Opinión

Mazón pide perdón a los 220 muertos

El presidente de los valencianos se proclama víctima de un atasco de tráfico, y no explica por qué vivió la tragedia a mayor distancia que cualquier espectador del telediario

Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana.

Carlos Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana. / EFE

La sutileza dialéctica que debía resolver Carlos Mazón en su comparecencia kilométrica ante las Cortes valencianas operaba en un margen muy estrecho. Tenía que forzar el evidente "no hice nada" en un exculpatorio "no podía hacer nada". Sin embargo, el personaje de triste trayectoria hundido en la riada exploró una tercera vía, "no tenía que hacer nada". La insistencia en demostrar que Dios jamás se había mostrado tan injusto con los seres humanos como al derramar la DANA del 29 de octubre tenía por objeto disimular la pasividad presidencial. En su repaso segado del diluvio, el líder de la comunidad no fue incompetente, fue impotente.

En realidad, el ausente Mazón ha logrado el veredicto unánime de que nadie podría haberlo hecho peor, ha alcanzado un consenso nacional tan afianzado que ya solo le quedan defensores de pago. De nuevo, su descripción ayer dantesca del cataclismo que se abatió sobre Valencia solo acentúa el contraste de que el máximo responsable de la región dedicara la jornada trágica al deleite gastronómico. No permitas que la meteorología altere tu estado de ánimo.

Mazón desconectó de la realidad siempre protectora el 29 de octubre, un día de lo más inapropiado. Para describir a alguien fuera de lugar, se utiliza la pregunta formulada a la viuda de Abraham Lincoln tras el asesinato del presidente estadounidense en el Teatro Ford. "Señora Lincoln, aparte de esto, ¿qué le pareció la obra?" Escuchar al presidente valenciano divagando sobre un montón de folios obligaba a preguntarle, "por otra parte, ¿qué tal los postres del Ventorro?". Antes de referirse a la incompetencia, el representante valenciano de Vox cargó contra la inoperancia del Estado autonómico que habría destapado la catástrofe. Al contrario, 45 millones de españoles se sintieron ayer reconfortados al saber que sus respectivas regiones están presididas por personajes distintos de Mazón.

La esterilidad de la comparecencia presidencial vino agravada por su tono de fúnebre prepotencia. El armazónde Mazónn consiste en pedir perdón a los 220 muertos, y solo porque sabe que ninguno de ellos va a arrojarle pedradas de lodo cuando pasee por Paiporta. En su autoconfianza de cursillo de management, está a punto de concluir que la satisfacción generalizada por su permanencia al frente de la comunidad debería incluir a las víctimas mortales.

Mazón ha colocado tan alto el listón del ridículo que tuvo el coraje de proclamarse víctima del 29O. En concreto, un atasco de tráfico dificultó su incorporación a la gestión de Emergencias, con horas y cadáveres de retraso. Solo le faltó reclamar un método de transporte privilegiado, que se articularía colocando helipuertos en los tejados de los restaurantes de prosapia. De este modo se podría compatibilizar la justa recompensa gastronómica con los injustos imprevistos presidenciales.

"No caigamos en el tacticismo", predica Mazón pese a que ha urdido un discurso que es una burda maniobra para eludir responsabilidades. Vivió la tragedia a mayor distancia que un espectador de telediario de cualquier región española o europea. De ahí que insista en el conformismo ante lo irremediable. Su campaña para visibilizar abstracciones como la Conferencia Hidrográfica del Júcar confirma un mensaje errático, comprimido en "yo sigo". Por supuesto que Pedro Sánchez debió asumir el mando desde el mismo momento en que el presidente valenciano comía opíparamente en un restaurante, pero no caben culpas a La Moncloa mientras el responsable inmediato de la gestión se crea en pie.

En estado de negación, Mazón no es consciente del daño que ha hecho ni del daño que se ha hecho. Llegar a la presidencia de una comunidad autónoma por casualidad, y despedirse del cargo por culpa de una azarosa catástrofe que debía calibrar el nivel de su valía. La reestructuración de su gobierno suena patética, con la pretensión de diluir la responsabilidad personal en un magma burocrático. Es posible que haya quedado acreditada la inutilidad de sus peones, pero la solvencia presidencial está por estrenar. Cualquier propuesta de un plan de rescate debería encabezarse con un determinante "juro que no me comportaré con la misma irresponsabilidad que el día de ‘la mayor catástrofe de la España contemporánea’".

Hasta aquí llegó Mazón, que ha empeorado su situación. La oposición de izquierdas se halla todavía en estado de shock por la derrota electoral del año pasado, cuando la Moncloa aseguró a los socialistas valencianos que mantendrían la Generalitat. En su convalecencia, los progresistas pueden permitirse el cálculo de calibrar si un Mazón malherido es preferible a un nuevo presidente. El PP no dispone de esta licencia dilatoria, la continuidad del inhibido del 29 de octubre abre una peligrosa vía de agua en las perspectivas de Feijóo para alcanzar de una vez el poder.

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