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Actualizado: 10 oct 2017 / 22:45 h.
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Qué disparate. Qué barbaridad. Qué sinrazón. Qué cinismo. Qué catástrofe. Cataluña se hace el harakiri. Ni es independiente ni es democrática. Ha huido de la semántica y de la realidad. Nada es válido, nada tiene sentido, nada es lo que parece. El catalanismo más antiespañol se ha visto al fin con la oportunidad de perpetrar su presunto destino histórico, pero solo amaga, que es su gran especialidad. Y presumen de haber actuado con responsabilidad y de no haberse dejado arrastrar por el espíritu revolucionario de la CUP.

El esperpento de la sesión de ayer en el Parlamento catalán, vivido y sufrido con angustia por millones de ciudadanos a través de los medios de comunicación, ejemplifica a la perfección lo que aseveró con fuerza Borrell el pasado domingo tras la manifestación de la Cataluña españolista. Así estamos por la cobardía de tantos y tantos que en Cataluña han consentido tanto engaño. La quinta de Puigdemont se ha empeñado en ser más papistas que Pujol para romper la concordia y la convivencia entre catalanes. Y utilizan esa ruptura como ariete para atacar la unidad de España, la identidad de los españoles y la estabilidad de la Unión Europea. La Cataluña de sesgo reduccionista ha devenido en una pésima combinación de osada inmadurez, complejo de superioridad y neurótica cobardía. Y ahora se hace la víctima ante los ojos del mundo entero, pidiendo a la desesperada mediadores para que la protejan de sus propias arbitrariedades, de su propia paranoia. La independencia que se declara y a la vez se suspende. Las leyes iniciáticas que no se cumplen ni en su estreno. Si no fuera tan crucial lo que ponen en riesgo, las vidas y haciendas de millones de personas, se diría de Puigdemont y su gobierno cuando comparecen y causan tamaña inseguridad jurídica: ¿de dónde ha salido esta cuadrilla de incompetentes niños mimados? ¿en qué escuela de actores les han enseñado a fingir y a mentir del derecho y del revés? ¿qué patria voy a constituir con semejantes insensatos?

Me temo que nadie le ha dicho la madre de todas las verdades a los 390 periodistas extranjeros que ayer estaban acreditados en el Parlamento catalán para informar apresuradamente sobre la posible 'fumata blanca' a la ruptura de España. Todo este colosal cisma tiene una base raquítica: la carambola que la normativa electoral (por efecto de la Ley D'Hondt que discrimina en favor de las listas con más votos para el reparto provincial de los escaños) propició en las elecciones autonómicas de 2015 a la candidatura conjunta de CiU+ERC para lograr una exigua mayoría parlamentaria mediante un 'diabólico' pacto con la CUP. Con el 48% de los votos, tienen el 54% de los escaños. Esa es la circunstancial y endeble piedra sobre la que han edificado su totalitaria reinvención del pueblo catalán como sujeto político de pensamiento único donde la voluntad de una minoría es el único mandamiento sagrado y al que debe resignado sometimiento el común del vecindario. Al menos el socialista Iceta tuvo la perspicacia de pronunciar ayer en cuatro idiomas la frase que resume toda la impostura: “una minoría no puede imponerse a la mayoría”.

Una vez más, le endosan al Gobierno de España la responsabilidad de solucionar el problema que ellos provocan. Y además exigen que sean benévolos con su sistemática actitud golpista. Deseando que hoy Rajoy se equivoque por exceso o por defecto, es la única opción que tienen en Barcelona para mantener prietas las filas del independentismo fijando la atención en la pérfida Moncloa. Una vez más, en lugar de iniciar el diálogo con los demás partidos políticos que representan a los catalanes en el Parlamento, el tándem Puigdemont-Junqueras les ignora. Como si solo existieran ellos... y Madrid.

Cualquier evolución de esta crisis de Estado obliga a elegir entre lo menos malo y lo peor. Ojalá la aceleración del éxodo empresarial con el traslado de sus sedes sociales a otros lugares de España haga capitular esta misma semana al irredento gobierno de la Generalitat. Es la opción menos traumática de reconducir esta locura.