Quienes estudian Arqueología suelen soñar con expediciones trepidantes, campañas llenas de aventuras y hallazgos asombrosos. Se trata, en efecto, de una profesión apasionante, aunque la realidad de su día a día es algo más prosaica de lo que la mayoría imagina. Para empezar, y en contra de la opinión mayoritaria que cree que los gobiernos y las universidades impulsan todas las investigaciones, hay que saber que la arqueología es principalmente asumida en Andalucía por las empresas privadas.
Dichas empresas hacen todo tipo de tareas: consultoría de Patrimonio Cultural, excavaciones e investigaciones, trabajo en exposiciones y museos, restauración, comunicación y didáctica, formación... Pero sobre todo se trata de un sector muy vinculado a la construcción. «Cuando una promotora tiene que intervenir en un suelo donde se ha encontrado algo, recurren a nosotros», comenta Araceli Rodríguez, de Arqueología y Gestión, que funciona en Sevilla desde hace ya 16 años.
«Nosotros presentamos entonces un proyecto que pasa por Urbanismo y Cultura –que tiene la tutela del patrimonio arqueológico, y de hecho es quien te da la autorización definitiva. Puedes desarrollar desde un reconocimiento superficial hasta una excavación extensiva, como fue la de la Encarnación, o el estudio de un edificio, en el caso de los inmuebles históricos», prosigue. «Una vez hecha la actividad, emitimos un informe, que a su vez genera un informe de la Junta, y en función de eso se obtiene o no el permiso de la promotora para construir. Salvo que los restos hallados sean muy valiosos, no se suele paralizar la obra».
Según explican los arqueólogos, los problemas suelen ser más de índole burocrática. «Tenemos problemas para desarrollar con agilidad nuestro trabajo, nos consideran poco menos que delincuentes potenciales», explica Rodríguez. «Además, las direcciones de los proyectos son unipersonales, y no te permiten dirigir dos simultáneamente, de modo que encontramos casos en que te pegas desde octubre de papeleo para dos días de trabajo real. Para una prospección de una hectárea, hemos llegado a tener tres meses de tramitaciones, en las que el director no puede hacer otra cosa. Por eso muchos acaban dedicándose a otra cosa».
Arqueología y construcción han ido de la mano hasta tal punto que la crisis de ésta supuso una catástrofe para los arqueólogos. Lo sabe bien el cordobés José Manuel Salinas, quien hace unos años tuvo que echar el cierre a su empresa Arqueoterra. «La mayoría de las empresas que había en ese momento desapareció», recuerda. «Nosotros fundamos Arqueoterra en 2005, cuando ya empezaba a desinflarse la burbuja inmobiliaria, pero había mucho trabajo aún. Cuando llegó la crisis, como tantas empresas asociadas al sector de la construcción, fuimos afectados. Muchos proyectos se quedaron sin realizar, empezaron a llegar los pagarés a 90 y 180 días, hubo trabajos que nunca se pagaron... Fue una ruina absoluta. Así terminó todo», añade.