Opinión | ARENAS MOVEDIZAS
La bolsa o la vida
Las grandes ciudades te recuerdan lo ‘pobre’ que eres en cada esquina de sus millas de oro. Algunos tratan de no parecerlo. Las bolsas de las marcas de lujo se han convertido en un nuevo objeto de deseo
La bolsa o la vida. / ShutterStock
Enjambres de personas revolotean por los centros de Madrid o Barcelona cargados de bolsas de Prada o Louis Vuitton. Ya de noche, cuando han cerrado los comercios de barrio, con el viernes negro y la navidad a tiro de piedra, brigadas de operarios se afanan durante la madrugada en cambiar los escaparates de las tiendas de lujo para sorprender al cliente a la mañana siguiente. Ocurre al inicio de cada temporada, pero los negocios se emplean especialmente cuando el consumo se dispara y se disparata. Hacia el mediodía, se distingue al turista del residente por las bolsas que carga y las prisas con que se desplaza a través de las calles de la opulencia. El primero camina con la parsimonia de quien carece de urgencias más allá de adentrarse en la siguiente joyería; el segundo cruza los semáforos como si se tratase de una prueba de velocidad.
El Madrid suntuoso te recuerda en cada esquina lo ‘pobre’ que eres. Algunos tratan de no parecerlo. Portar una de esas voluminosas bolsas de cartón y asas de hilo se ha transformado en un signo de distinción y presunto poder adquisitivo. Algunas marcas las han convertido en objeto de culto y negocio, como la de Dior de navidad o la de Chanel, con su camelia de cartón incluida. Hay un mercado paralelo de bolsas de segunda mano. Se venden en Wallapop a precios que un envoltorio jamás habría imaginado. Las hay de 13 y hasta de 250 euros y rara vez acaban en el contenedor azul de reciclaje. Una marca de alta gama lanzó una bolsa de cuero con apariencia de papel al precio de 2.500. En el anuncio, el modelo porta flores en su interior. Flores. Ni ropa ni bolsos ni zapatos. Da lo mismo si llenas esas bolsas de latas de berberechos, gardenias o una bufanda comprada en un puesto callejero. La bolsa es importante, la bolsa te distingue.
Esa bolsa es la nueva línea roja que separa a los que quieren cruzar el umbral hacia lo exclusivo (y a quienes efectivamente lo cruzaron en términos de cuenta corriente) de quienes en la calle Serrano solo aspiramos a que no nos atropelle un patinete. No es lo mismo llegar a la tintorería con un envoltorio de Gucci que con el zurrón de plástico del supermercado, que a menudo conserva durante días el tique de caja. Atún de marca blanca, dos persimon y un cartón de leche semidesnatada. Lo más probable es que el tique del súper tenga más esperanza de vida que las flores de la bolsa de cuero que aparenta ser cartón.
Son muy pocos los que pueden permitirse recorrer la milla de oro madrileña y sus aledaños cargados con sacas de artículos de Loewe o gestionando reservas cada fin de semana en los restaurantes de moda. Algo parecido ocurre en Barcelona y en los dominios del Paseo de Gràcia. O en Ibiza, una isla de encerrona. Lo mismo te da alquilar una casa en el centro que en el otro extremo del término municipal. El Mediterráneo te rodea por todas partes. No hay escapatoria. Las Fuerzas de Seguridad durmiendo en el coche patrulla porque no hay viviendas para el sueldo de un guardia civil. Has de pasar por caja si quieres vivir ahí. Uno no puede irse a otra isla más barata y acudir a trabajar cada día en avión o en barco.
Esas bolsas de cartón representan el nuevo artificio de la apariencia. Sus propietarios, pocos y cómplices, van recorriendo los centros de las ciudades, haciéndose selfis o acompañados de un amigo que ejerce como fotógrafo ocasional. En unos minutos, las imágenes colgarán de Instagram como un trampantojo. La bolsa es el consuelo de los soñadores. De las esquinas de los centros de las grandes ciudades brotan jóvenes postulantes que posan con su bolsa de cartón de marca de lujo. Qué sociedad estaremos creando que nos conformamos con una bolsa vacía. Pagamos por el aire que contiene su interior. Pagamos para que nuestra cotidianidad pase por la apariencia de lo privativo. Pagar por el mismo aire que respiramos ha dejado de ser una forma de hablar. La bolsa o la vida. Para algunos, la bolsa; para otros, la vida.
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