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Actualizado: 12 sep 2020 / 10:03 h.
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  • El Museo de Camarón

En un puñado de semanas abrirá sus puertas el Museo de Camarón de la Isla, en San Fernando (Cádiz), una de las grandes figuras del cante de todos los tiempos. Estuve viendo las obras hace unos meses y el edificio es magnífico, al lado de la inmortal Venta de Vargas, donde jugaba y cantaba de niño ante la mirada atónita y maternal de María Picardo. Siendo San Fernando una tierra de artistas históricos del flamenco, desde el Fillo y Ramón Sartorio hasta Camarón y Sara Baras, lo cierto es que no sonaba mucho la ciudad gaditana. Cuando este museo abra sus puertas, centenares de personas entrarán a diario para ver cosas del genio del cante, desde un traje hasta su Mercedes, que ya está colocado en su expositor. Esas personas utilizarán hoteles y restaurantes, luego se activará la economía en la zona, que falta le hacía. Ojalá en Cádiz hicieran lo mismo, y hasta en el Puerto de Santa María. Así que no es solo un homenaje al gran artista gitano sino una buena oportunidad para la economía de San Fernando y la zona en general.

¿Por qué no se había hecho hace unos años? Por la misma razón por la que aún no existen el museo de Antonio Mairena o el de Pepe Marchena: porque en Andalucía somos muy dejados. En el Museo de Camarón se han invertido ya varios millones de euros que han salido de fondos europeos, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de San Fernando. Cuando se quiere, se puede. Lo merecían San Fernando y Camarón. No hay rincón del planeta donde no hayan oído hablar del fenómeno del cante y en breves semanas podrán entrar y disfrutar de todo lo relacionado con la vida y la obra del artista, de un genio que revolucionó el cante siendo apenas un adolescente. Se habla de él como del mejor cantaor de todos los tiempos, a veces desde la pasión desmedida. Ocurre con José Monge Cruz como pasó con el Niño de Marchena hace un siglo, que armó tal lío al salir, que los aficionados lo seguían a todas partes como si fuera un enviado de Dios.

A la Niña de los Peines la recibían con banda de música en los pueblos a los que iba a cantar en las dos primeras décadas del pasado siglo. Y a Camarón, como he visto muchas veces, iban los gitanos a los festivales de verano para que el maestro tocara a sus hijos y que les diera suerte en la vida. Cómo no iba a tener su museo y todo lo que sean capaces de imaginar para él en su tierra.

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