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Actualizado: 06 jun 2018 / 09:51 h.
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  • A pesar de las puntualizaciones, tanto el Maestranza como la Sinfónica ofrecen sobrados motivos para seguir disfrutando de sus programaciones un año más. / Jesús Barrera
    A pesar de las puntualizaciones, tanto el Maestranza como la Sinfónica ofrecen sobrados motivos para seguir disfrutando de sus programaciones un año más. / Jesús Barrera

El Teatro de la Maestranza y la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) presentan cada año su programación con barniz de gran acontecimiento. Y hacen bien en hacerlo así, en creérselo. Solo de esa forma se consigue contagiar a la afición una parte de un discurso que, siento totalmente sinceros, no pasaría del «hacemos [más o menos] todo lo que podemos con lo que tenemos». La lógica reivindicación de ser el tercer coliseo más importante de España tras el Real y el Liceu ya ha quedado más como cantilena que otra cosa. Porque, a corto y medio plazo, no se espera que ninguna institución aumente sustancialmente su aportación económica al Maestranza. Y los mecenas, aunque siempre se puede rascar algo, son los que son.

Así las cosas, su director artístico, Pedro Halffter, hace los deberes. Unos años mejor que otros, y este curso que viene –el 18/19– cae del lado de los mejores. Vuelve la ópera del siglo XX con un atractivo programa doble –Der Diktador (Krenek) y El emperador de la Atlántida (Ullmann)–, además la primera de ellas la veremos en una nueva producción del sevillano Rafael Rodríguez Villalobos. La segunda, una coproducción con el Real y Les Arts de Valencia, con notable escenografía de Gustavo Tambascio. El nivel musical lo asegura Halffter, en un repertorio en el que navega tan bien como hace en el verismo, género del que tendremos una nueva entrega, Andrea Chénier, de Umberto Giordano.

Se recupera Il Trovatore, después de casi 20 años ausente una de las óperas verdianas favoritas del público y se vuelve, demasiado pronto, sobre Lucia di Lammermoor, que ya tuvimos en 2012 y cuyo único nuevo aliciente es contemplar cómo se desenvuelve en el rol principal la soprano sevillana Leonor Bonilla. En el terreno de las óperas clásicas, las producciones siguen sin tomar vuelo y nada nuevo prometen con respecto a lo visto una y cien veces en el escenario del Paseo Colón.

Celebramos la inclusión, aunque sea en versión concierto, de un título contemporáneo, pero no vaticinamos Tenorio, de Tomás Marco, una obra relevante conectada con el presente musical. El conjunto The Sixteen clausurará el Festival de Música Antigua con la ópera barroca Israel en Egipto, de Haendel. Bien por ello pero la escenificación para este repertorio sigue un año más aguardando.

Que vuelva la zarzuela tras dos años sin la presencia de un gran título es motivo de celebración, aunque La tabernera del puerto ya estuvo aquí en 2008. El vil metal impide extender el cheque para que grandes pianistas internacionales pisen por primera vez el Maestranza; por eso se cuenta con dos españoles, excepcionales, y muy conocidos aquí como Javier Perianes y Joaquín Achúcarro. Nadie duda de que Salvador Sobral sea un buen músico, pero la presencia del ganador de Eurovisión 2017 por Portugal parece obedecer más a una táctica de guiño a nuevos públicos que, por otra parte, ojalá funcione, aunque sea a costa de haber suprimido el jazz. Regresarán Les Luthiers, como también lo harán los omnipresentes flamencos Rocío Márquez y Dorantes, este último, pianista al que se le contrata absolutamente todo lo que imagine. Los conciertos de la Orquesta Barroca de Sevilla, el programa de danza y otros recitales menores– ayudan a empacar el conjunto, que tiene lustre pero que podía y debía ser más ambicioso.

Sinfónica de Sevilla

Nadie puede poner en duda las ganas que tiene el director artístico de la ROSS, John Axelrod, de regenerar la vida musical en torno a la orquesta. El próximo curso se insuflará vida a la comunicación con un canal propio –RossTV– sobre el que todo escepticismo es poco y se marchará de gira, por Alemania. Lástima que sea con lo de siempre –Aranjuez, con Los Romero– y que la mejor impresión que podamos dejar allí sea la de una buena orquesta con repertorio pintoresco y tópico. Qué lástima no haber incluido, por ejemplo, alguna breve obra orquestal del compositor andaluz con más proyección, José María Sánchez-Verdú. En casa, ha desaparecido un ciclo tan mal pensado como el del Espacio Turina, con conciertos a precio elevado y con un repertorio que era, mismamente, el de siempre. La nueva creación lo es por una cuestión únicamente de fechas. Tanto Samuel Zyman como Gabriela Montero están fuera, muy fuera, del circuito de la música contemporánea. Y la obra de Fernando Buide es más un compromiso que otra cosa. El número de abonos baja –de 16 a 14– pero, a cambio, crecen las necesarias intentonas didácticas en otros escenarios de la ciudad.

En el Maestranza escucharemos una integral sinfónica de Schumann, la Noche transfigurada, de Schönberg, El retablo de Maese Pedro, de Falla, y la Sinfonía nº3, de Bernstein, entre las piezas más interesantes. También habrá conciertos que juegan la baza del batiburrillo más o menos consecuente (Pasión por Pushkin, El viaje de Wallis Giunta). Lo mejor, Axelrod sigue confiando en uno de los directores invitados más necesarios de la ROSS, Maxim Emelyanychev; y ha fichado a la imponente violinista Patricia Kopatchinskaja para enfrentarla a una especialidad, el Concierto de Chaikovski