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Actualizado: 02 dic 2017 / 23:17 h.
  • Detalle de una obra de Francisco de Paula Van Halen. / El Correo
    Detalle de una obra de Francisco de Paula Van Halen. / El Correo

Continuando con el tema de la semana pasada, la Historia de España que se fraguó fuera de nuestras fronteras y sin que en ella, aparentemente, participaran fuerzas nacionales (como en la defenestración de Praga) tenemos otro ejemplo paradigmático, uno que cambió la figura de Felipe II, hijo de Isabel de Portugal (cuyo cadáver, a su vez, empujó a Francisco de Borja, pariente del papa Alejandro VI y de Lucrecia y César Borgia, a hacerse jesuíta y subir a los alteres). Si Carlos V pretendió apartar a su hijo de los conflictos europeos, el destino volvió a sumergirlo en ellos a través de unas acciones que, aunque tuvieran lugar en África, influirían en las de esta península.

El historiador Fernand Braudel, en su monumental obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II, destaca la importancia de uno de esos que no aparecen nunca en nuestros libros de texto: la batalla «de los Tres Reyes» –el otro Lepanto– entre el rey de Portugal, Don Sebastián, y el de Marruecos en 1578, o sea siete años después de que la coalición hispano-veneciana mandada por Juan de Austria y Álvaro de Bazán venciera a los turcos. El joven y ambicioso monarca portugués, aliado a un pretendiente al trono magrebí, no midió bien la fuerza del adversario y terminó derrotado y muerto en las cercanías de la población de Alcazarquivir por las fuerzas del sultán y la de los yebalíes, los habitantes de la cercana serranía.

¿Quiénes eran esos montañeses y quien los dirigía? Muchos de nosotros hemos visto una película, El viento y el león, que, protagonizada por Sean Connery, narra en tono romántico un suceso acaecido a principios del siglo XX: el secuestro de la esposa del embajador americano en Marruecos, la señora Picaris, (en la historia real el secuestrado fue Picaris y no su mujer) por un personaje, mitad señor feudal, mitad bandolero, llamado Muley Ahmed El Raisuni. El guionista abusó del estereotipo de señor del desierto en el retrato del condottiero; se trataba en realidad de un terrateniente con poderes semifeudales que unas veces se aliaba con los españoles, los franceses o el sultán y otras los atacaba, encontrando refugio, cuando las cosas le iban mal, en el inviolable santuario de Muley Abdebsalam ben Mechich. Un santo discípulo de otro santo sevillano, el Señor Bumedian al Guat.

Sus posesiones en ese territorio tuvieron origen en esa batalla de la que habla el historiador del Mare Nostrum y en un pariente suyo, Yazuli Mohamed ben Alí el Raisun o Raisul, discípulo y familiar de otro santo del siglo anterior de su mismo apelativo que, a finales del siglo XVI, extendió su cofradía u orden militar con un objetivo: avivar la lucha contra los extranjeros por todo el Magreb; él fue quien, basándose en las organizaciones de gentes llegadas de España tres cuartos de siglo antes, organizó y dirigió los cuerpos de rifeños y yebalíes contra los portugueses; él fue quien unió a todas las cofradías, muchas de ellas de origen andaluz, quien aconsejó la elección del padre del sultán Abulabás Ahmed Aarex (el Cojo) como jefe de los ejércitos que combatirían al enemigo en una fértil llanura, una vega como la de Carmona o Antequera, regada por el río más caudaloso del Norte marroquí, el Lucus.

Esa batalla lejana, la de los Tres Reyes (el de Portugal, el de Marruecos y el que pretendía su trono), reñida junto a ese río que hasta los años 50 del siglo pasado sirvió de frontera entre la zona española y la francesa del Protectorado, desvió el cauce del río de la Historia y trazó un panorama distinto.

El curso y la suerte de ese enfrentamiento, en el que murieron tanto el rey Don Sebastián de Portugal como los dos que se disputaban el sultanato de Marruecos, tendría como uno de sus efectos la llegada de la dinastía saadiana (las tumbas de sus sultanes están en la mezquita de la Kutubía, de Marraqués) al trono de ese país.

La masiva movilización de los «serranos» contra los portugueses y el triunfo en la contienda de los saadianos fue recompensada con largueza; la familia Raisun se vio convertida en una de las más ricas del Norte y la regla yazulía de su cofradía se convirtió en aquella por la que se regiría el santuario de Muley Abdesalam –el santo con mayor devoción Marruecos– situado en el monte Alam, entre Tetuán y Arcila; este lugar fue elevado a la máxima altura religiosa mediante la concesión por el sultán del horm o estatuto de «ciudad santa» al mismo nivel que las de Medina y La Meca y, desde entonces, anualmente es el centro de una romería a la que acuden decenas de miles de personas.

Los andaluces exiliados de Granada con Boabdil a principios del siglo XVI consolidaron su posición (eso llega hasta hoy) en todo Marruecos.

Pero, sobre todo, aquello cambió las cosas en España: Felipe II, sin haber intervenido en el conflicto, se encontró con que caía sobre sus sienes la corona de Portugal y pudo unirla a las de Castilla y Aragón. Juntas crearon el mayor imperio de la Historia, extendido por los continentes de Asía, África, América y Europa.

De esta forma los restos de otra Historia, deshecha por Fernando e Isabel al anular en 1502 las capitulaciones de Granada, hacían tres cuartos de siglo después de partera del imperio luso-español, el que a la postre, acabaría expulsando de su suelo a todos cuantos andalusíes -los moriscos- quedaban todavía en la península.

Pero ¿hubiera sido lo mismo si los portugueses hubieran vencido? O si, habiendo vencido hubiera muerto igualmente su rey y Felipe II hubiera terminado por ser rey de España, Portugal y –de facto– de Marruecos?