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Actualizado: 15 mar 2019 / 16:39 h.
  • Composición de finales del XIX realizada por el ilustrador Comba. / Antonio Puente Mayor
    Composición de finales del XIX realizada por el ilustrador Comba. / Antonio Puente Mayor

«Los oficios del Domingo de Ramos principian a las seis de la mañana. Después de tercia bendice su eminencia las palmas y olivas y sale el ilustrísimo cabildo eclesiástico en procesión por gradas. Al regresar al templo el subdiácono da con el asta de la cruz un golpe en la puerta contigua a la Giralda, para significar que el Redentor con la suya nos abrió las del cielo». Con estas palabras describía el Diario Oficial de Avisos de Madrid los actos que tuvieron lugar en la S. I. Catedral de Sevilla el 14 de abril de 1878. El año de la elección del Papa León XIII, de la creación del Principado de Bulgaria, del nacimiento de Pancho Villa y la muerte de María de las Mercedes, «la reina más sevillana», cinco meses después de su boda con Alfonso XII. Trescientos sesenta y cinco días en los que el incipiente mundo del fútbol dio la bienvenida al Manchester United, el gobierno español y los rebeldes cubanos pusieron fin a la Guerra de los Diez Años y Thomas Edison patentó el fonógrafo. En suma, un año repleto de luces y sombras que supuso un nuevo avance en la consolidación de la Semana Santa, tras los episodios revolucionarios ocurridos una década atrás. Aquellos que provocaron la pérdida de la capilla del convento de San Basilio —sede de la hermandad de la Cena—; el desalojo de la Amargura de San Juan de la Palma; el derribo de la parroquia de San Miguel —que acogía a los titulares del Amor y Pasión—; o la expulsión de la Esperanza de Triana de su sede de la calle Pureza.

Un paso cedido por la Vera+Cruz

De un modo similar a lo ocurrido en 1867, cuando la hermandad de los Negritos inaugurase los cortejos penitenciales del día, la principal novedad de aquel Domingo de Ramos fue la incorporación de Las Penas, corporación cuyas Reglas se habían aprobado el 19 de abril de 1875 en la parroquia de San Vicente. Sin embargo, al estar el templo ocupado por los pasos de la Cena y las Siete Palabras, sus hermanos se vieron obligados a estrenarse desde el convento de monjas dominicas de Santa María la Real, ubicado en el mismo barrio —desde 1992 es sede del Noviciado de los dominicos en España y lleva el título de Santo Tomás de Aquino—. Ese día, los devotos pudieron admirar en las calles la imponente imagen de Jesús Caído que durante siglos se había custodiado en el claustro principal del convento Casa Grande del Carmen, sito en la calle Baños. Una efigie que, bajo la advocación de las Penas, era venerada por los carmelitas calzados siguiendo el ejemplo de San Juan de la Cruz. Dado que la invasión napoleónica había provocado la clausura del convento, y que tras su reapertura en 1845 se había hundido el techo de la iglesia, el Señor estuvo presidiendo la capilla del Santísimo hasta la Gloriosa de 1868, fecha en que pasó al templo parroquial de San Vicente. El primer paso, cedido por la hermandad de la Vera+Cruz —radicada por entonces en San Alberto y que no procesionaba desde 1853—, iba alumbrado por cuatro faroles y poseía una peana muy sencilla de tableros y pilastras, jaspeadas y doradas «y sobre ella otra más pequeña que recibe un figurado monte en el que va la imagen del Señor, y sobre la primera peana seis ángeles mancebos en actitud», según el historiador Bermejo. Tras este, la cofradía puso en la calle el palio de la Virgen de los Dolores, una imagen de tristeza que recibía culto en la misma parroquia, y que al parecer provenía de una esclavitud Servita que residió allí en el siglo XVIII. Como es de suponer, el estreno debió causar sensación en la Sevilla de la época, deseosa de novedades.

1878. El año de las Penas, la Victoria y Manuel Torre

El Santo Crucifijo de San Agustín

El Martes Santo, la hermandad de la Cena haría estación en solitario desde la parroquia de San Vicente con dos pasos. Según recogió Morales Gutiérrez en su crónica del diario El Porvenir, «en el primero iba el Cristo de la Humildad y Paciencia con dos judíos en actitud de abrir el agujero para la cruz, y en el segundo el de la Virgen, que estrenaba palio». ¿Y qué pasó con el misterio? Pues que se quemó en el almacén de Relator donde se guardaban los enseres, aquel fatídico año de 1868. Al día siguiente, la ciudad volvió a estremecerse con la contemplación del Santo Crucifijo de San Agustín, imagen gótica de principios del XIV, cuya hermandad sería restablecida en 1876, tras ciento cincuenta y tres años de silencio. Desde la parroquia de San Roque, el Señor de rostro inerte, pelo natural y faldellín de tela, precedió a la Virgen de Gracia, que estrenaba saya y manto de terciopelo negro, y palio morado salpicado de estrellas. Como anécdota, este último paso se vio obligado a realizar un rodeo tras no caber por una calle del recorrido. Junto a esta corporación, la Catedral acogió a las hermandades de la Lanzada y las Siete Palabras.

1878. El año de las Penas, la Victoria y Manuel Torre

Más estrenos y regresos

El Jueves Santo le tocó el turno a Monte+Sión, la Quinta Angustia, El Valle, Pasión y Columna y Azotes. Antes, el arzobispo sirvió «una espléndida comida a trece pobres vestidos a su costa», según rezaba la prensa de la época, que también resaltó «el zócalo, restaurado con mucho gusto en el año ante-próximo» del paso de la Oración en el Huerto. En el caso de la hermandad cigarrera, la novedad era el retorno de su paso de palio, con la bellísima Virgen de la Victoria, y cuyos respiraderos habían sido cedidos por los hermanos del Cachorro. Bermejo apunta también el estreno de túnicas negras en Pasión, desde 1868 radicada en la Colegial del Divino Salvador. Ya en la jornada del Viernes Santo, hicieron su estación durante la Madrugada las cofradías del Silencio, Gran Poder, la Macarena y la O, esta última estrenando la saya de la Virgen y la restauración de sus andas. De la Esperanza Macarena hemos de subrayar que, por aquel entonces, procesionaba bajo un palio de metal plateado obra de Ysaura, o que el año anterior el rey Alfonso XII la había acompañado desde el Arco hasta San Gil. Horas más tarde, los nazarenos del Santísimo Cristo de la Expiración y Nuestra Señora del Patrocinio volvían a tomar las calles de Triana tras once años de ausencia, y con la novedad de ver su primer paso restaurado y precedido por un flamante senatus de terciopelo morado, con letras y flecos de plata. Esa Semana Santa la completarían las hermandades de la Soledad de San Buenaventura, Carretería, Montserrat, La Exaltación, La Mortaja y la Soledad de San Lorenzo; si bien uno de los grandes «acontecimientos cofrades» del año tendría lugar meses más tarde en Jerez de la Frontera, con la venida al mundo de Manuel Torre, probablemente el mejor saetero de todos los tiempos.