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Actualizado: 13 feb 2020 / 12:25 h.
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  • Clara Ponsatí. / El Correo
    Clara Ponsatí. / El Correo

El separatismo catalán, igual que el vasco actualmente, se quiere presentar como un movimiento político democrático, festivo, igualitario y con espíritu renovador ante lo arcaico de la política española; una política que representa a un Estado opresor, rancio, injusto, ladrón y paradigma de la falta de libertad. Sin embargo, ayer, la alcaldesa de Vic y diputada de Junts per Catalunya, Anna Erra, dejó ver la cara más xenófoba, supremacista y radical de un separatismo que lo único que genera es un problema irresoluble que impide una convivencia normal y serena en Cataluña (más de la mitad de los catalanes miran estupefactos lo que sucede hace años).

Quim Torra ya dejó claro que los españoles le parecemos seres inferiores, fieras peligrosas. Ayer, Anna Erra, recordó que solo los catalanes (y no todos) son una raza a tener en cuenta, una raza superior. Y que no se puede hablar en un idioma distinto al catalán, entienda el interlocutor o no entienda lo que se le dice. Sencillamente, que en un parlamento autonómico se escuche algo parecido a esto resulta insoportable y ha de erradicarse de forma inmediata.

Si bien es cierto que Erra intentaba, posteriormente, rectificar en las redes sociales, cabe preguntarse qué puede entenderse mal en unas palabras que destilan odio, diferencia entre personas y rencor.

Por si era poco, la eurodiputada de JxCat, Clara Ponsatí se estrenaba el martes pasado en el parlamento de Estrasburgo con un discurso lamentable en que dijo que «uno de los crímenes más serios contra el pueblo judío tuvo lugar en 1492 cuando los denominados Reyes Católicos ordenaron la expulsión de los judíos de Sefarad». Continuaba diciendo que este episodio de antisemitismo de Estado, fue admirado por Adolf Hitler y que este lo intentó superar. Añadía: «Hoy esta intolerancia toma la forma del desprecio a los derechos de la minoría catalana». Es muy difícil superar un disparate de esta magnitud. Aunque es más difícil comprender cómo el presidente del Gobierno claudica ante semejantes muestras de odio y sigue pactando con el independentismo catalán y vasco sin inmutarse y sin ser capaz de comprender que el problema que está generando es inmenso.

Todo comienza a ser un rotundo desastre.

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