Opinión | Sentencia
Daniel Sancho, el asesino caído
Durante un año, la docta España ha mostrado una cierta displicencia hacia Tailandia, un complejo de superioridad sorprendente
Daniel Sancho. / EFE
Daniel Sancho es el asesino que amamos odiar. La fascinación española por el crimen en Tailandia no solo define a su autor, sino sobre todo a sus espectadores. La evisceración posterior a la muerte debía apasionar por fuerza a la televisión de vísceras que, bajo la pretensión de reorientar la condena inevitable, aspiraba en realidad a una pena de muerte que disparara las audiencias. Tailandia ha sido más sobria y efectiva que un país europeo. En una sociedad donde la belleza ha saltado de privilegio a maldición, el descendiente de una estirpe de actores se aferró a la coartada moral. Mató porque era deseado contra su voluntad, su cuerpo enloqueció a un cirujano especializado en fabricar seres bellos aunque artificiales.
Durante un año, la docta España ha mostrado una cierta displicencia hacia Tailandia, un complejo de superioridad sorprendente en un país que permitió que se esfumara Puigdemont, por no poner ejemplos más voraces.
El asesinato a cargo de Daniel Sancho ha potenciado el concepto de crimen patriótico, porque patriotismo criminal sería redundante. Así, el desprecio hacia los métodos judiciales asiáticos se ha complementado con un desdén hacia los familiares colombianos de la víctima, quizás chocante en una sociedad que amparó a Luis Roldán y después le dejó escapar.
Daniel Sancho fue primero el ángel caído, incapaz de gestionar tanta belleza. Ahora es además el asesino caído, y un espectador tiene derecho a juzgar que el descuartizamiento inmisericorde es peor que la retirada arbitraria de la vida ajena. En la disociación esgrimida como eximente por la defensa del criminal, el cocinero estaba cargando en realidad con su afilada cuchillería contra el cuerpo propio, contra el peso insoportable de una anatomía deseada por miles de millones de personas en todo el planeta. Ningún humano se siente conforme con su suerte, Sancho ha convertido en un infierno el paraíso que su apariencia simboliza.
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