La calma y el sosiego que se vivía en la calle Adriano –parecía una mañana plácida de domingo- era el mejor espejo de los tiritones que había en la taquilla. Los festejos de relleno son eso: mero relleno que en otros tiempos ofrecía una sustanciosa rentabilidad a la empresa al amparo de aquel poderoso abono que se marchó, no sabemos si para no volver. A pesar de todo, el cartel no dejaba de tener ciertos alicientes para el aficionado. Pepe Moral, el valeroso diestro palaciego, volvía a la misma plaza que le había visto salir triunfador los dos últimos años. Álvaro Lorenzo, uno de los valores más sólidos de la cantera, también repetía en Sevilla después de un año de barbecho avalado por algunos triunfos sonantes. También tenía su interés comprobar si Ginés Marín, prematuramente ungido como figura en ciernes, se había sacudido los fantasmas que le hicieron vagar como alma en pena gran parte de la temporada anterior...
Al final el único destello reseñable de este nuevo festejo interminable fue la entrega y el excelente corte de torero de Lorenzo, que mostró sus mejores credenciales con un toro soso y distraído -que siempre marchó a su aire- al que supo extraer todo el jugo. El toledano ya había mostrado su buen estilo capotero en unos lances que el bicho –un mojón de toro como toda la corrida de El Pilar- tomó protestando. No fue ni fu ni fa en varas y las cuadrillas –siguiendo el tono del festejo- tampoco tuvieron su tarde en banderillas. Colocado en la raya, Álvaro Lorenzo supo esperar y consentir al animal para torear con ese cantado buen concepto que le ha puesto en boca de los aficionados.
Los muletazos fueron dictados muy para dentro, sujetando la huida del manso y administrando la falta de continuidad de su embestida. Ésa fue la primera fase de un buen trasteo que siguió fluyendo por redondos y rompió definitivamente por naturales. El bicho se rajó pero Lorenzo supo aprovechar su última huida para enroscárselo por última vez. Había amarrado el trofeo que quiso apuntalar aún más con unos últimos ayudados. El torero salió trompicado y casi acaba cogido después del primer pinchazo. Agarró por fin la estocada pero faltaron pañuelos. Se tuvo que consolar con una vuelta al ruedo. ¿Qué pasó con el quinto? Volvió a mostrar firmeza y capacidad de resolución pero la embestida era tan desesperadamente sosa que su labor no terminó de subir al tendido. Hubo muletazos estimables por ambas manos dejando una buena impresión global. Salió salvado del naufragio.