Un acierto. La elección de la imagen de Nuestro padre Jesús de la Salud de la hermandad de los Gitanos para presidir el tradicional Vía Crucis del primer lunes de Cuaresma ha dado en el clavo. Más allá de aquella lejana tarde lluviosa que impidió su salida en 2009 hay que alabar la oportunidad de escoger una devoción contrastada y arraigada para mantener el pulso de un ejercicio piadoso que empieza a necesitar demasiados retoques. La junta superior, además, ha obviado esos ridículos cabildeos por jornada que se habían convertido en uno de los principales lastres de un acontecimiento que corre el peligro de dejar de ser tal.
El Vía Crucis de las cofradías nació en un contexto social y religioso muy alejado de la realidad de las hermandades de hoy. Se ha hablado de la proliferación de este tipo de actos en los últimos lustros pero se habla poco de la derrota del sentido religioso de la iniciativa. La fecha consagrada –que hasta ahora parece inamovible- tampoco es el mejor envoltorio para abrigar el asunto que declina, precisamente, en el momento que debiera ser culminante: el rezo de las estaciones bajo las naves catedralicias.
Fechas, sentido, forma... Las fanfarrias del traslado y la larga colección de pamplinas que ahora preocupan a la grey cofrade han ganado terreno al fin del empeño: evocar el camino de Cristo hasta la cruz. Ése es el principal objetivo que, posiblemente, se lograría rezando las estaciones desde el templo de salida convirtiendo la Catedral en el punto culminante del ejercicio. La elección de la imagen, qué duda cabe, también ayuda a encontrar ese camino a lo trascendente. Conviene tomar nota.