Cultura
Sevilla, el laboratorio artístico de Pedro G. Romero
Con epicentro en el Pumarejo el flamante Premio Nacional de Artes Plásticas ha impuesto otro relato posible del arte hecho en el sur de Europa
El Premio Nacional de Artes Plásticas a Pedro G. Romero (Aracena, Huelva, 1964) tiene sin duda una resonancia especial en la capital andaluza porque la relación del artista ha sido muy fecunda y orgánica con la ciudad donde estudió Bellas Artes y ha residido en años decisivos, moviéndose en una cartografía física y emocional que conecta los barrios de la Alameda, San Julián y Miraflores. Sevilla, su Semana Santa, su cultura popular y la plaza del Pumarejo han sido el epicentro creativo de Romero, su work in progress. La concesión del galardón, dotado con 30.000 euros, le llega además cuando está a punto de inaugurar la exposición Lo que el flamenco nos enseña en la nueva sede trianera de sus galeristas Carolina Alarcón y Julio Criado, que han presentado sus últimas creaciones en la feria ARCO con notable éxito.
Pedro G. Romero siempre quiso ofrecer otro relato del arte hecho en el sur de Europa y muchas de sus prácticas más relevantes tienen que ver con su reivindicación de artistas heterodoxos sevillanos, principalmente Helios Gómez y, más recientemente, Ocaña.
A menudo esos comisariados y trabajos colaborativos, como el que realiza desde 1998 como director artístico del bailaor Israel Galván, son más apreciados que su obra individual (Archivo FX sobre la destrucción de imágenes religiosas en España, Máquina PH…) pero lo cierto es que el Premio Nacional confirma que lleva ya cuatro décadas insertando su visión iconoclasta y su amor por el flamenco en la esfera oficial. De hecho, lo insólito es que no tuviera ya el galardón nacional quien nos ha representado en la Documenta de Kassel, las Bienales de Venecia o Sao Paulo, ha sido artista residente en la Academia de España en Roma y ha tocado el cielo artístico con Máquinas de trovar, la antológica que el Museo Reina Sofía le dedicó en 2021 y cuyo propio título era un homenaje al sevillano Antonio Machado.
El Premio Nacional confirma que lleva ya cuatro décadas insertando su visión iconoclasta y su amor por el flamenco en la esfera oficial
La escritura es otra clave de lectura de su obra. Nacido en el seno de una familia ilustrada y próspera, hermano del editor David González Romero, amigo fiel del recordado Julián Rodríguez, que tuteló sus escritos y su arte desde la editorial Periférica y la galería Casa sin fin, Pedro G. Romero es en gran medida un poeta de Sevilla que escribe a través del cuerpo y la voz de otros. Son muchas las propuestas que han llevado su “aparato artístico” en las distintas ediciones de la Bienal de Sevilla, y aquí le tenemos de nuevo, en las plateas, disfrutando del baile de Florencia Oz esta misma semana, avalando o retando a los nuevos talentos como antes hiciera con Rosalía, Rocío Márquez, Niño de Elche, Tomás de Perrate o Lucía la Piñona. No en vano es tan discípulo de Isidoro Valcárcel Medina como de José Luis Ortiz Nuevo; tan cómplice de Manuel Borja-Villel y Nuria Enguita como de Emilio Caracafé.
Es tan discípulo de Isidoro Valcárcel Medina como de José Luis Ortiz Nuevo; tan cómplice de Manuel Borja-Villel y Nuria Enguita como de Emilio Caracafé
Agitador de ideas, codirector de cine junto a Gonzalo García-Pelayo, asesor editorial de Athenaica, hacedor de proyectos diversos, muchos de ellos para la Fundación Tàpies, el Macba, la capitalidad cultural de San Sebastián o el IVAM, su capacidad proteica para imprimir su propia personalidad a ámbitos muy dispares sigue marcando las agendas.
Se inició como pintor apoyado por la Diputación de Sevilla y fue catapultado en los años 80 como artista conceptual gracias a José Luis Brea, que lo incluyó en la mítica exposición colectiva Antes y después del entusiasmo (Ámsterdam, 1989). En esos años Pedro G. Romero firma también un proyecto emblemático que todavía resuena con frescura, La sección áurea (1989-1992). A partir de ahí arranca una carrera centrifugadora que ha tenido uno de sus pilares en la redefinición del arte de archivo, y libros de cabecera como el Atlas Mnémosyne de Aby Warburg y los Documents de George Bataille. Son algunos de los títulos que en su condición de gurú ha llevado a su trabajo con los territorios flamencos, incluidas las barriadas periféricas como las Tres Mil Viviendas. Su Sevilla no se parece a ninguna otra y es también la que ahora recibe este Premio Nacional.
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