Los últimos de Sevilla (XI)

Consuelo Carvajal, de maestra de Primaria a la única fabricante de peinetas de Andalucía

Esta artesana comenzó a trabajar hace más de 40 años en el taller de su padre, un espacio en el que elabora junto a su hija peinas de mantilla y pendientes de flamenca

Consuelo Carvajal y María Coronado, una familia de fabricantes de peinetas en el barrio de la Macarena

Jorge Jiménez

Carlos Doncel

Carlos Doncel

De tres o de cinco púas, sencilla o con un dibujo barroquísimo, verde oscuro o marrón carey. Consuelo Carvajal crea peinas para mantillas de todo tipo en su modesto taller del barrio de la Macarena, en el que lleva 42 de sus 66 años. La faena no es igual que antes, por suerte, ahora dispone de una máquina para los calados, se jubiló al fin a la incómoda segueta que movía con los pies. "Aunque el resto del proceso sigue siendo artesano", aclara. Al fondo, una olla de latón con agua caliente para doblar las peinetas lo corrobora.

No será la misma profesión la que deje a su hija, María Coronado, cuando Consuelo se retire a finales del año que viene. Como tampoco ella ha realizado las labores que le tocó ejercer a su padre, que fundó Artesanía Carvajal en 1960: "Él llegó a elaborar peinas con carey, un material prohibido desde hace tiempo que sale del caparazón de una tortuga", explica esta peinetera. "Según me contaba, era muy difícil de trabajar. A mí me lo han ofrecido de contrabando, pero siempre he dicho que no".

Ahora todos los complementos que salen de su local están hechos de acetato de celulosa, "el único plástico de origen vegetal". Y sobre esta materia prima plasman los diseños que ha acumulado la firma a lo largo de su historia: "La mayoría son de mi padre, José Carvajal, que dejó casi 100 modelos diferentes. Hay algunos incluso que aún no hemos sacado", cuenta la actual propietaria. "Además, cuando me lo pide algún cliente, también puedo dibujarle alguna pieza exclusiva", añade. Son más de cuatro décadas de experiencia.

La pizarra y el acetato

Consuelo Carvajal aprendió a hacer peinas con 16 años. Aquellos viernes por la tarde que no tenía clase iba a la empresa familiar a calar, doblar y dar brillo. "Era eso o irme con mi madre a limpiar", confiesa. Aunque su vocación juvenil estaba alejada de las mantillas: "Desde pequeña quería ser maestra, así que después de COU me saqué la carrera de Magisterio", recuerda.

Consuelo Carvajal (i) y su hija, María Coronado, (d) artesanas de las peinetas

Consuelo Carvajal (i) y su hija, María Coronado (d), en el taller familiar / Jorge Jiménez

Aquel sueño de infancia duró solo dos cursos, que pasó cubriendo bajas. "Con 24 años me preparaba las oposiciones, y mientras tanto me sacaba un dinero aquí", dice Carvajal. Y de la pizarra al acetato, del aula al taller: "Al final me fui metiendo en el oficio de mi padre poco a poco, y me quedé junto a mis hermanas. Cuando ya me tuve que encargar de todo, era muy difícil dejarlo", reconoce Consuelo.

En 2022 la hija de Consuelo, María Coronado, abandonó su empleo como contable para dedicarse a las peinetas. "Cuando se jubiló mi tía me vine a trabajar con mi madre. Siempre había tenido claro que acabaría aquí, me ha encantado este mundo desde niña", apunta María, de 46 años, heredera del único taller de peinas de Andalucía. "Sé hacer de todo en este oficio, me he criado entre estas paredes".  

La necesidad de competir

Durante buena parte de su trayectoria, Consuelo cortaba los dibujos con una segueta manual. Uno a uno. Algunos de ellos, de varios milímetros. "Podía tardar hasta ocho horas en acabar una peina que tuviera un diseño con muchos calados", señala la peinetera. "Luego, si lo vendía a 80 euros, había quien se echaba las manos a la cabeza. Pero con los costes de producción y las horas de trabajo, al final no ganaba mucho".

Por eso compró hace poco una máquina que usa diseños vectorizados. "Sin esta herramienta era imposible competir con el mercado asiático", declara Carvajal, que también fabrica pendientes para flamencas. "Seguimos haciendo a mano el corte de la plancha, el curvado, la extracción del negativo, el abrillantado o el pulido, por ejemplo", menciona. Y aunque el proceso de elaboración ha cambiado, aún se ven muchas mantillas preñadas al pelo. Igual que cuando empezó.

Consuelo Carvajal, artesana de peinetas, muestra una de sus creaciones

Detalle de una de las creaciones de Artesanía Carvajal / Jorge Jiménez

"La peina está en auge"

"La mantilla parece que es algo de señoras mayores, pero hoy día hay muchas jóvenes que se la ponen", asegura Consuelo Carvajal. "Sobre todo en bodas, procesiones, en la tarde del Jueves Santo o en la mañana del Viernes Santo", apunta su hija, María Coronado. "La peina está en auge, en la actualidad tenemos más pedidos que hace unos años", recalca la matriarca.

A lo largo de una temporada venden en torno a mil peinetas. Principalmente entre enero y mayo, la época fuerte de este negocio: "Cuando pasan los Reyes nos encerramos en este cuarto y echamos todas las horas del mundo", cuenta Coronado. Porque a esta cantidad habría que sumar también los 500 pendientes de flamenca que despachan al año, con abalorios pegados a mano uno por uno.

De pie, entre una olla de latón llena de agua, taladros y cajas, Consuelo sostiene una peina que hizo para la boda de una de sus hermanas. "Tardé un año para hacer cuatro como esta", recuerda. Iba para maestra, aunque la vocación familiar arrastró más que la de la infancia. Gracias a ese cambio, hoy miles de mantillas por todo el país penden de una peineta cortada a mano en su taller. Ese que legó de su padre, el que le dejará a su hija.