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Actualizado: 14 may 2018 / 23:19 h.
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Entre el demencial proceso del procés que va camino de la eternidad y la importancia que, día a día pero sin ninguna razón, se le sigue dando a la disolución de ETA, llevamos no se sabe cuánto tiempo engolfados en una espiral que envuelve a una España cada vez con menos peso en Europa (cuando ésta vuelve a verse en la necesidad de recargar las pilas) y paralizada interiormente. Cada vez son más los indicadores advirtiendo de un estado de postración que diluye la cohesión y aumenta la sensación de estar en un Estado volátil en el que en cada uno de sus territorios cada vez hay más gente pensando en que lo más conveniente es ser igual de díscolo que Cataluña y el País Vasco. En medio de esa situación, Rajoy, que a lo largo de toda su carrera política a Andalucía no le ha hecho más que desplantes, hace cuatro días la calificó de «ejemplo de lealtad constitucional».

Puede que exista alguien al que las palabras del presidente del gobierno le hayan sonado a piropo; puede que haya habido quien, al escuchar esas palabras, haya pensando que, de aquí en adelante, la fidelidad será recompensada y, por ejemplo, en los próximos presupuestos Andalucía tendrá más euros que los que le correspondieron en el pasado aunque no sea más que porque, aquí, el Estado no tiene que gastar nada en barcos llenos de policías y cosas así. Pero mucho me temo que no habrá nada de eso. Dichas a los postres de una cena y en un paréntesis en medio de la situación en la que el país vive, suenan lo mismo que cuando los dueños decían de un criado que era laborioso y servicial.

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