Mantos profusamente bordados, coronas de oro o de plata, puñales con piezas preciosas, gemelos con zafiros, joyas por doquier, los propios pasos, los palios... son auténticas joyas, piezas de arte de un gran valor patrimonial, un lujo difícil de entender desde fuera. Sin embargo, la costumbre de representar a la Virgen enjoyada se remonta a sus primeras representaciones, una forma de mostrar a María como reina.
En la iglesia romana de Santa María del Trastevere, que conserva las pinturas más antiguas de la Virgen, aparece vestida como las emperatrices bizantinas, «con corona y un trono», señala el historiador del Arte sevillano Jesús López-Alfonso, especializado en las vestimentas de la Virgen y autor de libros como Imago Mariae, que firma junto al vestidor Antonio Bejarano y José Ignacio Rico. En el Románico y el Gótico, no existen imágenes de vestir pero ya tienen las joyas pintadas –anillos, collares, pendientes–. En el siglo XVI aparecen las imágenes de vestir y ya desde este momento «se ponen en profusión las joyas». La intención, explica este historiador, es «representar a Santa María Reina, por lo que hay que diferenciarla del resto de los hombres y como Reina de la Creación».
Esta costumbre se ha perpetuado, sobre todo, en las imágenes de gloria, desde el siglo XVI, pero, sobre todo, a partir del XVIII, cuando se ponen de moda los grandes broches de pecho que usaban las reinas y grandes damas. Señala, como máximo exponente, Jesús Romanov, seudónimo con el que firma sus publicaciones López-Alfonso, el caso de la Virgen de los Desamparados de Valencia: «Sus sayas no estaban bordadas pero lo parecían por la cantidad de joyas que llevaban prendidas».
Las dolorosas retomaron la costumbre en el siglo XVIII. Al principio solo con un corazón, un puñal y, siempre, el rosario. Pero fue en aumento, de modo que en el XIX se produce ya la eclosión de los pecherines y sayas enjoyadas. Las vírgenes del Rosario de Monte-Sión, la del Mayor Dolor y Traspaso del Gran Poder –«aunque ahora nos cueste imaginarla, llevaba una profusión tremenda de joyas», apunta Romanov–, la Esperanza Macarena o la de Triana son algunos de los ejemplos. La Virgen del Patrocinio, la de Mayor Dolor en su Soledad y la titular del Gran Poder incluso llevaban rostrillos similares al de la Virgen del Rocío.
Sin embargo, a partir de los años 60 del siglo pasado, «las hermandades empezaron a cortarse por una mala interpretación del Concilio Vaticano II que no hacía referencia a esto», apunta López-Alfonso. Pero este recatamiento fue pasajero y en los años 90 las hermandades de gloria retomaron sin pudor esta costumbre. «La única que estuvo ajena a esta moda y siempre ha estado enjoyada ha sido la Virgen de los Reyes», que en todo momento se ha mostrado como un «icono invariable para los sevillanos, dentro de su representación romántica»: corona, pecherín de diamantes y manto bordado.
Precisamente, los mantos y las coronas son las joyas más caras con las que los sevillanos agasajan a la Virgen. La corona de la patrona de la Archidiócesis de Sevilla es una pieza de alta joyería de 1904, un «legado de amor a la Patrona, hecho de las donaciones de los devotos de la Virgen».
Entre los mantos, aunque hay auténticas joyas en la ciudad, el más destacado, a ojos de este historiador del Arte es el de la coronación de la Macarena. «No hay otro igual», subraya. Y esta pieza sin parangón salió del taller de Esperanza Elena Caro. Carlota Elena Meléndez, que lo regenta actualmente bajo el nombre Sucesores de Esperanza Elena Caro, el taller de bordado más antiguo activo en Sevilla –una vez desaparecido el de Carrasquilla–, coincide con la apreciación de Romanov y destaca este manto como la obra «más emblemática» nacida en esta casa, junto al palio de los Estudiantes –«uno de los mejores bordados de España»–.
Carlota Elena cree que disponer de un manto no es un lujo, es una «inversión patrimonial» para las hermandades pequeñas o que están empezando, como la del Cautivo del Polígono de San Pablo, que estrenará un palio para su dolorosa en 2017, que están bordando en el taller de Charo Bernardino; pero admite que en otras corporaciones que ya disponen de varias sayas de salida sería «más lógico que invirtieran en conservar este patrimonio que encargar uno nuevo».
Este taller ya nota la recuperación económica en la envergadura de los encargos que recibe: «Antes nos pedían sayas, mantos de camarín, insignias, cosas pequeñas... pero este año ya tenemos encargos más grandes». El precio de un manto de salida, por ejemplo, puede oscilar entre los 80.000 y los 350.000 euros, aunque una hermandad se suele gastar de media entre 120.000 y 180.000 euros. En él trabajan entre seis y ocho personas durante dos años, según explica la directora del taller de Sucesores de Esperanza Elena Caro.
Aunque no llegó a lucirlo en la calle por culpa de la lluvia que deslució el pasado Lunes Santo, la Virgen del Rocío de la hermandad de La Redención estrenó el último manto bordado de la Semana Santa. Elaborado en el taller de Artesanía Santa Bárbara, comandado por Joaquín López y Juan Areal –el cabildo de hermanos apostó por este proyecto frente al presentado por Francisco Carrera Iglesias Paquili, de líneas más rompedoras y originales–, su ejecución ascendió a 258.600 euros. Ahora hay otros muchos encargos en marcha.
«Las coronas no son una inversión superflua»El arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, coronó el sábado en la Catedral a la Virgen de la Paz. El prelado ha pedido a las hermandades a las que ha concedido la coronación de su titular mariana que no hagan grandes inversiones en la presea para que vuelquen sus esfuerzos en la labor social. Así, la hermandad de la Paz, por ejemplo, ha optado por enriquecer la corona que ya tenía la dolorosa en los talleres de los hermanos Delgado. Sin embargo, el historiador del Arte Jesús López-Alfonso subraya que las coronas son «un legado de devoción a la Virgen, un esfuerzo de sus devotos» y recuerda que «el espíritu original de las coronaciones canónicas no era premiar una devoción sino la conversión». «Los devotos, al terminar las misiones de los capuchinos, se desprendían de sus posesiones, de su vida de pecado, y ofrecían a la Virgen una nueva vida, que se prendía en las sienes de la Virgen», detalla. Jesús Romanov, seudónimo que utiliza en sus publicaciones, critica el «miedo» de los cristianos a hacer una corona de oro: «No es una inversión superflua. Al encargar una corona damos trabajo a un taller, sustento a una familia y creamos una obra de arte que se lega».
Piezas destacadasEl historiador del Arte experto en la imaginería mariana sevillana Jesús Romanov López-Alfonso destaca las siguientes piezas de los ajuares: