Tras la DANA

La doble realidad de la DANA en Albal

El municipio vive dos experiencias de una misma tragedia; el agua ha castigado solo a una parte de la localidad mientras la otra da su apoyo a los damnificados

Trabajos de limpieza en Albal.

Trabajos de limpieza en Albal. / Daniel Tortajada

Violeta Peraita

Albal es un pueblo con dos realidades. Mientras hay una parte, la más castigada, alrededor de la avenida Padre Carlos Ferris, otra se ha salvado del desastre total y ayuda a sus vecinas con todo lo que puede. Dice la rumorología local, según fuentes del pueblo, que esto responde a que Albal está inclinado, lo que salva ciertas zonas de la localidad de l’Horta Sud. La bajada del agua del barranco del Poyo tiene memoria. Los brazos del barranco llegan a los mismos sitios donde llegaron en la riada de 1957.

El barrio de San Carlos ha sido el más damnificado a niveles de otros municipios como Paiporta o Catarroja, su vecina más próxima, conectada con Albal por la avenida Rambleta, la que es la salida natural de uno de los brazos del barranco. El panorama es desolador. Mucho barro, mucho olor a putrefacción, muchos muebles destrozados en la calle.

Ayer, sin embargo, la zona más damnificada continuaba sus trabajos, ya con presencia de militares, una visita que sirvió como chute moralizante para las vecinas y vecinos, que aseguran que llevan cinco días a su suerte. «Han venido hoy, estamos muy contentas porque trabajan de una manera espectacular, el cambio es grande», comenta Maria Jesús. De hacerlo todos los vecinos a hacerlo con ayuda de equipos profesionales, la cosa cambia, señala.

«Óscar, ¿quieres comer? he hecho tortilla de cebolla» comenta una vecina.Y esta frase no es baladí. Significa que ya tienen luz. Agua, a ratos, explica la misma vecina. En el portal de casa han improvisado una mesa con café, leche y algo de picar. El trabajo es duro y necesitan alimentos. Las vecinas son el sustento.

En la misma avenida Padre Carlos Ferrís, una de las más afectadas, un equipo de militares levanta entre siete u ocho personas un somier con un colchón completamente forrado de barro frente a una casa de pueblo típica valenciana. En el balcón del primer piso de esta vivienda, una señora mayor en batín observa la estampa. Las militares, muchas mujeres, suben muebles a un camión. Hacen cadena con sus compañeros. Levantan a pulso la cama. La vecina observa desde lo alto con un brazo cruzado y el otro con la mano en la boca. No hay palabras pero no hace falta.

"Solo quiero que esto no vuelva a pasar"

Unos metros más allá, Fran arregla la entrada de su finca mientras se achica el garaje del edficio. Se le saltan las lágrimas cuando viene un voluntario. "Es que te hablan y lloras", dice. Sobre la situación en la que están, el vecino dice que sabe que "contra la lluvia no se puede hacer nada", pero defiende que la población "solo pedíamos información y ayuda y no la obtuvimos". Ahora, que se ha quedado sin coche y sin trabajo, pues la nave donde trabajaba se inundó, "no quiero que me paguen todo, solo quiero que esto no vuelva a pasar».

Fran se rompe al hablar del horror que lleva viviendo ya seis días. Ha pasado casi una semana desde que el agua destrozó la avenida Padre Carlos Ferris de Albal donde vive y no ha sido hasta este lunes cuando han entrado las fuerzas militares, algo que las vecinas y vecinos les agradecen continuamente por las calles.

«Tengo cuatro hijos, se nos están hinchando las paredes, las estructuras, no sé si podremos vivir aquí, no sé si tengo trabajo porque mi nave se destrozó. ¿Qué hago yo con esto?", pregunta desesperado. Los camiones siguen pasando. Los soldados también. Y los vecinos, de un lado a otro, sacan barro de la casas, sacan muebles de los bajos y esperan que todo acabe pronto.

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