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Actualizado: 17 nov 2018 / 13:04 h.
  • Morante de La Puebla: Vigencia del Gatopardo

Nada que no hayamos contado ya hasta la saciedad aunque merece ser recordado en este tercer especial de matadores correspondiente a la temporada que pasó. Hay que poner en marcha la moviola antes de regresar al presente: El eclipse del verano de 2017 –Morante cortó por lo sano después de una aciaga tarde en El Puerto- sólo fue una mera retirada estratégica. Pronto, muy pronto, se supo que iba volver a la palestra con nuevo apoderado, sin cámaras de televisión y dejando pasar la Feria de Abril después de dar por amortizada su etapa con Alberto Bailleres y el entramado de la FIT. Se habló y se vendió una retirada. Pero no hubo tal, más allá de una entrada en boxes para renovar algunas estrategias.

Eso sí, Morante esperó hasta la Feria del Caballo de Jerez para comenzar esta nueva campaña junto al veteranísimo taurino Manolo Lozano, que prometió “bordarle” el año y ha durado un año justo. No falto su propio atrezzo para esta nueva etapa, caracterizada por esas pobladas patillas que se unían a los vestidos de delanteras bordadas y la clásica y gruesa pelambrera, peinada y sujeta por una inmensa castañeta de morillas.

Ramón Valencia bregó para que el torero estuviera en abril pero tuvo que conformarse con el doble, tardío e infructuoso paso del diestro cigarrero por la Feria de San Miguel, para acudir –rompiendo cualquier costumbre de la empresa Pagés- hasta la orilla de La Puebla para estampar su firma en el escritorio del mismísimo Gallito. Fueron los dos primeros contratos que firmó y los dos últimos que cumplió para cerrar la campaña, como veremos, sin que le embistiera ni un solo toro.

Y en Jerez, por la Feria del Caballo, comenzó la cosa, sin que las musas terminaran de soplar, eclipsado por la ‘performance’ del primer adiós de Padilla, que aún anda en trance de despedida por ruedos americanos antes de arriar la bandera pirata, no sabemos si para siempre. Para su reencarnación jerezana José Antonio Morante escogió un vestido bordado en oro y sedas –dicen que inspirado en un capote de Manolo Vázquez que él mismo había usado en Sevilla- para hacer el paseíllo en el coso jerezano y, la verdad sea dicha, no pasó casi nada.

Morante ha hecho el paseíllo en 31 ocasiones en las que lidió 62 reses y cortó 27 orejas y un rabo. Las estadísticas contabilizan ocho faenas de dos orejas. Pero los números no tienen nada que ver con la memoria que sí rescata, entre otras, las tardes de Córdoba, Granada, León, Huelva, Almería o Cuenca. Este periódico estuvo presente en algunas de ellas para contarlo. Y la suerte acompañó. En la ciudad de los califas cuajó el primer recital del año. Entonces hablamos de un concierto: “en los ayudados de seda; en los derechazos líquidos; en el ser y estar naturalmente torero y hasta en la belleza imperfecta de un molinete arrebatado. Morante lo bordó por naturales sin importarle la embestida claudicante de su enemigo”.

Y después de Córdoba viajamos a Algeciras, en vísperas de la revelación tomasista, sin que el de La Puebla pasara de esbozos. También acudimos a la cita morantista en Huelva por sus colombinas. Entonces anotamos una faena que “tuvo el don de la armonía”. En la crónica publicada en este periódico se hablaba de “magia en los redondos e inspiración en los naturales a pies juntos mientras cosía serie con serie gravitando por el ruedo” antes de rematar la faena con “unos muletazos postreros llenos de sabor y torería añeja”. El patilludo diestro cigarrero entró a matar después de un larguísimo preámbulo con la muleta plegada. En Huelva también había tocado la lotería.

Y con el verano entonando su adiós, aún pudimos ver un nuevo prodigio en la feria de la Virgen del Mar de Almería. “Morante se puso a torear desmelenado, muy arrebujado de toro, entregado en cada muletazo, llevando al animal para dentro con ese ritmo interior que le distingue del resto de la tropa. Fue una faena de satisfacción personal y sabor distinto que el diestro cigarrero resolvió con una estocada corta”. Se había ganado la puerta grande junto a Ginés Marín en un día en el que también la mereció Talavante.

Culminamos las salidas en Ronda, admirando el magnífico vestido goyesco que le había diseñado Vicky Martín Berrocal con el que, sin terminar de redondear, sí logró dejar para el recuerdo algunos momentos memorables. Pero aún quedaba el doble fielato de Sevilla en San Miguel, que quedó pulverizado en su primer pase por el pésimo e impresentable encierro de Toño Matilla, que se iba a convertir en su nuevo apoderado dos semanas después. Ese día, como en Jerez, también hubo fastos de despedida para Padilla. Pero a Morante aún le quedaba la corrida de Juan Pedro, un notable encierro en el que sólo hubo dos toros sin posibilidades. Y los dos fueron para Morante. Sólo quedaba en la recámara el novillo de Miura que había reseñado para el fastuoso festival de la Macarena, el pasado 12 de octubre. Se fue para adentro por flojera y tuvo que pechar con un sobrero de Torrestrella que no fue ni fu, ni fa. Morante, que se había cortado la melena y se vistió de torero regionalista, se esforzó a tope, dejando pasajes de auténtica calidad que se vivieron como sorbitos de champán. Fue una faena de orfebre, saludada por ese himno crepuscular que se llama ‘Suspiros de España’ y que duró lo que dejó el funo. De la temporada que viene, nada sabemos. Eso sí: se la contaremos.