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Actualizado: 30 ene 2020 / 05:00 h.
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  • El muro de los medios

Teníamos al Muro de Berlín como el Muro de los muros, peor que la muralla china, la maldad hecha ladrillo y cemento. Pero el siglo XXI se caracteriza por levantar muros de todo tipo: visibles e invisibles. Los medios cada vez levantan más muros, pero lo curioso es que al mismo tiempo aparecen otros medios que los derriban.

Los muros de los medios persiguen que la gente pague por informarse y formarse, algo que debió hacerse desde un principio y no ahora, aunque sea necesario para que los periodistas y demás profesionales de la comunicación y el pensamiento puedan comer. A veces, un muro en un diario digital es como una especie de coitus interruptus periodístico porque estás leyendo un texto sesudo y de pronto se va disipando hasta que alguien te dice: si quiere seguir leyendo a este o a esta genio, pase por taquilla.

Este sistema mural se ha implantado hasta ahora de forma muy escasa en comparación con la enorme masa de datos que circula por la red. A primera vista es justo pero el asunto es que genios hay pocos y siempre sueles encontrar enfoques muy similares o mejores, y gratis, por otros lares de la red. Como dijo Clint Eastwood, la opinión es como el culo, todos tenemos una. Claro que hay culos y culos, pero el caso es que gozamos de muy buenos traseros que no cobran ni construyen muros para decirnos cosas que están en otros muchos lugares de la red y de los libros de papel de toda la vida, los libros clásicos de todas las épocas y los buenos libros de historia, los documentales gratis o no que ahora te compras por dos euros en una gran superficie o los buscas por YouTube donde cientos de profesores te dan clase gratis de lo que quieras.

Han aparecido nuevas plataformas informativas y de análisis serios que han derribado los muros. No, ya nadie es imprescindible, ninguna firma lo es, la red ha abierto el camino a muchos talentos y a muchos más que no son talentos sino todo lo contrario. El dilema y el desafío que tenemos es separar el grano de la paja y distinguir las voces de los ecos. Y eso se hace –para empezar- leyendo historia que es la madre de la vida, hincando codos, con esfuerzo y constancia, expresiones diabólicas en estos tiempos. Por tanto, hay una brecha de la que apenas se habla; la de los ilustrados y los no ilustrados.

Pagar para leer a un cerebro que todos los días dice esencialmente lo mismo no es un acto intelectual ni científico sino de necesidad psicológica e incluso religiosa.