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Actualizado: 21 ene 2023 / 10:07 h.
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  • El cantaor Antonio Chacón y el guitarrista Ramón Montoya. / El Correo
    El cantaor Antonio Chacón y el guitarrista Ramón Montoya. / El Correo

Don Antonio Chacón García, el mejor cantaor de la historia –para mí, claro–, murió en Madrid el 21 de enero de 1929. Hoy, por tanto, se cumplen noventa y cuatro años de su marcha. La Niña de los Peines, que lo adoraba, se encerró en su cuarto y estuvo horas llorando. Le dolieron los gañafones que le metía Manuel Torres al cante, pero su cantaor fue Chacón. Por eso cuando murió el genio, la Emperadora del Cante grabó unos discos en Polydor en los que lo homenajeó interpretando algunos palos de su repertorio con el guitarrista Ramón Montoya. El cantaor moguereño José Rebollo Piosa, que estuvo en la grabación –fueron juntos a grabar con el citado guitarrista para el mismo sello–, se emocionó tanto que se partió un vaso en la cabeza. Todos los grandes del cante amaron a Chacón, don Antonio, siguieron su escuela y lo respetaron hasta después de muerto. Algunos mediocres, en cambio, lo culparon del “desastre” de la Ópera Flamenca, cuando esta etapa duró treinta años (1925-1955) y Chacón murió a los cuatro años de comenzar. Pero igual que culparon a Silverio de “prostituir el cante gitano”, culparon al maestro jerezano de fundar el gorgorito, el falsete, la melodía comercial. El cantaor gitano Juan Junqueras hizo lo mismo que Silverio y Demófilo no le riñó. Y el también cantaor gitano Manuel Torres actuó en las plazas de toros, como don Antonio, y nadie lo responsabilizó nunca de nada.

Siempre hubo un poco de mala leche contra el cantaor de San Miguel, Chacón, sin quien no se podría entender el cante flamenco. Fue tan grande que casi un siglo después de su muerte y a pesar de que lo enterraron bocabajo por si resucitaba, sigue vivo y presente en el repertorio de los jóvenes intérpretes del cante. Que no haya nada en Sevilla que lo recuerde, con lo que el maestro hizo por el flamenco en nuestra ciudad, es algo que cuesta entender. Nació en Jerez en 1869 y con 18 años ya vivía en la Alameda de Hércules con sus padres. Se empadronó como, “de profesión, zapatero”, como su padre, y al poco tiempo ya era la atracción de los dos grandes cafés cantantes de la capital andaluza, El Burrero y el Salón Silverio, donde compitió con maestros como Juan Breva, Paco el Sevillano o el propio Silverio. Con la crisis de los cafés sevillanos, ya en el siglo XX, emigró a Madrid y se hizo el amo. Nunca un cantaor andaluz gozó de tanto predicamento como Chacón en la Villa y Corte. Por eso su entierro fue un río de dolor por las calles de Madrid: porque ningún madrileño se olvidó de sus grandes noches en Fornos, Villa Rosa o Los Gabrieles, ni de sus lecciones magistrales en los grandes teatros de la ciudad. Tampoco olvidaron nunca cómo andaba por las calles, vestido como un marqués, ni cómo subían y bajaban los andaluces por la gran calle de Alcalá, que relucía por caracoles, sus caracoles.

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