Lejos de nosotros mismos

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14 feb 2021 / 11:06 h - Actualizado: 14 feb 2021 / 11:11 h.
"Cuaresma"
  • Foto: @SoledadSLorenzo
    Foto: @SoledadSLorenzo

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Hay una cuaresma sentimental que, para muchos, comienza el viernes anterior al Miércoles de Ceniza a las plantas de la Virgen de la Soledad. Es un rito conocido, esperado y familiar que nos acerca a la dolorosa de San Lorenzo –seguramente la única imagen a la que han rezado los soleanos de todos los tiempos- mientras el cuerpo y la memoria se sincronizan sabiendo que ha llegado el territorio de la espera. Haciendo bueno el espíritu del Gatopardo ha habido que cambiarlo todo para que todo siga igual. La Soledad no aguardaba a los suyos en la intimidad de la capilla de los pies del templo sino que recibía a los devotos reinando en el inmenso presbiterio parroquial. No, tampoco habría traslado solemne pero las esencias son las mismas...

A pesar de todo, la cercanía de esa Soledad que jamás está sola nos reforzaba algunas certezas. Hay una cadena de ritos, costumbres y afectos que va más allá de la propia puesta en escena de las cofradías en la calle y toda la tramoya –bandas, costales, cabildeos cofrades- que las rodean. El sol machadiano del pasado viernes lucía ajeno a todas nuestras tribulaciones recordándonos lo lejos que navegamos aún de nosotros mismos. Esa luz nueva y radiante, la tibieza de la tarde, nos trasladó a otro tiempo. Posiblemente también a otros lugares y otros rostros que nos enseñaron, sin saber casi nada, que la Cuaresma era un viaje de gozo. Ese periplo a los esplendores es ahora una inmersión en la memoria que, parafraseando una y otra vez a Montesinos, escoge el camino más corto para herirnos.

Las túnicas siguen colgadas y las papeletas de sitio volverán a quedarse un año más sin recoger. Todo se da por bueno si un día se alza –como en la peste del Siglo de Oro- esa bandera de salud que aún se hará esperar demasiado. Pero hay vidas menudas que están perdiendo algunos capítulos esenciales en esa edad en la que las cosas se fijan en el corazón para siempre. Esas manitas –que entregan flores a la Soledad en vísperas de Cuaresma- son las que más duelen.