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Actualizado: 19 oct 2022 / 18:46 h.
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  • ¿Condenados a la desesperanza?

En tiempos tan convulsos me sigo preguntando si la condición humana en este siglo ha cambiado con respecto al pasado y si seguirá cambiando en el contexto de los vertiginosos vuelcos que se producen en el planeta. ¿Hacia dónde vamos? Esa sería la simple y natural cuestión que podría ponerme porque a todo ser humano le preocupa el futuro. Sin embargo, el asombro y la perplejidad que me producen la catastrófica situación en la que se encuentra envuelta la humanidad, por tensiones geopolíticas, por conflictos bélicos, por el hambre y la pobreza que persisten, por lo que está produciendo el cambio climático, por el riesgo constante en que vive la biodiversidad, agrava aún más el cuestionamiento.

Me preocupa sin duda la cada vez mayor desaparición de conceptos como “prójimo”, “familia humana” o “solidaridad” como base de nuestro estilo de vida, dando paso a la cultura del “sálvese quien pueda”, que se ha instalado en nuestra sociedad con escasas excepciones.

He venido alimentando durante años la fe en la excelencia humana; sin embargo, abrir un periódico o mirar un telediario en estos tiempos hace que ese sueño arriesgue de irse a la deriva.

No menos desesperanza me produce la política, en muchos casos en manos de elites sin convicciones morales ni preparación profesional, que prefieren inclinarse con sus actos no a la gobernanza y al servicio de los seres humanos, sino a la administración de las cosas y a la promoción de ideologías trasnochadas. Situaciones que a menudo no encuentran oposición en los medios de comunicación, más ocupados en difundir opiniones y ruidos que hechos o, en el peor de los casos, renunciando a su papel de “cuarto poder”, de prensa libre e independiente y dejándose manejar por la política dominante a cambio de los dineros necesarios para mantener la empresa mediática. No sé cuántos tienen claro que la comprensión de la realidad y el análisis de la actualidad requieren un principio basado en la verdad que se apoya en la ética y no en las ideologías ni en la economía.

Los seres humanos se están acostumbrado a vivir en una profunda soledad rodeada de la frenética marea de miles de anónimos que nos pasan al lado y del espejismo de comunicación que nos proporcionan los juguetes digitales. Sin embargo, lo que realiza a los seres humanos es la relación con la naturaleza, con el conocimiento, la espiritualidad y el encuentro fraternal y pacifico en nuestro hogar común, que es la Tierra, con los otros miembros de la familia humana.

Todo lo que está pasando poco nos habla de progreso, de libertad y de bienestar pleno. Vivimos ahora en un sistema que parece avanzar a golpe de un uso perverso del “database” por parte del “gran hermano” que con esa tecnología de vigilancia acumula, conserva y analiza información sobre la vida de las personas y las familias para permitir el acceso a la psique de los ciudadanos, como si se tratara de formatear un aparato, dirigiéndonos como consumidores por nuestros gustos, poder adquisitivo, clase social o lugar de vivienda, hacia un producto o moda. En la política este sistema también va conociendo nuestros datos y así, por ejemplo, puede usar mecanismos para despertar simpatías por una candidatura artificial tras identificar posibles afinidades en los votantes.

La democracia no puede crear contextos donde votar se asemeje a comprar. La guapura explotada de un candidato no puede sustituir a la verdad o al compromiso de cumplir un programa electoral honrado y sensato.

O todo esto lo arreglamos o seguiremos condenado a la desesperanza. Yo no quiero perder la capacidad de ver que puede haber una luz tras esta noche oscura.