En vídeo | El Cachorro hizo latir el corazón de Triana

El crucificado, en un histórico vía crucis cuaresmal, recorrió un desbordado casco histórico del viejo arrabal

Juanma Labrador

Si el 26 de febrero de 1973 fue un día aciago para Triana y, especialmente, para su Hermandad del Cachorro, el mismo día pero de cincuenta años después fue un día memorable por todo lo que se vivió en torno al Cristo de la Expiración y el solemne vía crucis celebrado en ese primer domingo de Cuaresma por las calles de un viejo arrabal atestado de fieles y devotos. La mañana amaneció nubosa, casi hacía presagiar lo peor, sin embargo, con el paso de las horas, el sol fue abriéndose paso para abrazar el cuerpo agonizante de ese Cristo moribundo que bendijo las calles trianeras en un recorrido inédito e histórico que le llevó a algunos de los principales puntos de este idílico lugar.

Desde que a las cinco de la tarde saliese la comitiva de su basílica, el gentío, en un incesante ir y venir, se agolpaba por el itinerario previsto, arremolinándose el público, muy especialmente, en San Jacinto, donde el crucificado volvería a acceder después de tantas décadas, y siendo recibido por los cofrades de la Hermandad de la Estrella, que desde el día anterior ya estaba en su parroquia para celebrar, esta segunda semana cuaresmal, su solemne quinario. Fue impresionante ver avanzar al Cachorro por la nave central del templo dominico, y verlo llegar al presbiterio. Fueron fugaces aquellos minutos, porque la cofradía retomaría inmediatamente su recorrido para adentrarse por Rodrigo de Triana y Pelay Correa, en busca de la Real Parroquia de Señora Santa Ana.

Estaba cayendo la tarde, y tres estandartes, los del Carmen, Madre de Dios del Rosario y la Divina Pastora de Triana, aguardaban en la puerta ojival de la casa de la Abuela del Cachorro la llegada de este Hijo de la Virgen del Patrocinio, Aquella que como Ave Fénix resurgió de las cenizas hace ya medio siglo. Lástima que las andas no pudiesen acceder al interior de la catedral trianera, pero no por ello dejó de ser intenso lo vivido en la calle Párroco Don Eugenio, y seguidamente, por Pureza desembocó a las plantas de la gran devoción del barrio, frente a frente el Cachorro y la Esperanza, como si de un reencuentro se tratase, después de que a finales del XIX la Esperanza, advocada como Patrocinio, saliese las tardes del Viernes Santo con este Jesús de la Expiración.

Con el negro velo de la noche ya extendido por el cielo, los cachorritas regresaban a sus feligresía cruzando el Altozano, y por San Jorge y Callao, arribaban a su parroquia, la de la O, donde esta cofradía esperaba ansiosa al portentoso crucificado. En el altar mayor, Jesús Nazareno había presidido al mediodía la protestación de fe de los suyos, y en el retablo de cerámica, la O, vestida de hebrea, extendía su pañuelo para acoger en él todas las oraciones que ofrecían a Aquel que retiene la vida en la anchura airosa de su pecho sobre el madero. Y al final, como si de un Viernes Santo se tratara, todo se volvió más íntimo. Menos público por las aceras, pero sí había una importante muchedumbre detrás de Él. Quien no faltó durante todo el recorrido fue monseñor José Ángel Saiz, arzobispo de Sevilla, que vivió intensamente este piadoso ejercicio junto al alcalde, Antonio Muñoz, que se despidió en Pureza. Pasaba media hora de las nueve, y el Cristo volvía a su casa bajo un cielo despejado que, ojalá, sea preámbulo de un Viernes y Sábado Santos memorables. Ojalá Él así lo quiera.

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