La Tostá

Cuando los niños éramos niños

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
29 dic 2020 / 08:36 h - Actualizado: 29 dic 2020 / 08:38 h.
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  • Cuando los niños éramos niños

Hace unos días estaba desayunado en un bar y cerca de mi mesa había un señor con dos niños de no más de 8 o 10 años a los que les decía lo malos que eran todos los políticos, en especial los de derechas. Los párvulos se miraban aburridos y el señor seguía insultando a todo bicho viviente de la política. Era cerca de Palomares del Río, donde me crié, y recordé que en mis tiempos de la niñez, en los sesenta, en mi casa jamás se habló de política. En algunos casos mi abuelo y mi madre se refirieron alguna vez a los de dinero y los pobres, pero sin ánimo de que, como éramos pobres como ratas, odiáramos a los ricos. Mi madre hablaba maravillas de un terrateniente de nuestro pueblo, Arahal, don Antonio Reina, al que en la Guerra Civil de 1936 vio correr por los tejados porque lo querían matar. Mis bisabuelos maternos, Fernando Rodríguez Montes y Ramona Peñalosa Machado, eran los caseros de este cacique en su célebre huerta y creo que hubieran dado la vida por él, según mi madre. Quiero decir con esto que es bueno criarse en una familia donde no te envenenen la mente con historias para no dormir. Tuve esa suerte y, por tanto, aunque tengo mi ideología nunca he sentido rechazo hacia los de una ideología distinta. Cuando con 18 años me acerqué a la política por primera vez, en Su Eminencia, la populosa barriada sevillana, barrio obrero por excelencia, algunos comunistas me dejaron libros para que me ilustrara, y acabé hecho un lío. También me animaron a no creer en Dios, porque era incompatible con “la lucha”. Mi lucha en esos años era solo la de trabajar para comer y ayudar a mi madre y mis dos hermanos. Iba a manifestaciones en las que pegarse con la policía era la mejor manera de hacerse un hombre, según me decían. Había que ir sin miedo a “los fachas” y sus cadenas, porque había que liberar a los obreros de “sus verdugos”. Y, claro, entendí que ser comunista era la leche, como ser el héroe del barrio y una especie de justiciero en defensa de mis antepasados explotados, todos ellos jornaleros del campo de Arahal. No reniego de aquellos años y formación política, y creo que hice lo que pude para que en el barrio viviéramos de una manera digna, apostando por la cultura y el deporte. Pero con los años fui leyendo otros libros y comprobando por mí mismo que no se puede manipular a los jóvenes, y menos a los niños, con información sesgada. Es aterrador que un padre inste a sus hijos a odiar a la derecha, o al revés, porque los están haciendo futuros fracasados socialmente. ¿Por qué tengo que odiar a alguien o luchar contra una persona porque haya tenido otra crianza y tenga ideales distintos a los míos? Tengo amigos muy de derechas por los que daría la vida, y creo que ellos la darían también por mí. ¿No es eso mejor que odiarnos y, llegado el caso, matarnos de nuevo a tiros, como pasó hace solo décadas en nuestro país? Me quedo con aquellos años en los que los niños éramos niños y no guerrilleros.