

Hay una confesión que habla de los pactos con el diablo y de lo herético: Fernando confiesa que si fuera el demonio lo amaría para siempre. Finalmente una mujer surge que lo lleva, para toda la eternidad, al interior del lago.

Y nuevamente estamos ante esa faceta que recrea el gusto por los seres del bestiario popular, por la fe, por la ensoñación, por los sueños o la encarnación del mal.

El Gnomo

Como parte de los seres populares también escribe de los gnomos, en concreto de un especial que es el protagonista de una historia que cuenta el tío Gregorio a unas muchachas que iban a coger agua a la fuente.

Este señor le narra como como un hombre desapareció buscando la guarida de estos seres, en unas cuevas en la zona donde se decía que escondían un gran tesoro. Ninguna cree el relato menos dos huérfanas llamadas Marta y Magdalena que piensan que podría ser una posibilidad para dejar atrás su mísera existencia.

En la búsqueda la Naturaleza cobra vida, una de las hermanas habla con el río que le dice que el tesoro está en las montañas; la otra habla con el viento que no sabe nada del mismo. Sólo Magdalena regresa.

Nuevamente se aprecia esa relación entre el ser humano y su entorno, con las fuerzas de la Naturaleza –tan presentes en el espiritismo- y la comunicación extrasensorial con la misma.

La cueva de la mora

En "La cueva de la mora" también incide en la existencia de almas que se niegan abandonar este mundo y del amor entre un cristiano y una joven árabe, una cueva que quedó embrujada y la eterna lucha del bien y el mal.

El Miserere

Es especialmente impactante pues nos recuerda a muchos casos de fenómenos paranormales que hoy se describen dentro de lugares encantados. Cuenta como un músico arrepentido trata de crear un himno del dolor del Rey Profeta y para ello comienza a buscar misereres.

Un día llega a una abadía donde le narran como allí murieron los monjes cuando cantaban, como producto de un saqueo. Cuando se cumple el aniversario del trágico hecho ocurre algo inexplicable: se iluminan las ruinas del monasterio y se escucha el canto desde el más allá de los religiosos muertos.

Movido por la curiosidad acude en la noche señalada a las ruinas y comprueba, con sus propios ojos, como está iluminado y los monjes entonan el Miserere. Una vez acabado el canto el músico pierde el conocimiento y al recobrarlo regresa al pueblo para escribirlo pero cuando estaba casi acabado no fue capaz de recordar más y entró eso hizo que se volviera loco y terminara muriendo.

Nuevamente encontramos conceptos que hoy se manejan dentro de estos temas como las "Leyes de la impregnación" o la transcomunicación instrumental.

Neognóstico

También se identifica a Bécquer como un neognóstico donde tres de sus leyendas, las más “orientales”, tienen influencia del dualismo, maniqueísmo y gnosticismo, en “La Creación (poema indio)”, “El Caudillo de las manos rojas (tradición india)” y en “Apólogo”. En la primera de ellas podemos leer: “El amor es un caos de luz y de tinieblas; la mujer, una amalgama de perjurios y ternura; el hombre, un abismo de grandez y pequeñez; la vida, en fin, puede compararse a una larga cadena con eslabones de hierro y de oro”.

Así él, Gustavo Adolfo, narra la “Creación” como una cosmogonía pseudohindú con influencia gnóstica, según el estudioso Antón Risco: “El cuento parece una fiel transposición en una mitología hinduista de la explicación del origen del mundo que proponía un famoso gnóstico de la antigüedad, Saturniano de Antioquía”.

En la obra “Apólogo” la civilización atendería a una creación errónea por qué el dios Brahma, ebrio, así lo realizó. En “El caudillo de las manos rojas” hay elementos neomaniqueos en el simbolismo de la peregrinación por el Himalaya y el Tibet que es señal del crecimiento interno del rajá de Dakka, de Pulo, el protagonista.

Se podría explicar mucho más, sobre sus conocimientos en hermetismo o espiritismo pero como muestra un botón, el que les he relatado. No cabe dudas que su obra tiene la influencia de toda una tradición y conocimientos donde surgen toda clase de fenómenos y experiencias insólitas allá donde la razón nos habla de ese lado oculto de Bécquer y el corazón se deja llevar por las emociones del Romanticismo plasmado en negro sobre blanco.

Hoy día sus restos descansan en un lugar privilegiado de la capital hispalense, junto a su hermano Valeriano, a los pies de un hermoso ángel que alberga los deseos, envueltos en papel, de miles de estudiantes que allí los depositan en una de las “estampas” más mágicas que se puede vivir en el Panteón de los Sevillanos Ilustres dónde, como si fuera parte de una de sus leyendas, comparte espacio con sus famosos fantasmas que parecen querer recordarnos que hay vida tras la muerte y fantasmas que regresan de ella para darnos un postrero mensaje.

Sólo el que lo vive, el que se sienta a contemplar la belleza de tan lúgubre lugar, el que mantiene conversaciones con Bécquer, desde el otro lado, sabe lo que ello significa.