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Actualizado: 21 feb 2018 / 22:41 h.
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Llegará la cita esperada de cada año. Esa cita desconocida para tantos y prácticamente iniciática para los más jóvenes, inconscientes aún del fuerte vínculo que genera. Sólo con ese solemne ritual podría comprenderse la fortaleza de las cofradías, la hilatura espiritual de miles de personas diversas en torno a unas imágenes sagradas, a unos símbolos, a una historia. De labios de algún ilustre obispo del norte escuché la más hermosa alabanza a ese ritual, junto a la valoración entusiasta de las hermandades en un mundo secularizado. Y es que la llamada Protestación de fe de nuestras corporaciones tiene la grandeza de una genuina, natural y sencilla manifestación pública de creencias, hecha en la intimidad del hogar comunitario.

Pronunciará solemnemente la fórmula el secretario, y acudirán el hermano mayor y la junta de gobierno a juramentar y besar los Santos Evangelios y el Libro de Reglas. Y seguirán los hermanos y hermanas, sin orden predeterminado, en esa mescolanza sociológica que hizo únicas a nuestras corporaciones y que es una de sus principales riquezas. Pasarán los hermanos más veteranos –con sus pupilas casi cerradas y sus dolencias en el alma y el cuerpo–, y junto a ellos los jóvenes padres orgullosos con sus niños, los adolescentes, los que se hallan en plenitud de facultades y de preocupaciones. Y pasarán los más ilustres y los más humildes, los más cultos y los iletrados, los situados en la vida y los que arrastran problemas económicos, los más fervorosos practicantes y los que sólo atisban a reconocerse un hilo de fe... Todos igualados y mezclados, imbuidos de un clima que sólo da tu hermandad, envueltos en la música celestial de las Coplas de tu Cristo, del Himno de la Virgen que llevas siempre en el alma, o de las marchas más hermosas dedicadas a tu hermandad.

Llegará cada año a mediados de enero, febrero o marzo. Y pensarás que te queda un año menos de vida o que has tenido la dicha de vivir una Semana Santa más. Recuerda siempre que sin esa fórmula de CREER nada tendría sentido. Porque ese vínculo de la mano en los Evangelios y el beso a las Santas Reglas será por siempre el sello que te unirá al Dios Padre. El mismo que bajó a la tierra para tomar carne mortal y que se te manifiesta en esas imágenes benditas de tu devoción y de tus padres.

Llegará la cita esperada de cada año. Esa cita desconocida para tantos y prácticamente iniciática para los más jóvenes, inconscientes aún del fuerte vínculo que genera. Sólo con ese solemne ritual podría comprenderse la fortaleza de las Cofradías, la hilatura espiritual de miles de personas diversas en torno a unas Imágenes sagradas, a unos símbolos, a una historia. De labios de algún Ilustre obispo del norte escuché la más hermosa alabanza a ese ritual, junto a la valoración entusiasta de las hermandades en un mundo secularizado. Y es que la llamada «protestación de fe» de nuestras corporaciones tiene la grandeza de una genuina, natural y sencilla manifestación pública de creencias, hecha en la intimidad del hogar comunitario.

Pronunciará solemnemente la fórmula el secretario, y acudirán el hermano mayor y la junta de gobierno a juramentar y besar los Santos Evangelios y el libro de reglas. Y seguirán los hermanos y hermanas, sin orden predeterminado, en esa mescolanza sociológica que hizo únicas a nuestras corporaciones y que es una de sus principales riquezas. Pasarán los hermanos más veteranos -con sus pupilas casi cerradas y sus dolencias en el alma y el cuerpo-, y junto a ellos los jóvenes padres orgullosos con sus niños, los adolescentes, los que se hallan en plenitud de facultades y de preocupaciones. Y pasarán los más ilustres y los más humildes, los más cultos y los iletrados, los situados en la vida y los que arrastran problemas económicos, los más fervorosos practicantes y los que sólo atisban a reconocerse un hilo de fe... Todos igualados y mezclados, imbuidos de un clima que sólo da tu hermandad, envueltos en la música celestial de las coplas de tu Cristo, del himno de la Virgen que llevas siempre en el alma, o de las marchas más hermosas dedicadas a tu hermandad.

Llegará cada año a mediados de enero, febrero o marzo. Y pensarás que te queda un año menos de vida o que has tenido la dicha de vivir una Semana Santa más. Recuerda siempre que sin esa fórmula de creer nada tendría sentido. Porque se vínculo de la mano en los Evangelios y el beso a las santas reglas será por siempre el sello que te unirá al Dios Padre. El mismo que bajó a la tierra para tomar carne mortal y que se te manifiesta en esas Imágenes benditas de tu devoción y de tus padres

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