Díaz Salazar, la Sevilla de taberna

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01 jun 2020 / 11:39 h - Actualizado: 01 jun 2020 / 11:42 h.
"Tribuna"
  • Interior de la taberna. / Andalucía Viva
    Interior de la taberna. / Andalucía Viva

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Una triste noticia, el suicido del último regente de Bodegas Díaz-Salazar ante la impotencia de no reabrir, puede condenar el negocio tras meses cerrado por la pandemia y el infinitamente prorrogado ‘estado de alarma’ al cierre. La taberna es un negocio unido a una imperecedera Sevilla. A la de bares y tabernas con historia donde cualquiera experimenta las mejores sensaciones.

Enclavada en la antigua calle del mar del antaño marinero barrio del Arenal, en García de Vinuesa 20, Díaz-Salazar es una bodega que tiene el sobrenombre de ‘la columna’, gracias a la que da paso al local. Concebida por Julián Díaz-Salazar Torres en 1908 como depósito y fábrica de alcoholes, pronto despachó vinos a granel y se entregó a deleitar a los parroquianos con caldos manchegos en la barra. Los orígenes de Daimiel (Ciudad Real) pesaban en los apellidos para disfrutar en Sevilla los caldos de Valdepeñas y después blancos andaluces o Tintilla de Rota. Todo maridaba con las berenjenas de Almagro o pisto manchego.

Historia de historias

Las paredes de la bodega enmarcan una larga barra de madera. Si hablaran esas paredes escribirían una enciclopedia. La última reforma del local en 2004 dejó los toneles de barro donde reposaban los caldos. Las estanterías con viejas botellas de brandy, fotos y carteles vintage de amplia temática rezuman historia. Emerge de ahí esa Sevilla eterna que le sonríe al presente y degusta el futuro disfrutando momentos irrepetibles.

La taberna es vecina de otras, presentes y cerradas, que redondean una ruta donde una parada podría ser en la próxima Bodegas Morales; otra recordando a Vicente el Traga con esa voz que invitaba a la bebida y tapeo en buena compañía.

Pero Díaz-Salazar tiene historia propia y atrae leyendas de todas las especies. Empezaremos por el comisario de la Expo de 1929, José Cruz Conde. Huésped por decisión personal del irredento Hotel Simón, sito justo enfrente de la bodega, citaba en la taberna a quienes querían verle.

Posteriores huéspedes del Hotel frecuentaban la barra y mesas de la taberna para disimular sus empeños en el espionaje y periodismo durante días duros de la guerra fratricida (1936-39) y el hambre durante la segunda gran guerra (1941-1945). Tertulias sobre temas de actualidad antecedieron esas visitas de huéspedes del Simón y sus ‘contactos’. El diario ‘El Liberal’ (1901-1936), el más influyente de los andaluces de la época, propició esos vivos debates. La sede del periódico estaba a pocos portales de la taberna.

La bodega siempre atrajo al cliente local y foráneo con un imán fácilmente comprensible. Detallamos las razones: cerveza doble malta Voll, Estrella y Free Damm de barril, Jerez y Manzanilla, olorosos, Pedro Ximénez, vermut casero. El tapeo es extenso y excelso crepes, siempre a precios muy razonables: salmorejo, montaditos, menudo con garbanzos, tortillas y bacalao con tomate, pechuga con tártara, jamón, mojama, chacinas y sigue con esa fruición que intenta abarcar la oferta de una excelente gastronomía.

Los guiris (perdonen el palabro) alucinan, felices, en la taberna con el olor del pasado y las burbujas del momento. Aprecian la madera que reparten barra, mesas, sillas y cuadros y ese camarero de película que anota con tiza el precio de las consumiciones en la barra. Las vivas charlas y tertulias del Díaz-Salazar hacen que las miradas se pierdan hasta la magia del lugar.

Durante la época de Franco (1936-1975) la bodega, sobre la que hay amenaza de cierre definitivo por la pandemia de 2020, Díaz-Salazar acogió reuniones clandestinas de ideologías adversas a la dictadura. Sufrió cierres gubernativos y ese estigma entre quienes opinaban en clave vencedora. Intelectuales, políticos (Alfonso Guerra, Fernández Malo, Vázquez Parladé y otros líderes del PCE) escultores, tertulias de poesía, escritores (Alfonso Grosso) y pintores (Paco Cortijo y Cuadrado) fueron clientes en tardes-noche de interminables apuestas democráticas de sevillanos cabales. Lo relata Joaquín Arbide en su obra ‘Sevilla en los bares’.

Díaz Salazar, la Sevilla de taberna

Hay anécdotas de la época más dura del franquismo. La temida Brigada Político-Social sabía que Díaz-Salazar era punto de encuentro gracias a sus soplones infiltrados en la Universidad, sindicatos y partidos clandestinos. Sus visitas comprobatorias eran las tardes de miércoles y jueves.

Entonces había muchos mozos uniformados que trasegaban en la trastienda de la bodega. Los polis sabían que eran gran parte de ellos eran militantes de izquierda que así disfrazaban sus propósitos asamblearios. Ellos, los policías, esperaban su momento en la barra mientras subía la euforia del personal por vinos y cervezas que anticipaban el momento de las detenciones.

Al final la redada no se producía. Izquierdistas y policías compartían rondas de copas explicándose que cada cual estaba allí por motivos diferentes. Unos para justificar la nómina policial; otros luchando por un futuro democrático. El guion de la película ‘La Vaquilla’ parece una copia de lo que sucedía en Díaz-Salazar algunas tardes-noche de la semana. En la cinta, los soldados -sublevados y republicanos- toreaban al animal y se aplaudían los mejores pases. Sin rencor bélico, sin violencia. Con esa concordia que plasmó en su tumba Adolfo Suárez de la catedral abulense.

La última taberna

Sevilla, caso que de cerrojazo Díaz-Salazar por el suicidio de su último regente, perderá un lugar emblemático donde pasar momentos inolvidables. Una tertulia frecuentaba la bodega los últimos tiempos. La integraban veteranos de Servas (presente en 100 países es colectivo pacifista que abre puertas a viajeros) que se relataban viajes, cuentos fantásticos o preparaban foros donde la multiculturalidad era el eje.

Antes del cierre por la pandemia de esta taberna eran habituales turistas españoles y foráneos atraídos por el boba-a-boca y comentarios en internet, guiris que viven en Sevilla aprendiendo español, extranjeros residentes y muchos sevillanos de toda edad y condición. Ninguno perdona una Voll Damm de barril, vinos esplendorosos, tapas con el sello casero y ese sabor de la leyenda e historia que no debe ser una mera crónica en clave de obituario.

Confiemos que Díaz-Salazar sea un apellido y estirpe de manchegos que trascienda sus 112 años de historia hodstelera en Sevilla. Como dice un cántico militar, la muerte no es el final.