Pepe Arjona, el gran notario gráfico del toreo de la segunda mitad del siglo XX, ya había cubierto de prestigio la firma de sus placas cuando acudió a una becerrada de circunstancias que se celebraba en la añorada placita de La Pañoleta, junto al antiguo camino de Huelva. Era el verano del 54. En el cartel había entrado, casi al relance, el mancebo de la botica de Camas gracias a las hermosas formas de salón que le había enseñado Salomón Vargas, aquel gitano que soñaba verónicas imposibles. Implicaba el comienzo de una historia taurina, la de Curro Romero, que corrió paralela a la de una firma de fotógrafos que ya abarca tres generaciones.
Esa hermosa fábula visual, retratada desde su inicio y que incluye imágenes absolutamente inéditas, se ha visto recogida en un libro titulado ‘Aroma de Romero’ que será presentado por todo lo alto, con la presencia del propio Faraón, en un acto que se celebrará este lunes en la Fundación Cajasol. El libro recoge vida, tauromaquia y hasta la esencia de un torero distinto que pertenece por derecho propio al alma de Sevilla. “La idea que tuvimos Agustín y yo es que Curro no podía dejar de tener un libro de la casa Arjona; era algo que acariciábamos desde hace muchos años pero pensamos que el 90 aniversario del maestro era una buena meta para abordar un proyecto que ha abarcado casi un año de preparación entre diseño, maquetación, edición, redacción de textos...” señala Joaquín Arjona, nieto de Pepe, sobrino de Agustín padre y primo de Agustín hijo con el que conforma el tercer escalón de la saga.
Tres generaciones de fotógrafos
“Son tres generaciones de la casa Arjona pero el verdadero artífice de todo esto es mi abuelo Pepe; de las 150 fotografías que tiene el libro, más del 70% son suyas. Del resto hay treinta y tantas de mi tío y diez o doce mías”, prosigue el joven reportero gráfico subrayando un dato fundamental: cuando Pepe Arjona acudió a aquel festejo iniciático de La Pañoleta –el próximo verano hará siete décadas- ya era un fotógrafo contrastado. Pero Francisco Romero López aún no era Curro Romero. “Algo vería o sabría ya”, añade Joaquín evocando la calidad humana y la condición de gran catador del toreo de su recordado abuelo Pepe, uno de los personajes inconfundibles de la familia del toro sevillana. “De él hemos aprendido todos; ha sido un espejo en nuestra vida y no me extrañaría nada que lo hubiera visto antes en el campo y le hubiera seguido la pista”, matiza.
Aquella novillada económica le creó el primer ambiente a ese muchacho reservado que lanceaba al viento en el campo de fútbol de Camas. Una sustitución providencial le llevó a debutar en la Maestranza en el lugar de Mondeño convocando la primera lista de fieles. Pero al currismo aún le quedaban algunas tardes –enhebradas entre la leyenda y la memoria- para grabar sus propias tablas de la ley: la primera novillada del 57, los seis toros de Urquijo, aquella corrida de Cubero con Camino y Puerta, el Corpus del 60... “Pepe Arjona estuvo en todos esos comienzos: su debut en la Maestranza de novillero, la primera tarde como matador en Sevilla, esas fotos en la intimidad de la habitación de hotel que entonces era algo más vedado... de los primeros fotógrafos taurinos curristas seguro que uno fue mi abuelo”, precisa Joaquín.
Pero más allá del retrato de la forma y el fondo del currismo y su oficiante, el libro de los Arjona se podría considerar un homenaje a la propia dinastía de fotógrafos. Pero Agustín no quiere detenerse ahí y pone por delante el reconocimiento de los suyos al legado humano y taurino del camero. “Me enorgullece que seamos nosotros pero me puede más la fuerza del afecto hacia Curro que nuestra propia historia. Desde niño, de la mano de mi padre, he vivido muchas cosas junto él. La amistad era tremenda más allá del ruedo. Pero es que muy fácil ser amigo de Curro Romero. Dicen que se torea como se es pero yo creo que Curro es como torea. Tú lo ves hablar, su forma de estar y de ser, su manera de tratar... Todo lo que hace es templado. Y las sentencias que suelta... Es un personaje encantador y me consta que nos quiere mucho” confiesa Agustín, destacando el papel jugado por su sobrino Joaquín en la cuidada edición del libro sin poder disimular la ilusión que rodea su puesta de largo. Al fin y al cabo se trata de un trabajo que empezó a cuajar su propio padre, también su maestro, al que suplió por primera vez, casi por casualidad, en una novillada setentera en la que cayó herido Navarrito.