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Actualizado: 19 feb 2021 / 15:52 h.
  • Sesión maldita de ouija en la casa encantada

Nos trasladamos a una casa en Sevilla, con muchos años a sus espaldas, donde ocurrió un acontecimiento que marcaría por siempre a sus habitantes.

Rocío era una chica de 17 años, era el año 1984 y, en esa época, no había ni internet ni whatsapp y boom de los smartphone. Uno tenía otros entretenimientos allá de los convencionales.

A Rocío le gustaba todo lo paranormal, lo misterioso, lo prohibido y una amiga del colegio le había descubierto "un juego fascinantes", era la ouija, un tablero con todo el abecedario, los números, hola-adiós, si y no.

La chica comenzó a practicar sola aquel entretenimiento, cada día jugaba más y más y pasaba más tiempo en solitario frente a aquel tablero cuyos mensajes la fascinaban y tenían absorta.

Ella no se daba cuenta cada día pasaba más tiempo sola, cada vez salía menos a las hermosas e históricas calles del barrio a jugar con sus amigas, su carácter estaba cambiando poco a poco e incluso su salud se comenzaba a resentir.

Poco a poco se volvió más irascible, violenta, adelgazaba ya que apenas comía y se consumía poco a poco encerrada en su habitación sólo teniendo como única compañía a aquel tablero ouija.

Una noche se puso muy mala, con fiebres muy altas y delirios, tenía visiones, veía personajes sombríos por su casa. Los padres deciden llevarla al hospital, al viejo Equipo Quirúrgico que estaba más cercano. Allí no sabían que tenía la joven. Lograron estabilizarla y pusieron un tratamiento, pero no mejoraba.

Cuando los médicos no sabían qué hacer con la chica un vecino, al corriente de la situación, le dijo que visitaran a un cura que tal vez la había poseído un demonio. Aquella idea era descabellada pero era gente supersticiosa y antes quisieron comprobar si había algo que la chica les había ocultado.

Una noche, a fuerza de mucho insistir, la chica confiesa que ha estado el último año y medio jugando con la ouija y un demonio, y que le dijo "que quería quedarse allí a vivir con ella".

Alarmados contactaron con un equipo de investigación que acudió a la casa y pidió que realizara una sesión de ouija que ellos grabarían, en la misma captaron una clara psicofonía que les advertía que quería aquella joven para sí.

Estudiando el caso, y la salud de la chica, decidieron meter fuego a aquel tablero y poco a poco fue mejorando.

Cuando, al cabo de un par de meses, la joven se restableció, se le dio un consejo que no volvió a desobedecer: "no vuelvas a jugar a la ouija".