San Diego de Alcalá volvió a parar los relojes. No solo los de San Nicolás del Puerto, sino también los de la Sierra Morena sevillana. Y es que no es solo patrón de ese bello enclave, de ese paraíso veraniego que convierte la sierra en playa. También es santo y devoción de toda una comarca. Es el patrón de la Sierra Morena de Sevilla. Ahí es nada.
Muy pronto se supo en San Nicolás que no era un día cualquiera. Un trece de noviembre allí nunca lo es. Desde muy temprano sonaba la diana. Era el día de San Diego, era el día del patrón, era el día que San Nicolás se engalana. La ocasión perfecta para mostrar toda devoción que invade al marucho, para mostrar todo el amor que San Diego de Alcalá levanta en la zona. Desde Guadalcanal a Constantina, pasando por Alanís o Las Navas. No era la simple fiesta del patrón de un pueblo era mucho más.
Las bondades de San Diego son muchas, las de San Nicolás lucen por igual. Aún lucía el sol cuando la bendita imagen del franciscano canonizado por Sixto V en 1588 llevo a cabo su salida procesional. Por delante quedaban aun casi cinco horas de recorrido. Un recorrido en el que pocos rincones, o más bien casi ninguno, quedaría sin ver tan hermoso rostro. Fue un discurrir alegre, y a la vez lleno de recogimiento, dependiendo del lugar, del momento, de los ojos que miraban. Fue un recorrido lleno de música, la que puso la Banda de Música de Alanís. Fueron instantes de agradecimiento, de peticiones futuras, de promesas varias. Fue un discurrir en el que la belleza brotaba a raudales, a medida que el sol se despedía y la noche anunciaba su llegada. De singular y especial belleza su paso por el puente romano, cruzando la ribera, la que en verano es playa, y que durante todo el año regala la imagen de una luna fría de otoño en un noviembre siempre agradecido.