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Actualizado: 21 may 2022 / 04:00 h.
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  • Foto: EFE
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En España hay personas que aún ven en el ejército a los soldados de Franco a punto de tomar Madrid, Barcelona y Valencia para hacer público lo de “cautivo y desarmado el ejército rojo... la guerra ha terminado”, y que creen que la policía y la guardia civil son los cuerpos represivos del franquismo, el tardofranquismo y la transición. Por supuesto que en las fuerzas armadas y en los demás cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado habrá de todo, pero lo que toca ahora es mirar al frente, paso largo, crear un país poderoso y respetado -hasta temido que es indispensable para que te respeten- y colocarnos ahí arriba, donde estuvimos y adonde deberíamos volver.

Cuando el otro día nada menos que el presidente del gobierno llamó piolines a los miembros del orden enviados a Cataluña para proteger el Estado, contribuyó sobremanera a que se siga teniendo esa visión cuartelera y retrógrada de las fuerzas armadas en general, sean soldados, policías o guardias civiles. Me imagino lo orgullosos que se sentirán los que vimos desde toda España y el mundo quemando contenedores, incendiando determinadas partes de Barcelona, rompiendo escaparates, agrediendo agentes sin que estos pudieran apenas defenderse por orden gubernativa. Si voy a una manifestación y aquello se desbarra ya sé que me pueden dar un mazazo y hasta arrancarme un ojo y si esa manifestación es ilegal, más todavía. En todas las manifestaciones callejeras de todos los países del mundo se cometen tropelías que, en el caso occidental, el Estado de derecho debe aclarar después.

Por encima de todo eso se encuentra la defensa a ultranza de las instituciones del Estado y, más, de unas instituciones armadas mal pagadas y mal pertrechadas. Ese pensamiento débil de un PSOE que con su debilidad nos va a entregar a la derecha muy de derechas con tal de no molestar a los fundamentalistas fascistoides de Cataluña y al progrerío insulso que hay dentro de Podemos, debilita a un país y desalienta a sus habitantes. A mí aún me dan repelús los uniformes por mis tiempos de subversivo y el miedo que pasé. He visto en época de “los grises” cómo a un trabajador que iba corriendo a mi lado por la Puerta de Jerez, en Sevilla, lo alcanzaba una pelota de goma en el cuello que, si le da algo más arriba, en la cabeza, lo deja en el sitio.

Eso puede volver a ocurrir y puedo ser yo la víctima. Sin embargo, tengo claro que este ejército, esta policía y esta guardia civil son mis defensores a pesar de los elementos negativos minoritarios que existan en su interior. Es lógico que esos a los que el señor Sánchez tachó de piolines nada menos que en Las Cortes, estén hasta los cataplines del presidente y algunas asociaciones lo hayan tachado de sinvergüenza. Las Cortes es la casa de todos los españoles, de los “piolines” también, que no tienen nada de muñecos ni de dibujos animados, se están jugando la vida porque nosotros sabemos las armas que portan pero ellos no saben las que puedan llevar escondidas algunos manifestantes.

Ya vale, estoy harto de vivir en un país donde no veo avances sustanciales en el pragmatismo que hay que tener hoy en día por nuestro bienestar y con vistas a una imagen en el mundo. Ahora bien, otro día tendré que escribir sobre el fondo de las palabras de Sánchez: ¿cómo quiere solucionar el problema territorial y nacionalista de España? Porque los fundamentalistas del nacionalismo no le van a agradecer estas bravuconadas contra quienes a fin de cuentas no pueden defenderse por muchas armas que tengan. Y el PP tendrá que aclarar también de una puñetera vez qué va a hacer con el tema. ¿Mandar policías? ¿Sembrar más separatismo aún? Es que estoy cansado de preguntarlo, ya sé que no soy nadie y que este medio no es el “prestigioso” The Washington Post, en manos de Amazon-explota trabajadores, escribo desde un medio local con millones de visitas en el que puedo hacer un periodismo más libre del que presume esa cabecera citada y bastantes otras.