Opinión | A compás

Palabra de flamenca

José de la Tomasa, en su espectáculo '50 años con el cante' en la Bienal.

José de la Tomasa, en su espectáculo '50 años con el cante' en la Bienal. / Juan Bezos

En la celebración de los 125 años de El Correo no pude evitar emocionarme al oír a la directora de este periódico, Isabel Morillo, recordar(nos) lo que implica el oficio del periodista. La responsabilidad que asumimos cuando ponemos nuestra firma a unas líneas con las que, como escribía días atrás la subdirectora, Patricia Godino, “denunciamos, celebramos o abrimos debate”.

Desde que empecé en esto y decidí poner mi mirada sobre un arte tan complejo y poco condescendiente como el flamenco tuve claro que la única manera de hacerlo era desde los principios que aprendí del periodismo. Es decir, la honestidad, rigor, sensibilidad e independencia. “Pregunta Sara, no pienses nunca que tu duda es una tontería”, me aconsejaba el querido Manuel Herrera cuando me veía aún insegura entre los veteranos en las primeras ruedas de prensa de los Jueves Flamencos de Cajasol.

Desde entonces, ya sin pudor, no sólo he seguido haciendo(me) preguntas, cada vez más incómodas y concretas, sino que cuestiono las respuestas y trato de darle la vuelta a mis propias conclusiones porque creo que zarandear las convicciones es absolutamente necesario para ejercer esto con el respeto que merece el lector.

Seguramente lo más difícil para los que nos dedicamos a analizar lo que los creadores muestran en sus propuestas, como hemos estado haciendo en este intenso mes de Bienal, es ganarse la credibilidad de quien nos lee cada día. No que coincida con tu opinión, ni siquiera que comparta tu criterio, sino que confíe lo suficientemente en ti como para valorar que lo que relatas es fiel a lo que eres.

"Si hay algo que me fascina del flamenco es que mantiene vivo un anhelo de verdad"

Si hay algo que me fascina del flamenco es que mantiene vivo un anhelo de verdad. Me explico. Mientras que en otras artes la autenticidad no es un valor sobre el que se piense o al que se aspire, en lo jondo todos compartimos la convención de que se nos exige, al menos, la búsqueda o el empeño de ser sinceros y mostrar lo que somos. Por eso, se perdona antes una equivocación o un intento fallido que la falsedad, que nosotros llamamos ojana. Y esto, pienso ahora como reflexión, sucede igual arriba del escenario que abajo.

"El flamenco no es amable ni dócil. No perdona a los artistas impostados que quieran salvarse sin entrar al barro ni consiente a un público pasivo o pusilánime"

El flamenco no es amable ni dócil. No perdona a los artistas impostados que quieran salvarse sin entrar al barro ni consiente a un público pasivo o pusilánime. Como tampoco soporta al crítico o cronista que huye de sí mismo y evita la confrontación poniendo a todo cinco estrellas. Esto es más cómodo, sí, pero dónde queda entonces el compromiso.

En este sentido, recibo con aceptación los mensajes -o insultos- que algunos familiares o artistas me envían dolidos por alguna de mis valoraciones porque sé que es un peaje inevitable. No se puede practicar el periodismo desde el miedo o el amor. Pero también acojo con orgullo los halagos de los que siguen lo que escribo “aunque no esté de acuerdo”, como me comentaba algún compañero en la gala. ¿Hay acaso mayor satisfacción que sentirse respetado?

Por supuesto que en un mundo tan pasional como el del flamenco y en una ciudad donde, como se afirma en la película Nueve Sevillas, de Pedro G. Romero y Gonzalo García Pelayo, “todos son artistas y públicos a la vez”, cuesta mantener el pulso y no dejarse contaminar por los opinadores que desde las redes contradicen o exaltan los espectáculos, casi siempre desde una foto que comparten desde el sillón de su casa.

Igual que puede resultar pretencioso reivindicar una profesión que se tambalea por la precariedad, el exceso de ego, la falta de conexión con la realidad de la gente y el sometimiento a intereses espurios. Sin embargo, defiendo que en estos tiempos de ruido donde campan a sus anchas los mensajes huecos, es cuando más se precisa del conocimiento, el análisis, el contexto, el criterio y la mirada de un periodista que, más allá de colocar estrellas o medallas, contribuya a construir un relato del flamenco de hoy.

Desde nuestras crónicas tenemos la función de contar, explicar, profundizar, hurgar, contrastar y molestar, si es necesario. Todo menos escondernos u ofrecer textos enlatados que cumplan con las expectativas del medio o del artista. Cuidar la palabra es dignificarla. Y ahí está nuestro compromiso con el oficio y con este arte. Palabra de flamenca.