La vida del revés

El fin de las corridas de toros

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24 ago 2021 / 10:41 h - Actualizado: 24 ago 2021 / 10:50 h.
"Opinión","Toros","La vida del revés"
  • Fotografía: EFE Archivo
    Fotografía: EFE Archivo

Fui muy aficionado a las corridas de toros, también a todo lo que el mundo del toro es y representa. Creo que fui capaz de acumular conocimientos sobre lo que es la liturgia de la lidia, hasta crear un criterio sólido que me hacía disfrutar de cada detalle. Aprendí a entender las motivaciones de toreros, empresarios y aficionados. Mi biblioteca es especialmente atractiva al sumar las mejores obras escritas sobre los toros. En definitiva, me convertí en un buen aficionado.

Sin embargo, nunca jamás defendí nada que tuviera que ver con el mundo del toro bravo. Nunca. Procuré hacer lo que creí mejor en su momento sin intentar arrastrar a nadie hacia el lado en el que me encontraba en cada momento. Tampoco dije ni pío el día que decidí no pisar una plaza de toros nunca más. Eso ocurrió hace ya muchos años, el día que comprobé que la industria del toro bravo atesoraba componentes de tradición, cultura o arte, del mismo modo y con la misma intensidad que acumulaba componentes de negocio puro y duro, caras amargas y tramposas; o de injusticia demoledora. Y es que todo lo que el hombre construye es reflejo de su propia humanidad; es decir, todo lo que el hombre construye tiene algo de chapucero, sucio y tóxico (otros dicen que eso se llama imperfección).

En 2021 no se pueden defender las corridas de toros porque el mundo ha cambiado tanto que algo tan arcaico no tiene cabida. Es evidente que los intereses económicos son tan magros que los que se dedican a algo relacionado con la lidia son contrarios a su desaparición. Y a su reforma, a cualquier cambio que les mueva la silla un solo milímetro. Y, desde luego, los que no pueden defender el mundo del toro bravo tal cual está diseñado en la actualidad, son los matadores de toros. Recuerdo algunas intervenciones de estos hombres intentando defender sus cosas en foros políticos importantes que resultaron, sencillamente, patéticas. Matar toros no te convierte en un gran orador ni te aporta la razón o la posibilidad de entender a los que están enfrente. Por otra parte, no es una gran ayuda tener a los toreros en la televisión hablando de esto o aquello, o bajándose los pantalones para enseñar cicatrices o comentando los cuernos que ha puesto un tipo a su esposa. Porque todo eso que rodeaba a los matadores y que tenía que ver con el tesón, con el valor ante la muerte o con una idea única de lo que es la vida de una persona que se encuentra sola ante su propio destino, quedó liquidado hace mucho tiempo con la aparición de toreros como Jesulín de Ubrique o los hermanos Ordóñez.

Los toreros dejaron de rebosar valor sin límite o capacidad de superación. Desde que los maletillas desaparecieron, los toreros comenzaron a apestar a herencia familiar y camino fácil. Los toreros, ante un nivel académico disparado entre los jóvenes españoles, comenzaban a parecer gañanes vestidos de bonito. Eso hizo que todo se tambalease.

El afeitado de los toros, que los animales llegasen hasta arriba de tranquilizantes a las plazas con la excusa de un viaje en el que se podían hacer daño, sacos terreros lanzados desde lo alto de un corral de la plaza sobre los riñones del toro para que saliera ‘más dócil’ a la plaza o el exceso de kilos y la carencia de bravura, espantaron a los buenos aficionados y a los que creíamos que eso no podía pasar.

Y, por supuesto, el maltrato animal tan denunciado ha sido definitivo para que el hundimiento esté asegurado. Es cuestión de tiempo. Ver a un animal vomitando sangre tras una estocada baja, pone los pelos de punta a cualquiera (incluidos los buenos aficionados que se llevan las manos a la cabeza al comprobar que los buenos toreros ya no existen y que muchos son matarifes), ver cómo pican al toro se hace incomprensible por muy justificado que esté ese tercio de la lidia, ver morir a un animal no es agradable en la actualidad.

A la fiesta de los toros le queda poco porque se ha politizado el debate y porque no es posible que algo así siga sucediendo en el seno de una sociedad moderna. Y si son muchos los que viven de ello habrá que buscar una salida a todos ellos. Lo que no puede ser es mantener las cosas sin sentido alguno aludiendo a una tradición que ya pocos quieren mantener intacta. El mundo está cambiando muy rápido y los toros forman parte de él.