Se van cerrando los festivales de verano más importantes y llama la atención cómo ha bajado el nivel en algunos de ellos, como, por citar solo dos, la Reunión de Cante Jondo, de Puebla de Cazalla, y el Festival de Juan Talega, de Dos Hermanas. La Reunión, además, celebra sus cincuenta años y el cartel no parece muy apropiado para tan importante efemérides. Y no hablemos del Gazpacho de Morón, con solo dos cantaores encabezando el cartel, Arcángel y Pedro el Granaíno.
Como hemos dicho en otras ocasiones, estos festivales de los pueblos nacieron como alternativa a una etapa del arte jondo en la que determinados ídolos que venían de la ópera flamenca comerciaban con él sin escrúpulos. No creemos que haga falta dar nombres que están en la mente de todos los aficionados. Uno de aquellos espectáculos se llamó Todas contra mí, para que se hagan una idea de cómo eran los reclamos para llevar muchos aficionados a teatros y cines. Llevaban a veces hasta a flamencas en paños menores.
Sobre el nacimiento de los festivales de verano se ha escrito mucho y también se han contado cosas que no son ciertas. No es cierto, por ejemplo, que fueran Antonio Mairena y el representante Jesús Antonio Pulpón los que iniciaron esa etapa. Pero antes de dar detalles concretos hay que decir que lo de dar festivales en los pueblos era algo ya muy viejo, del siglo XIX. Recordemos una vez más que Silverio creó una compañía de flamenco con la que recorría ciudades y pueblos grandes, con artistas en esa compañía como José Lorente, el Cuervo Sanluqueño, Salvaorillo, El Pintor, Miguel Macaca o el Maestro Pérez. Y el formato era el mismo de los festivales de hoy.
Estas compañías estuvieron recorriendo los pueblos hasta los años setenta, más o menos, pero en 1957, la Hermandad de los Gitanos de Utrera celebró una cena flamenca sin intención alguna de inaugurar una nueva etapa en este arte, y a esa cena estuvieron invitados algunos artistas de renombre. Tanto éxito tuvo que se acabó convirtiendo en un festival, el Potaje Gitano de Utrera, el más antiguo de España.
¿Qué diferencias había entre esta forma de dar un espectáculo de flamenco y la de aquellas compañías de Silverio o Pepe Marchena? Que los organizadores comenzaron a contratar a cantaores, bailaoras o guitarristas que por lo general no se movían en esas compañías o en el teatro. Me refiero a cantaores como Juan Talega o Perrate, o a guitarristas como Diego del Gastor. Y Antonio Mairena, que aún no tenía la Llave del Cante y que, por tanto, todavía no era una primera figura, vio en el inicio de esa nueva etapa la oportunidad de su vida: cantar para los aficionados al cante menos comercial.
Cuando le dieron la Llave en Córdoba, en 1962, se creó un festival en su pueblo, del que él fue precursor, pero no era solo de cante jondo, sino de cante y de canciones folklóricas, que luego pasó a llamarse Festival de Cante Jondo Antonio Mairena y a ser, sin duda, el mejor del verano. Es cuando Antonio Mairena entiende que debe liderar esa nueva etapa para acabar con los últimos coletazos de la ópera flamenca y dar protagonismo a artistas, sobre todo gitanos, que estaban algo arrinconados en sus pueblos, como eran el citado Juan Talega, su primo Manolito de María, Perrate, Diego del Gastor, Melchor de Marchena o las entonces muy escondidas Fernanda y Bernarda de Utrera.
Aquellos tiempos no volverán, como tampoco van a regresar los mejores años de la ópera flamenca, que existieron. Pero no estaría mal que los que organizan ahora estos festivales cuidaran un poco los carteles.